Sobre las armas y para qué se usan

Lunes, 13. Junio 2022

La masacre de la escuela de Texas deja al descubierto lo que significa para millones de norteamericanos “no puros” el gran sueño americano. Una pesadilla hecha a la medida de las grandes corporaciones que manejan al país del norte, entre ellas la Asociación del Rifle (NRA por sus siglas en inglés), cueva de unos cinco millones de fascistas entre los cuales se han contado nueve presidentes, que reivindican el sacrosanto derecho -establecido en la Segunda Enmienda de la Constitución- de matar a los demás y de matarse entre sí. El Complejo Militar Industrial, que fabrica las armas con las cuales los gringos matan y se matan, está de parabienes. La industria de la muerte propia y ajena abastece al mercado interno, genera miles de puestos de trabajo y es producto de exportación en todo el mundo. Siempre hacen falta armas para pelear las guerras que ellos mismos provocan, para los dictadores y los rebeldes, para los narcos y para quienes luchan -o aparentan luchar- contra ellos, para la policía y para los que están "del otro lado de la ley".

A unos cuantos kilómetros, en la Argentina fondomonetariada, los ultraliberales defienden lo mismo: el derecho a armarse, pero no de todos. En sus mentes calenturientas tienen derecho a ello los “ciudadanos probos” que ven peligrar sus casas, sus camionetas, sus empresas y campos y, como complemento, las fuerzas "de seguridad", expertas en gatillo fácil y connivencia con el delito. No tienen derecho a armarse los trabajadores en lucha que ocupan las fábricas, ni los docentes reprimidos por la policía, ni el movimiento piquetero, ni los organismos de derechos humanos, ni las mujeres torturadas por los machistas.

“¡Que el que quiera andar armado ande armado!”, decía Patricia Bullrich, mientras la libertad de mercado avanzaba sobre los derechos adquiridos por el pueblo trabajador. Para esta gentuza si la policía golpea y mata es cumplimiento del deber o a lo sumo exceso en la legítima defensa, pero si un hambriento arroja una piedra es un acto de resistencia a la autoridad y de violencia irracional, condenado incluso por las voces más conspicuas del progresismo militante.

El pasado 15 de mayo Miguel Bartolomé Cajal, de 74 años, asesinó a Ariel Melián, joven cartonero de 28, que circulaba en un carro tirado por un caballo por las calles de San Miguel de Tucumán. Lo hizo de un escopetazo y sin mediar palabra. En su descargo, Cajal dijo que el joven "le había robado una motocicleta", hecho que no fue comprobado. Otros ejemplos, parejos en monstruosidad, abonan a lo largo y ancho del país, la tierra en la que crecen la intolerancia y el desprecio absolutos por la integridad y la vida de los que nada tienen. Se trata del odio de las clases dominantes de Argentina, que en su brutalidad irracional también mete cuña en sectores del pueblo, dividiéndolo.

"A la Provincia hay que entrar con metra", "tienen derecho a morirse de hambre", y muchas otras, son las diatribas de los defensores de este capitalismo dependiente en estado de pureza absoluta, o sea en su más franco y directo salvajismo. Por otro lado, están los que abogan por el monopolio estatal de la violencia, aduciendo que es el Estado -y por extensión los gobiernos- quien debe asegurar la paz y la seguridad ciudadanas, aunque deba para ello -esto no lo dicen, al menos no todos- criminalizar la protesta social. 

Según una encuesta de la prestigiosa Small Arms Survey, el primer puesto en cuanto a porcentaje de población armada lo tiene EEUU, con 120 armas cada 100 habitantes. El segundo, sugestivamente pertenece a las Islas Malvinas -en la encuesta se lo toma como territorio independiente- con 62 armas cada 100. El tercer lugar es para Yemen, con 53 armas cada 100. Argentina -sin Malvinas- cuenta con entre 3,5 y 4 millones de armas en manos de civiles y entre 7 y 8 personas mueren a diario por su uso. 

En un mundo con una extremada concentración de la riqueza en poquísimas manos, en una sociedad basada en la explotación de una minoría sobre las mayorías trabajadoras, y con ejércitos innumerables de hambrientos y desposeídos, la violencia es un hecho inevitable. Y los choques entre las clases explotadoras y los explotados será cada vez mayor. Ellos lo saben. Y nosotros también.

Claudio Gallo

Lunes, Junio 13, 2022 - 23:45

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