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Haití I Un presente de rebelión
La reaparición de la rebelión popular en Haití, tras dos años de tensa calma, le da un nuevo impulso a la lucha antiimperialista y por la liberación de los pueblos.
Breve historia
Haití, país formalmente soberano, se encuentra de hecho bajo dominio norteamericano desde 1915. Cuenta con una larga historia de dictaduras militares. Entre las últimas, se destaca la encabezada por Jean Claude Duvalier (1971 - 1986), alias “Baby Doc”, responsable de la desaparición y asesinato de 150.000 civiles. Tras su derrocamiento, se sucedieron varios gobiernos militares hasta la primera elección constitucional en 1991, aunque los siguientes 15 años fueron una etapa caracterizada por la inestabilidad del régimen político: presidentes electos, mandatarios interinos en cuatro períodos, golpes de Estado, alzamientos paramilitares e injerencia extranjera permanente (bloqueo económico, “supervisión” internacional).
Aquella etapa tuvo su desenlace en 2004, cuando el presidente Jean Bertrand Aristides fue derrocado y su reemplazante, Bonifacie Alexandre, solicitó una intervención militar internacional, posteriormente denominada Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH). Se trató de una verdadera fuerza de ocupación militar que operó durante los mandatos presidenciales de Alexandre (2004 - 2006), Preval (2006 - 2011), Michel Martelly (2011 - 2016) y el interino Jocelerme Privert (2016 – 2017). Integrada por naciones imperialistas, organizaciones civiles y organismos financieros, la MINUSTAH fue llamada a garantizar el equilibrio social e institucional necesario para los negocios de las empresas multinacionales que saquean los recursos naturales y humanos de Haití.
El problema económico
Por otro lado, la economía de Haití se encuentra en grave estado. En términos de su estructura, se asienta en un 20% del PBI de producción y exportación agrícolas (cacao, mango, plátano, aceite, café), que emplean aproximadamente al 45% de la población y con predominio de micro-explotaciones de autoconsumo de 2 hectáreas. Con un alto nivel de atraso, se trata de un país agrícola incapaz de sostener a su propia población, al punto que debe importar más de la mitad de sus alimentos y sufre recurrentes alzas de precios y crisis alimentarias. Por otro lado, un 19% del PBI corresponde a la producción industrial (textil, ensamblado y agroindustria) fuertemente monopolizada y extranjerizada y un 53% al comercio y los servicios, en los que predominan los emprendimientos individuales, informales (en negro) y ligados al turismo.
En cuanto a su evolución, en los años ´80/90 y de acuerdo a la tendencia internacional, el Banco Mundial, el FMI y el BID impulsaron un programa económico cuasi-colonial basado en la exportación a EEUU, la minimización de objetivos sociales y la concentración de los medios de producción. Amén de algunos años de “falsa bonanza” por el ingreso de préstamos y ayuda financiera, las consecuencias del plan hundieron al país.
De esta manera, la economía de Haití vive en recesión, con una balanza comercial negativa (U$S -3.500 M en 2018), déficit fiscal (6% del PBI) y de cuenta corriente (3,5%), inflación (15% en 2018), devaluación y una deuda externa del 34% de su PBI. La dependencia es enorme, con el 60% de su presupuesto originado en ayuda extranjera, el 83% de sus exportaciones hacia el mercado norteamericano y el 34% de su PBI (unos U$S 2.500 millones) correspondiente a remesas: el envío doméstico de dinero por parte de los 1,3 millones de emigrados, mayormente por la crisis económica y los desastres humanitarios originados en el terremoto de 2010 y el huracán Matthew en 2016.
El cuadro económico es también social y afecta a sus 10 millones de habitantes. Se trata del país con menor PBI per cápita de América Latina y un 70% de su población vive bajo la línea de pobreza, con elevadas tasas de analfabetismo (50%), carencia de agua potable y sanitarios, desnutrición y baja expectativa de vida. Por su parte, el 2% más rico controla el 25% de los recursos y el 40% más pobre apenas recibe el 6% de la renta.
Las recientes rebeliones
En 2016 una rebelión popular puso freno a las elecciones fraudulentas con que la ONU y EEUU buscaban organizar el relevo del Presidente Martelly por un empresario del plátano, Jovenel Moise, del mismo partido político (TêT Kale). El fracaso y la renuncia de Martelly los obligaron a colocar un presidente interino (Privert) y sostener la ocupación militar dos años más, hasta 2017, cuando finalmente pudieron imponer la transición deseada.
Los dos años de gestión de Moise -de tinte neoliberal- están marcados por el estancamiento económico y los constantes alzamientos populares. En 2018 las calles se llenaron de manifestantes por el aumento del precio del combustible, acordado entre el gobierno y el FMI como contrapartida del salvataje financiero del país caribeño, hoy suspendido por incumplimiento de sus pautas. En aquel momento, las protestas derivaron en la renuncia del Primer Ministro, Jack Guy Lafontant. Las elecciones parlamentarias, previstas para febrero 2018, fueron postergadas a 2020, agravando la crisis institucional del gobierno.
Pocas semanas atrás, la escalada de protestas tomó impulso nuevamente. Si bien la corrupción y la malversación de fondos son problemas reales y constituyen las consignas de los referentes opositores más moderados, las verdaderas razones de los alzamientos -esencialmente espontáneos- se encuentran en las condiciones materiales de vida de la población y las conclusiones del movimiento de masas sobre la gestión de Moise, a quien exigen la renuncia. La represión policial, que hasta ahora se cobró la vida de 26 personas (según la CIDH), no logró detener la bronca popular y su despliegue en las calles.
La burguesía haitiana y sus socios imperialistas no atraviesan un período de acuerdos estables, fundamentalmente por la crisis económica y la irrupción popular. El relevo orquestado en 2017 va camino a un fracaso en toda la línea y la cadena de gobernabilidad puede romperse en cualquier punto. Las clases dominantes no parecen tener un reemplazo a la vista y la ausencia de fuerzas militares extranjeras achica el margen para una salida de ajuste y represión, como es tradicional.
La rebelión popular se intensifica pero carece de dirección revolucionaria y, vista su espontaneidad, de cualquier tipo de dirección: puede derribar un gobierno pero no parece capaz de imponer una salida acorde a sus intereses. Sin embargo, es en estos grandes combates de masas en los que germinan las condiciones para el surgimiento de una vanguardia revolucionaria, que sea capaz de ganar experiencia para dirigir a los trabajadores y campesinos haitianos a la lucha por el poder político, para organizar un reordenamiento general de la economía basado en un programa de bienestar popular, antimonopólico y antiimperialista.
David Paz
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