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La lluvia trajo el desastre, pero también el debate
El mes de febrero resultó ser uno de los más lluviosos en décadas. En algunas provincias, especialmente del centro y noroeste del país, la intensidad del temporal dejó víctimas fatales, arrasó pueblos y ciudades y provocó innumerables daños materiales. Según algunos funcionarios lo ocurrido fue producto de la fatalidad, pero ¿será posible encontrar otras explicaciones que a la vez se conviertan en fuerzas de cambio?
Sin lugar a dudas, el primer fallo al respecto lo dio el Gobernador de Córdoba, José Manuel De la Sota, quien afirmó que el desastre sufrido en las llamadas Sierras Chicas -aquellas que se extienden de sur a norte desde prácticamente las afueras de la ciudad capital hasta los cerros colorados-, era producto de un “tsunami caído del cielo”.
Procediendo con empatía resulta comprensible que se atribuya lo sucedido a fuerzas ajenas propias del entorno y omitir respuestas, a causa de la incertidumbre, frente a los pronósticos agoreros, críticos del desmonte del bosque nativo, la extensión del área de siembra, especialmente de soja, y la realización de emprendimientos inmobiliarios en zonas inundables, como, por ejemplo, los del Plan Procrear.
Sin embargo, la magnitud de las lluvias e inundaciones que rápidamente se extendieron a toda la provincia de Córdoba y luego a Santa Fe, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, etc., con el saldo de muertos, heridos, evacuados y viviendas destruidas, han llevado la tensión a un grado superlativo en el cual las alternativas vislumbradas oscilan entre el conservacionismo político (referido a la ayuda oficial, los créditos o la solidaridad con los damnificados) y el conservacionismo ambiental (fundamentado en la autogestión ecologista y la cultura orgánica), sin lograr construir una crítica a la relación existente entre el orden del trabajo y el orden de la naturaleza bajo la explotación capitalista, de modo tal que permita construir una perspectiva revolucionaria al problema.
Los recitales a beneficio, la juntada de alimentos no perecederos, alcohol o pañales, son partes de esta realidad, y es lógico que así suceda. Bajo el régimen capitalista la fuerza de trabajo es vista como exteriorización de una fuerza natural haciendo que el trabajo humano se contraponga de manera natural a la materia de la naturaleza y actúe sobre ella modificándola conforme al interés empresarial, ocultando la relación entre el trabajo y la materia (sujeto y objeto) como partes constitutivas de la dialéctica la naturaleza y del carácter socio histórico de dicha naturaleza.
Precisamente, el carácter socio histórico del ambiente, su grado de pauperización, ilustra la voracidad del capitalismo y es un tester de la decadencia, la cual se refleja, además, en la decadencia de la propia burguesía como fuerza social.
El aprovechamiento electoral del desastre, por ejemplo, medido en cantidad de heladeras y televisores entregados por De la Sota a personas sin luz, agua o baños, el contraste entre las remesas destinadas al pago de la deuda y las migajas convertidas en créditos para los damnificados, o la ausencia de medidas sanitarias de contingencia, eximen de mayores argumentos. Por eso a nadie extrañó que tras las lluvias, en medio del barro, el agua y las viviendas arrasadas, sólo el pueblo se hiciera cargo del pueblo. Como contrapartida, en su afán de golpear a De la Sota, la militancia K marcó que esto sucedía en Córdoba por ser el corazón sojero del país, soslayando que el corazón no es el cerebro y que la cabeza de la patria sojera, de la patria inundada y arrasada, atiende en la Casa Rosada.
Jorge Díaz
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