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Siria. Acuerdo EEUU-Rusia
La prolongada guerra en Siria sigue siendo el escenario principal de maniobras de las principales potencias mundiales, mientras los pueblos de la región soportan las consecuencias de una intervención militar que involucra directamente a no menos de 15 países. El último tramo de este conflicto ha sumado varios actores protagónicos.
El 30 de septiembre de 2015, Rusia comenzó a bombardear a los grupos armados de oposición a Al Assad, particularmente al EI. Para inicios de este año, se considera que los principales puntos de acopio de armas y búnkeres subterráneos de estos grupos han sido destruidos. Del mismo modo, la línea de transporte del petróleo robado por el Califato Islámico en los pozos de Siria e Irak. Sobre esta base, la ofensiva militar encarada por el Ejército Árabe Sirio desde el 6 de enero de 2016, ha logrado recuperar amplios territorios, y sólo quedaría el noreste del país fuera del control de su gobierno. Precisamente allí es donde llegan las armas y refuerzos que los gobiernos de Arabia Saudita y Turquía siguen proveyendo a las milicias “opositoras” del EI y Al-Nusra.
En este marco, EEUU y Rusia, han acordado en un punto: reconocer que un agravamiento de la guerra en Siria, hundiría toda la región en el caos, y volvería extremadamente inestable una zona que condensa intereses estratégicos para ambas potencias. Así, John Kerry (EEUU) y Sergei Lavrov (Rusia) acordaron bilateralmente un cese de las hostilidades que busca despejar el terreno de la infinidad de grupos armados operando en territorio sirio. Es así que el acuerdo incluye un listado de estos grupos, donde se los convoca a inscribirse para evitar seguir siendo blanco de los bombardeos. En caso de inscribirse, la organización renuncia automáticamente a derrocar al gobierno sirio y accede a participar en un proceso político de “fortalecimiento de una Siria laica y democrática”. De este modo, se despejan las diferencias entre milicias yihadistas y “opositores políticos” como venía llamando EEUU a la mayoría de los grupos que operan en el país, y se habilita a Siria a atacar a todas las bandas financiadas y entrenadas sobre todo por Turquía, Arabia Saudita y Qatar.
Al mismo tiempo este acuerdo admite varias consideraciones. En primer lugar hay un reconocimiento implícito de la legitimidad del gobierno de Al Assad. El texto de la negociación se abstiene de hablar sobre un cambio de gobierno en el país, como venían planteando la mayoría de las potencias intervinientes. Esto es un reconocimiento político y también militar, puesto que el respaldo ruso le ha permitido al Ejército Sirio retomar la ofensiva en terreno, donde también recibe apoyo de Hezbollah y del gobierno de Irán.
Por parte de los EEUU y sus aliados hay un retroceso respecto de las posiciones sostenidas en los últimos tiempos respecto de la salida inevitable de Al Assad del poder, y al carácter de simples “rebeldes” con que se caratulaba a una serie de grupos que ahora pasarían a ser blanco del fuego aliado. Por otro lado, la firma de este alto el fuego paga estos costos a los efectos de distender la situación explosiva que se incuba en la región, inquietando a su principal aliado en la zona, Israel. Asimismo, y de cara al tramo final de la campaña presidencial en EEUU, la administración Obama busca dejar medianamente ordenado el tablero regional, tomando prudente distancia del impredecible fascista Recep Tayyip Erdogan (presidente turco), cuyo papel en el conflicto viene siendo por demás temerario.
Desde el punto de vista de Rusia, el yihadismo es un dolor de cabeza desde su intervención en la guerra con Afganistán a fines de los 70, y luego en la segunda guerra de Chechenia, de allí que argumentando razones de las llamadas “de seguridad interior”, sumados a sus propios intereses económicos, justifica su fuerte entrada en escena. Así, con la firma del acuerdo logra ubicar a EEUU como socio en su prioridad de combatir al EI y similares. Conseguir esto le ha implicado mantener nervios de acero frente al golpe de estado en Ucrania, las múltiples provocaciones de la OTAN en su frontera y el derribo de un Sukoi en Siria por parte de Turquía. Los frutos: apuntar las armas de occidente contra su propia criatura.
Otro dato que se ratifica es el papel de simple escribano que ha quedado para la ONU respecto de los arreglos entre las dos principales potencias militares. Esto también facilita el accionar autónomo de potencias regionales como Arabia Saudita que, en boca de su ministro de relaciones exteriores ha confirmado que seguirán trabajando por la caída de Al Assad. Lo mismo para Turquía, cuyo pueblo acaba de sufrir un atentado terrorista de sospechosa autoría, dejando decenas de muertos y cientos de heridos en pleno centro de la capital Ankara. La embajada estadounidense estaba al tanto de la posibilidad de un atentado estos días, y previno a sus ciudadanos residentes en Turquía. Por el contrario, el gobierno local no tomó ninguna medida preventiva. En su lugar, Erdogan reservó sus más rápidos reflejos para adjudicar inmediatamente y sin la menor prueba, el atentado a la heroica resistencia kurda y, menos de 24 horas después, mandaba bombardear las zonas que las guerrillas kurdas mantienen liberadas en el norte de Irak. Contrariando a los firmantes del acuerdo, la realidad regional está empecinada en demostrar que la estabilidad política y militar no se decreta.
Leo Funes
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