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Sobre la visita del Papa a Cuba y EE.UU.
El agravamiento de la crisis imperialista, de su base económica de superproducción relativa y extrema expansión financiera, inevitablemente, sacudió a los regímenes de dominación política en el mundo. Las revueltas populares en el norte de África y la inestabilidad política que se extendiera a la propia Europa ‘desarrollada’ resultan por demás elocuentes.
En este cuadro, la cúpula de la iglesia católica advierte, con razón, la acumulación de condiciones que, en nuestro lenguaje, definen objetivamente la marcha hacia una situación revolucionaria en el sentido leninista. De ahí que sale al cruce de la apertura de una nueva oleada revolucionaria como respuesta a la crisis del capitalismo mundial, cuyos rasgos más dramáticos son la obscena desigualdad social, las guerras de rapiña y sus consecuencias humanitarias.
La inusual renuncia del Papa Benedicto XVI y su reemplazo por Francisco I hablan de urgencias y como expresión de un giro en la política vaticana. Años de gestiones papales que colocaron como centro la depuración de todo resto ‘progresista’ en la iglesia en consonancia con los aires contrarrevolucionarios tras la debacle del socialismo, dejaron una institución y sus ministros, que venían siendo noticia en el mundo por pederastia, corrupción y oscurantismo, pero sobretodo la enfrentaron con sectores populares de su propia feligresía y fuera de ella.
Sin alterar su base ideológica reaccionaria, el papado de Francisco despliega una política que enfatiza sus contradicciones con los sectores recalcitrantes del capitalismo, asumiendo, ‘moderadamente’, el riesgo de alentar una respuesta rebelde (el “hagan lío” de Brasil)
La dialéctica entre teoría y práctica, entre discurso y hechos, tendrá la última palabra. A nosotros nos impone abordar el ‘desafío’ con una política que, sin perder de vista las condiciones materiales y las necesidades de las masas trabajadoras, las oriente en dirección a la revolución.
Toda política que aspira a cambios en la realidad, incluso en un sentido reaccionario, reclama su base de apoyo en el asentimiento de masas y su experiencia práctica. La mera denuncia de una avanzada revolucionaria es insuficiente si, al mismo tiempo, elude la disputa por la conciencia y la acción de las masas explotadas.
Por eso, la visita del Papa Francisco I a Cuba y los EE.UU. debe entenderse en el marco general del giro político de la cúpula vaticana, por un lado, y, por otro, es inseparable la visita a Cuba sin considerar simultáneamente la efectuada a los EE.UU. Así, en un solo paquete, el apoyo a Obama en su disputa con la ultraderecha republicana y, al mismo tiempo, las denuncias al gran capital financiero y el aliento al desbloqueo a Cuba junto al respaldo al “acuerdo de paz” en curso en Colombia.
La visita a Cuba
El objetivo principal que persigue Cuba con la reciente visita del Papa Francisco es ganar apoyo en la lucha por acabar definitivamente con el criminal bloqueo que sostiene EE.UU. sobre la isla desde hace décadas. Este propósito ya orientaba las acciones cuando se acordó anunciar el inicio del restablecimiento de las relaciones diplomáticas entre ambos países, a instancias de la mediación papal.
La búsqueda por poner fin al anacrónico bloqueo es una causa justa que amerita explorar todos los terrenos de la política y la diplomacia, sin menoscabo de la soberanía nacional. Así lo ha entendido el gobierno y pueblo cubanos y lo vienen practicando históricamente, fruto de lo cual últimamente han dado pasos de avance.
La otra cara de la estadía del Papa en Cuba, es su llamado en plena Plaza de la Revolución a “no servir a ideologías sino a las personas”, una provocación que merece ser repudiada por quienes luchamos por el socialismo.
Sin embargo son muchos los indignados con la “tibieza” de la visita, son los referentes de la reacción más rancia en la región, que han puesto el grito en el cielo por no haber recibido a las “damas de blanco”, los llamados “disidentes” y el resto de la gusanería cubana, por haber sido “demasiado condescendiente” con el gobierno de la Revolución, y por no haber emitido palabra sobre la condena al golpista venezolano Leopoldo López.
No es casual que, impostando una indignación semejante, referentes locales del trotskismo se regodeen anunciando un pacto restaurador entre el Vaticano y la ‘burocracia castrista’. Firmes en su línea de conducta histórica de apostar al derrumbe de la Revolución, llevan casi sesenta años fracasando en su vaticinio.
Sobre los peligros que se esconden en esa “apertura” ya hemos alertado y lo sostenemos: la tentación de seguir “la vía china o vietnamita” es una puerta que se le abre al imperialismo para, desde la injerencia en la economía con la radicación de capitales, operar en la política junto a los enemigos de la Revolución.
En el mismo sentido, en el caso del “acuerdo de paz” en Colombia, advertimos que las condiciones políticas y sociales que impulsaron a la lucha armada a las avanzadas populares colombianas, en lo esencial, no han desaparecido. Si los cambios históricos promueven rectificaciones en la táctica y estrategia revolucionarias, nos cuesta entender cuál es el lugar que ocupa este acuerdo.
El capitalismo en su fase imperialista, desde el estallido de la burbuja financiera y la caída del Lehman Brothers en adelante, transita una crisis que aún no logra cerrar -ni detener su expansión- y es el telón de fondo de un mundo en ebullición, donde un puñado de potencias imperialistas someten y oprimen a una mayoría de pueblos y países, donde el enriquecimiento de unos pocos descansa en la explotación de muchos.
Así como la crisis supone duros padecimientos para las masas trabajadoras y explotadas, de igual manera, educa de a miles de esas mismas masas acerca de la barbarie imperialista y de la necesidad de la revolución, la liberación y el socialismo.
En este escenario complejo y revuelto, las avanzadas revolucionarias de los trabajadores y los pueblos están llamadas a cumplir su rol de tales, en sus concepciones teóricas y prácticas concretas, desterrando el oportunismo y el derrotismo, apostando a movilizar las reservas antimperialistas y revolucionarias de nuestros pueblos.
Leo Funes
Ramiro Casas
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