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A dónde está, que no se ve…
La falta de precisiones sobre un plan económico fortalece el interrogante que flota en el aire: qué planea hacer Milei con y cuáles serán las consecuencias. Mientras tanto hay una certeza: las contradicciones y dificultades se acumulan y todos se miran de reojo.
El esquema macroeconómico transitorio que armaron Milei y Caputo al asumir sus funciones tuvo varios pilares:
-. Un fuerte ajuste fiscal (de los gastos e inversiones del Estado) centrado en obra pública, jubilados, salarios públicos y transferencias a las provincias, con el objetivo de terminar con la necesidad de financiamiento del Tesoro.
-. La licuación de los stocks en pesos mediante la reducción sistemática de la tasa de interés por debajo de la inflación, que destruyó los ahorros en pesos (plazos fijos, billeteras virtuales, etc) y bajó la cantidad de pesos en la economía.
-. El saneamiento de balance del Banco Central a través de la acumulación de reservas en dólares (devaluación del 118% mediante) y la reducción de la tasa de interés de los pasivos remunerados (Pases y Leliq) por los cuales la entidad pagaba grandes intereses en pesos que debía emitir. Esto tiene el objetivo de respaldar la base monetaria con divisas y, al mismo tiempo, cortar las canillas de la emisión.
-. Luego, la eliminación gradual de los puts, una cláusula de los títulos del Tesoro que permite a los bancos devolverlos en cualquier momento y recibir del Estado su valor nominal, para lo cual éste debe imprimir billetes.
En otras palabras, el plan de Milei y Caputo se concentró en devaluar con fuerza al principio para acumular un piso de reservas rápidamente, y mientras tanto reducir la cantidad de pesos en la economía para controlar la inflación.
Hacia el mes de julio el balance de resultados del esquema inicial muestra luces y sombras, en los propios términos del gobierno. La acumulación de reservas fue positiva, aunque menor a la esperada e insuficiente para abrir el cepo sin una asistencia financiera del exterior, que por ahora no aparece en el horizonte. La inflación tuvo una disparada inicial (enero - abril) al calor de la devaluación de diciembre y a partir de mayo bajó para quedarse en torno al 5%, una meseta elevada pero estable, aunque perforar el piso de 4% parece difícil. La recesión provocada fue mayor a la esperada, dejando los números en rojo: caída de la actividad económica, pérdida de puestos de trabajo, retroceso de los salarios y jubilaciones, caída del consumo y aumento de la pobreza e indigencia, entre otros. La recuperación económica que prometió Milei aún no se produjo y tampoco parecería llegar pronto: el FMI prevé una caída del 3,5% del PBI en 2024.
Asimismo, en julio el esquema inicial dio paso a una supuesta Fase 2, cuyas características no eran las esperadas por el empresariado. La dupla Caputo-Bausili anunció el traspaso de la deuda del BCRA al Tesoro, un techo fijo a la base monetaria ampliada y, sobre todo, la venta de reservas del BCRA en el mercado bursátil (CCL), una medida para bajar la cotización de los dólares paralelos disfrazada como método para retirar pesos de la economía.
En definitiva, sobre la apertura del cepo, principal reclamo del empresariado, afirmaron que no tiene fecha. El asunto es que a los grandes jugadores del capitalismo local les preocupa la ausencia de un programa coherente y de mediano/largo plazo que permita avizorar una salida a la crisis y encontrar motivos para soportar la actual caída de la actividad económica. No es una preocupación menor, puesto que ya son notorias las contradicciones y encerronas del modelo económico.
En ese sentido, para organizar una salida del cepo, el gobierno no solamente necesita tener controlado el stock de pesos para evitar que corran hacia el dólar, sino también un ingreso estable de dólares que permitan mantener un equilibrio en el flujo de divisas (ingresos-egresos), y esa es la pata floja del modelo.
Al respecto, el gobierno tiene varias vías para obtener esos dólares, cada una con sus peligros y contradicciones:
-. Devaluar el peso para fomentar las exportaciones, a riesgo de darle un nuevo impulso a la inflación, tal como sucedió desde diciembre. El gobierno es consciente del costo social y político, y se niega a recorrer este camino.
Vender reservas para mantener estable la cotización del dólar y la brecha con los paralelos (atraso cambiario), profundizar el ajuste para contener la inflación cerca del valor del crawling peg (2%) y apuntar a un financiamiento extraordinario del FMI para armar un “colchón” de dólares suficientes para abrir el cepo en enero. La esperanza libertaria es un triunfo de Trump que destrabe un crédito que hoy el FMI le niega al país, aunque es una vía poco probable, pues un asesor clave del candidato republicano, Mauricio Claver-Carone, declaró que eso no sucederá.
-. Ampliar el dólar blend para fomentar la liquidación de la cosecha, lo que tiene la desventaja de reducir simultáneamente la cantidad de dólares liquidados al valor oficial, el único que le permite al Banco Central acumular reservas, el objetivo prioritario.
-. Bajar o eliminar las retenciones al campo, lo que fomentaría la liquidación de la cosecha y el ingreso de dólares. No obstante, implicaría un enorme costo a las cuentas públicas, justo cuando el superávit fiscal permite que el Estado no emita o se endeude, colaborando con la baja de la inflación.
-. Disminuir la actividad económica para evitar el uso de dólares para el pago de las importaciones. No solo ya se hizo (las importaciones están por el piso), sino que hay poco margen social para profundizar el cierre de empresas, los despidos y la caída de salarios. Además, va contra el relato oficial de la pronta recuperación económica.
-. Obtener financiamiento externo privado o de organismos internacionales usando diversos bienes del Estado como garantía (bonos y títulos en dólares, etc.), movimiento que Caputo pareció anticipar con el envío del oro a Londres. Esto es un peligro porque significa poner a tiro de embargo los pocos bienes saludables del Estado.
-. Combinar alguna de las anteriores con la expectativa de buenos resultados en el blanqueo impositivo, el ingreso de inversiones por el RIGI y la privatización de empresas públicas, aunque son procesos con tiempos más largos que pueden no coincidir con las urgencias del gobierno.
El camino para el “éxito” -entendido en los propios términos del gobierno- es cada vez más angosto. El riesgo es haber provocado una recesión brutal, desempleo y caída de ingresos, un fogonazo inflacionario y un crecimiento del endeudamiento, todo para seguir parados en el mismo lugar o peor, generar una espiral inflacionaria en un contexto de estancamiento económico.
Al mismo tiempo, el período de gracia con que todo gobierno cuenta durante los primeros meses de gestión -sustentado en el resultado electoral y las expectativas generadas- se va terminando. Mientras tanto, comienzan a percibirse los costos sociales del modelo: a los números de pobreza e indigencia en aumento se suma un cambio en las preocupaciones populares, que viran de la inflación hacia la pérdida del empleo.
Mientras libertarios y macristas siguen con la fascinación por el liberalismo y el peronismo apela a la nostalgia productivista de la “década ganada”, es necesario movilizar a la clase obrera y los sectores populares para darle forma a un programa económico alternativo basado en la suspensión del pago de la deuda externa, la nacionalización de los recursos estratégicos, el sistema bancario y el comercio exterior, con el objetivo de lograr un inmediato bienestar popular y establecer nuevas bases sociales para un desarrollo económico de largo plazo.
David Paz
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