La expansión monetaria detrás del cambio climático

Jueves, 18. Noviembre 2021
La expansión monetaria detrás del cambio climático

La realización casi en simultáneo de las cumbres del G20 en Roma y del cambio climático (COP26) en Glasgow ha permitido poner de manifiesto el contraste existente entre el proceso de desarrollo -no de progreso- que se proponen llevar adelante los países más avanzados, y las consecuencias de dicho desarrollo en el clima mundial. ¿Pero se trata simplemente de las caras de una misma moneda donde de un lado tenemos a las emanaciones ocasionadas por la incineración de combustibles fósiles y del otro al efecto invernadero provocado por la acción de las mismas sobre la atmósfera y la temperatura del planeta? ¿O existe otro tipo de dialéctica, no axiomática, entre el capitalismo y la destrucción del ambiente?

El cambio climático aparece como un fenómeno engendrado por el capitalismo, pero no como parte constitutiva de éste. Mientras el cambio climático arranca gradualmente tras la revolución industrial en la segunda mitad del siglo XVIII, el origen del capitalismo es anterior, en el ocaso de la Edad Media, cuando no se tenían noticias del vapor. Sin embargo, la idea de que las chimeneas han sido las marcas de identidad del capitalismo y, a la vez, las detonantes y sostenedoras del cambio climático han perdurado sin considerar qué tan en auge se encuentra la actividad industrial a nivel global o, por lo menos, sin entrar en la consideración de si la industria sigue siendo el motor del sistema o de si se trata de un componente a la saga del capital financiero y del parasitismo provocado por este último, en particular por la emisión sin límite de dinero sin respaldo.
Argentina, por caso, a la vez de integrar el G20 experimenta desde los años 90 un proceso acelerado de reprimarización económica, alimentada por los pooles de siembra, el agronegocio y, en general, el extractivismo, que poco y nada tienen que ver con el desarrollo industrial de otrora. Sin embargo, Argentina no fue ni por asomo la piedra del escándalo dentro de la COP26, cuestión que, por el contrario, sí involucró a los pesos pesados del desarrollo actual, en concreto China, India y Rusia (ubicados respectivamente en los puestos 1°, 3° y 5° en materia de emisiones de gases de efecto invernadero), quienes aportaron a la cumbre con un elocuente desplante a los compromisos asumidos durante la misma.
Y ocurre que si bien China es, con mucho, el mayor emisor en la actualidad, no siempre esto ha sido así, y eso es importante porque las emisiones liberadas incluso hace cientos de años han contribuido al calentamiento global en la actualidad. Las emisiones de CO2 de China comenzaron a acelerarse a partir del año 2000, a medida que el país se desarrollaba rápidamente. Por su parte, los países más avanzados, como EEUU, Reino Unido y gran parte de Europa, se desarrollaron emitiendo gases como parte de un proceso de industrialización de alrededor de 200 años. Por lo tanto, uno de las cuestiones en discusión es la correspondencia entre el desarrollo capitalista y el cambio climático, pero otra, más significativa por cierto, es la historicidad de dicho proceso. Historicidad que obliga a considerar la necesidad de este desarrollo por parte de los países más atrasados dentro del sistema.
Desde 1850 a esta parte, China ha emitido 284.000 millones de toneladas de CO2, pero EEUU ha liberado 509.000 millones, casi el doble. Elemento que China considera fundamental a la hora de la discusión. Además, por ser China un país con 1.400 millones de habitantes (similar a India que suma 1.393 millones), la emisión per cápita de estos respecto de EEUU (332 millones de habitantes) y sus socios, resulta significativamente menor.
Por otra parte está planteado el presente de la energía y su relación con el desarrollo capitalista. China emplea en general mucha más energía que el resto, pero ha producido más energía renovable que EEUU en términos reales. En 2020, China produjo 745.000 gigavatios-hora de energía eólica y solar, mientras que EEUU produjo 485.000 gigavatios-hora. En cuanto a capacidad, China fue el líder mundial en 2020, cuando construyó casi la mitad de todas las instalaciones de energías renovables del mundo. Además, China ha construido grandes parques solares y eólicos, produciendo más energía solar fotovoltaica y turbinas eólicas que cualquier otra nación. También tiene el mercado de vehículos eléctricos más grande, con el 38,9% de la participación mundial en las ventas de los mismos, mientras que EEUU sólo llega al 9,9%.
Es decir, lo que está en discusión entre China y EEUU no es la “superioridad productiva del socialismo frente al capitalismo”, sino quién aventaja al otro en materia de desarrollo empleando las mismas reglas de juego. Discusión en la cual EEUU viene perdiendo, siendo ésta una de las razones por las cuales surge la “preocupación” de Norteamérica y sus socios por la defensa del ambiente a expensas del enfriamiento de un competidor en pleno ascenso.

El tiro por la culata

Tras la caída de la Unión Soviética, el eje central de la política norteamericana fue la propagación del modelo estadounidense de capitalismo de mercado bajo la denominación genérica de “consenso de Washington”, un programa de liberalización, desregulación y privatización mundial que llegó a cuestionar los sistemas económicos de los nuevos países industrializados de Asia Oriental y de los países subdesarrollados de la región, dando paso a una apertura a las inversiones internacionales en la cual los principales monopolios buscarían acceder a mercados antes cerrados.
El colapso de gran parte del socialismo había generado condiciones para una segunda edad de oro del capitalismo internacional en la cual EEUU vería coincidir los objetivos políticos del Estado con los del gran capital monopólico. En ese contexto las elites políticas y económicas estadounidenses consideraban a China como un aliado más que como un rival -y sin duda, no como una amenaza- ya que La República Popular China había hecho causa común con EEUU a finales de la década del 60 y en los años 70 en torno al proyecto de contención de la Unión Soviética.
Las relaciones diplomáticas quedaron establecidas el 1 de enero de 1979 y menos de un mes después Deng Xiaoping emprendió un viaje de nueve días por EEUU para celebrar el acontecimiento. En esa ocasión, el líder chino declaró que China y EEUU tenían el deber de trabajar juntos y de unirse para oponerse al “oso polar”, al tiempo que las grandes empresas se preparaban para hacer negocios gracias al nuevo apetito de China por el comercio, la tecnología y los créditos estadounidenses.
Pese a la vigencia del Partido Comunista al frente del Estado, China se convirtió en un destino cada vez más importante para la inversión extranjera directa. Las entradas netas fueron de USD 2.200 millones al año entre 1984 y 1989, USD 30.800 millones anuales entre 1992 y 2000, y USD 170.000 millones al año entre 2000 y 2013. Si bien las ganancias de China en las cadenas de valor eran débiles al tiempo que las ganancias de las sociedades transnacionales eran enormes, el experimento chino de capitalismo regulado logró a partir del año 2000 una apropiación creciente de tecnología (mediante transferencias obligatorias para los inversores extranjeros) y la modernización industrial intersectorial llevada a cabo por el Estado. Esto le  permitió al país progresar en muchos sectores industriales y captar una parte creciente del valor agregado generado en los mismos, desarrollar conglomerados industriales nacionales -en particular en los sectores de las telecomunicaciones, el transporte marítimo, trenes de alta velocidad, etc- y una inversión creciente del PBI en investigación científica, tecnológica y militar que acompañaron la expansión económica internacional mediante sus nuevas “rutas de la seda” y la construcción o explotación de más de 42 puertos en 34 países.
A modo de síntesis, el rápido desarrollo chino quedó plasmado en el salto del PBI por habitante que pasó de USD 194 en 1980 a USD 9.174 en 2015.
A partir de aquí, China pasó de socio a enemigo, mientras EEUU pasó de ejercer el dominio sobre China mediante la exportación de capital a cambio de manufacturas baratas, a ver convertida su propia economía de gran fabricante industrial a gran impresor de dólares sin respaldo ni correspondencia con las escasas manufacturas locales. Es decir, pasó del éxtasis de la opulencia a la pesadilla de ser el primer deudor mundial que, como ironía del destino, encontró a China como principal acreedor.
Y si bien, como parte del proceso, la emisión monetaria y los bajos intereses tuvieron como objetivo inicial estimular el crecimiento y fomentar la demanda de manufacturas baratas, en realidad sólo generaron deflación, dificultades económicas y crisis financieras.
Hoy, los problemas de crecimiento y las desigualdades económicas resultantes han obligado a los bancos estadounidenses y europeos a dirigir la culpa hacia el cambio climático, ignorando que la emisión de moneda, al tiempo que no genera crecimiento tampoco ayuda a resolver dicho problema.
En el reciente circo montado en Glasgow (COP26), donde el poder del capital financiero se reveló impotente para detener a China: “el enemigo sin freno ni temor”, el país oriental fue acusado de calentar el planeta. ¿No hubiese sido más honesto asumir que el gran motor del cambio climático es la imparable emisión de dólares existente tras el desarrollo industrial que hace posible el arribo de manufacturas a puertos estadounidenses, en su inmensa mayoría procedentes de China?
A mediados de octubre de 2021 las imágenes satelitales de los puertos de Long Beach y Los Ángeles mostraban un enjambre de barcos inactivos, esperando descargar toneladas de electrodomésticos, ropa deportiva, adornos de Halloween y de Navidad. ¿Qué burbuja consumista alimenta la actividad industrial que hace posible la saturación de contenedores y sumideros de mercancías baratas?

Jorge Díaz

Jueves, Noviembre 18, 2021 - 13:15

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