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Murió Etchecolatz - Liviana como una pluma
El 2 de julio murió Miguel Etchecolatz, uno de los más rancios represores de la última dictadura genocida. Torturador y asesino, entre 1976 y 1979 estuvo al frente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía Bonaerense y tuvo más de 20 centros clandestinos de detención bajo su mando.
Etchecolatz fue condenado por robo de bebés, secuestros, torturas, asesinatos y desapariciones. Entre 1976 y 1979, estuvo al frente de la Dirección General de Investigaciones de la Policía Bonaerense, siendo mano derecha del represor Ramón Camps. Fue responsable de 21 centros clandestinos de detención de la Provincia de Buenos Aires. En abril de 1986 lo condenaron a 23 años de prisión por los crímenes cometidos en el llamado “Circuito Camps”. Luego fue beneficiado por la Corte Suprema y retornó a la actividad en la seguridad privada. Con la anulación de las leyes de impunidad, se sentó nuevamente en el banquillo de los acusados en el primer juicio en La Plata.
Jorge Julio López fue testigo en uno de los juicios contra él. Durante la dictadura cívico-militar, López era militante peronista y ejercía el oficio de albañil cuando fue secuestrado y pasó por varios centros clandestinos de detención. Ya en democracia, prestó declaración en los juicios contra los genocidas. En el juicio en el que el represor fue condenado a prisión perpetua, su testimonio fue fundamental para demostrar que Etchecolatz no solo daba órdenes, sino que las ejecutaba. Días después de su declaración en ese juicio, el 18 de septiembre de 2006, desapareció sin que nadie tenga noticias sobre su paradero al día de hoy.
Durante el gobierno de Mauricio Macri, en diciembre del 2017, Etchecolatz consiguió la prisión domiciliaria. El genocida se instaló en su casa de Mar del Plata, en el bosque Peralta Ramos, donde familiares de víctimas de la dictadura, organismos de derechos humanos, sindicatos, e incluso vecinos, se manifestaron en varias oportunidades contra su presencia. La lucha popular logró que la Sala IV del Tribunal de Casación Penal revocara la decisión.
Desde el comienzo de la pandemia Etchecolatz estaba alojado en la Unidad 34 de Campo de Mayo. Hace unas semanas había sido trasladado a una clínica de Merlo y unos días antes de su deceso, al Sanatorio Sarmiento para una intervención.
Su muerte se produjo mientras lo juzgaban por los crímenes cometidos en los “Pozos” de Banfield y de Quilmes y el “Infierno” de Avellaneda. Nunca mostró remordimiento ni se arrepintió de sus crímenes: los reivindicaba. Negado por su familia -su hija se cambió el apellido avergonzada de su progenitor-, repudiado por la sociedad, murió condenado y cumplió sus penas en una cárcel común. Es decir, en honor a la memoria de sus víctimas y de los 30.000 desaparecidos, con él se logró hacer algo de justicia. Justicia verdadera será cuando la lucha popular barra con los enemigos del pueblo y con las condiciones materiales que le dan origen: esta sociedad injusta basada en la explotación. Murió un genocida: su muerte es liviana como una pluma. Sus víctimas, en cambio, viven en una causa que es inmortal.
Marcela Stein
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