La rebelión que conmovió a la Argentina

Jueves, 11. Diciembre 2014

El “porteñazo” de diciembre de 2001 se inscribió en una tendencia de la lucha de clases que hizo su aparición con el Santiagazo de 1993, para desarrollarse con las puebladas de Cutral Có, de General Mosconi, el corte del puente Corrientes - Resistencia, entre los principales picos. ¿Qué quedó de aquella rebelión popular, a 13 años de haberse producido?

El gobierno de la Alianza llegaba sumamente golpeado al fin de año de 2001. La ratificación del rumbo económico iniciado por el menemismo profundizó la crisis de la deuda externa, que empujaba hacia el ajuste salvaje. La respuesta popular ya tenía por ese entonces una extensión considerable. Dentro de ella se destacó el movimiento de trabajadores desocupados, impulsor de los cortes de ruta. Más atrás, el movimiento obrero, que si bien venía sumamente golpeado por los efectos de la desocupación, la flexibilidad laboral y las privatizaciones de las empresas del estado, protagonizó ocho paros generales entre 2000 y 2001, contando las convocatorias de las tres centrales sindicales de ese entonces. A ello hay que sumar la participación, en distintas manifestaciones, del movimiento estudiantil y de representaciones de la burguesía media como la CAME y la Federación Agraria. La pequeña burguesía urbana se sumó en masa con la aplicación del “corralito”. Tal era la magnitud de la oposición por abajo al régimen.
Por su parte, en el seno de la gran burguesía venía operando una fracción que se planteaba un nuevo reparto del tablero. Impulsada políticamente por el PJ, se trataba de los grupos ligados a la gran industria que, desfavorecidos por la paridad entre el peso y el dólar, alentaban una devaluación drástica, colisionando así con los intereses del capital concentrado en la banca y los servicios.
Este fue el sector que “forzó la mano” con los saqueos del 19 de noviembre, alentando una movilización del sector más pauperizado del pueblo basada en sus necesidades más básicas, sin orientación propia y acotada, de manera de darle el golpe de gracia al gobierno. Pero lo que siguió desbordó estas previsiones: la indignación popular rápidamente apuntó hacia blancos políticos. Aunque de manera espontánea, sin una perspectiva clara y de objetivos bien definidos, el enfrentamiento en la Plaza de Mayo al grito de “Que se vayan todos” puso sobre la mesa el problema de la estabilidad del régimen político en su conjunto.
Diciembre de 2001 puso de relieve aquellos elementos que Lenin señala como propios de una “situación revolucionaria”: una fractura en las clases dominantes, una crisis económica aguda y un pueblo que ya no soporta seguir viviendo como hasta entonces. Se trató entonces de un quiebre en la correlación de fuerzas.
Desde el campo del pueblo, en los primeros momentos se destacaron las asambleas en los barrios; si bien la mayoría de ellas carecieron de una dirección clara y su vida fue más bien corta, se trató de una experiencia de ejercicio de la democracia popular que en los hechos buscó superar la separación del pueblo de los asuntos políticos, propia de la representación burguesa.
Con el correr de los años, y por la incidencia también de los cambios económicos, los trabajadores recuperaron un lugar protagónico, hasta ponerse a la cabeza de la lucha popular. Esto comenzó con la recuperación de comisiones internas, seccionales y en algunos casos sindicatos, pasando por las primeras huelgas de repercusión nacional en el año 2005. También el movimiento estudiantil acentuó su viraje hacia la izquierda, en un proceso de recuperación de Centros de estudiantes y Federaciones, pasando por importantes luchas.
Pero en el post-2001 más inmediato, siguieron siendo las organizaciones de desocupados las que aún se encontraban a la vanguardia de la lucha popular. Con esa base fue puesta en pie la Asamblea Nacional de Trabajadores, convocada por el Bloque Piquetero Nacional -instancias ambas impulsadas entre otros por nuestro partido, con la participación de la CUBa que luego se fusionaría con un sector del MTR-. Esta fue el centro coordinador de la lucha en aquel período, y más allá de sus integrantes permanentes y circunstanciales (casi todas las principales organizaciones de izquierda pasaron por la ANT), era la que ponía el eje de la pelea popular. Pelea que tuvo su pico más alto en el corte del Puente Pueyrredón de julio de 2002. Allí quedó cristalizada, de alguna manera, la correlación de fuerzas vigente: por abajo se podía enfrentar y hasta cierto punto ponerle freno al poder vigente, pero no alcanzaba para ofrecer una alternativa que lo reemplazara; por arriba se podía golpear, pero a condición de retroceder.
De esta forma, aquella jornada también puso de manifiesto los cambios operados en el campo enemigo. El adelantamiento de las elecciones resultante de la represión y el repudio que ella generó convenció a una fracción de las clases dominantes de que solamente con palos no se podía encauzar la situación. Esta idea se materializó en la candidatura presidencial de Néstor Kirchner en oposición a la de Menem. No era una novedad: el primer intento en esa dirección ya lo había propuesto Rodríguez Saá, con el anuncio de no pago de la deuda externa y el acercamiento a algunas organizaciones territoriales como la CCC y la FTV, que duró apenas una semana por la disidencia interna. Pero solo después del Puente Pueyrredón quedó clara la envergadura de la crisis en curso.
El kirchnerismo, llegado a la presidencia en las primeras elecciones tras el estallido, y apoyado en una fracción renegociadora de la gran burguesía, se dedicó entonces a cerrar por completo la situación abierta en el 2001, presentando un perfil progresista, utilizando el doble discurso y la cooptación, montándose en las legítimas demandas populares para desvirtuarlas en concesiones parciales y muchas veces solo discursivas. Todo esto pudo surtir su efecto en el marco del aprovechamiento de las ventajas económicas que ofreció la devaluación y en un contexto mundial favorable. En ningún momento fue tibio en esto de la recomposición. En este punto es ejemplificador el tema de los derechos humanos: comenzó bajando el cuadro de Videla y habilitando el juzgamiento de ciertos genocidas para concluir propiciando el abrazo de Hebe de Bonafini con Milani, símbolo de la pretendida reconciliación de la sociedad con las Fuerzas Armadas.
El actual es el momento de mayor debilidad del kirchnerismo, aunque es de destacar que experimentó picos altos de iniciativa y de incidencia sobre el conjunto de la sociedad. En ese sentido, cumplió parte de su objetivo fundacional de darle cierre al post-2001. Es legítimo -y sumamente necesario- preguntarse hasta dónde.
Nuestro partido sostiene que las tendencias profundas que estallaron el 20 de diciembre no desaparecieron. Que la recomposición parcial del régimen todavía es precaria y que la desconfianza hacia la institucionalidad burguesa persiste. Por su magnitud espontánea, la lucha popular puede producir un nuevo quiebre. De esto no debe derivarse que un nuevo estallido sea inevitable; más bien, la conclusión es la necesidad de trabajar en esa dirección. Para cerrar definitivamente estas tendencias ya opera el enemigo, que cuenta con la inestimable -aun cuando sea involuntaria- ayuda de las fuerzas populares que sobreestiman la solidez del trabajo realizado por el kirchnerismo, que entre sus grandes virtudes contó con una notable capacidad para sembrar la confusión. Por eso, nuestros esfuerzos van en el sentido de luchar para el desarrollo de esas tendencias existentes en potencia. De aquí se derivan la táctica para el período y las tareas a proponerle al movimiento de masas.

Facundo Palacios

Publicado en: 
Jueves, Diciembre 11, 2014 - 23:45

Notas relacionadas