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La crisis de Corea del Sur pone en peligro los intereses yanquis en la región
Antecedentes
Tras la victoria nipona sobre el imperio ruso en 1905, Japón inició un proceso de expansión logrando entre otros ejercer su poder colonial y someter a Corea a un protectorado y luego a una anexión que le posibilitó sostener su dominio sobre la península hasta 1945, momento en el cual el imperio japonés fue derrotado en la etapa final de la II Guerra Mundial.
La clave de dicho resultado estuvo en el papel jugado por la Unión Soviética bajo la dirección de Stalin que invadió Manchuria, el norte de Corea, el Sur de la isla de Sajalín y las islas Kuriles, en la operación relámpago conocida como Tormenta de Agosto, la cual significó la mayor derrota del fascismo en Japón.
Seguidamente, tras el fin de la guerra, la Unión Soviética ocupó la mitad de la península de Corea al norte del paralelo 38 y Estados Unidos hizo lo propio en la mitad sur. La intención declarada fue que el pueblo coreano decidiese su propio futuro en los años siguientes. Sin embargo, nunca se llegó a un acuerdo para elegir un sistema político (socialista o capitalista) ni un gobierno unificado. Por el contrario, las diferencias políticas e ideológicas entre el norte, que implantó reformas socialistas a gran escala, y el sur, que conservó el sistema capitalista bajo un gobierno pro yanqui, se profundizaron, lo que resultó en la creación de dos Estados separados.
A partir de ahí Kim Il-Sung, abuelo del actual líder norcoreano Kim Jong-un, asumió el poder de la República Popular Democrática de Corea, o Corea del Norte, al tiempo que Syngman Rhee se erigió como primer presidente de la República de Corea o Corea del Sur.
El 25 de junio de 1950 Corea del Norte, con el apoyo político y logístico de la Unión Soviética y China, invadió el sur con el propósito de reunificar la península bajo un solo régimen socialista. En septiembre de ese año los norcoreanos habían ocupado casi todo el sur de la península a excepción de la ciudad de Busan y sus alrededores. Sin embargo, el sur, respaldado por Estados Unidos y sus aliados bajo el paraguas de las Naciones Unidas, resistió la invasión y lanzó un contraataque masivo con el que logró ocupar casi toda la península, relegando a los comunistas a dos regiones de la frontera norte con China, situación que finalmente logró ser revertida merced a la decisión de Mao de enviar tropas y poner a los norteamericanos en retirada.
El 7 de julio de 1953 en ausencia de un representante surcoreano, en Panmunjom (en la zona limítrofe), Kim Il Sung, el general Mark Clark, comandante de las fuerzas de la ONU, y el general Peng Dehuai, comandante de los voluntarios chinos, firmaron un armisticio estableciendo al paralelo 38 como zona limítrofe desmilitarizada entre ambas Coreas, es decir, un acuerdo de status quo o cese de las hostilidades pero no la paz propiamente dicha, perpetuando de esta manera una situación de tensión política, militar e ideológica que, con altibajos, se ha mantenido hasta nuestros días.
Corea del Sur, ¿faro de la democracia?
Buena parte del enfrentamiento entre las dos Coreas ha estado vinculado al sistemático esfuerzo de Estados Unidos y sus socios de presentar a Corea del Norte como un estado terrorista, integrante el “eje del mal”, y mostrar a Corea del Sur como un emblema de la democracia. Sin embargo, esta pretensión se ha dado de cara con la realidad.
El primer presidente de la república de Corea del Sur tras la independencia de Japón, Syngman Rhee, se caracterizó por su autoritarismo, la creciente inestabilidad política y la fuerte oposición pública, razón por la cual se vio obligado a exiliarse tras una revuelta estudiantil ocurrida en 1960. Su sucesor, Yun Po-sun, ocupó el cargo menos de dos años antes de ser derrocado en 1961 por un golpe de Estado apoyado por Estados Unidos, encabezado por Park Chung Hee, un militar autoritario que gobernó durante 18 años hasta que fue muerto a tiros en 1979 por su propio jefe de Inteligencia.
Poco después de la muerte de Park, Chun Doo-hwan, general de división del Ejército, tomó el poder mediante un golpe de Estado y declaró la ley marcial, deteniendo a opositores, cerrando universidades, prohibiendo actividades políticas y reprimiendo a la prensa.
En 1980, cuando estallaron manifestaciones lideradas por estudiantes para protestar por la aplicación de la ley marcial en la ciudad meridional de Gwangju, Chun envió al ejército para aplastar la revuelta, matando a más de 200 personas. Este dictador gobernó con mano de hierro hasta 1988, cuando las protestas masivas lo obligaron a permitir la celebración de elecciones presidenciales abiertas, exigidas por un movimiento prodemocrático en ascenso.
Seguidamente, en la década de 1990, Chun fue procesado por el golpe y la represión de Gwangju y fue condenado a muerte, pero posteriormente fue indultado.
Poco tiempo después, Roh Moo-hyun, presidente entre 2003 y 2008, se suicidó mientras era investigado por presunta corrupción. Su sucesor, Lee Myung-bak, fue condenado a 15 años de prisión por corrupción tras abandonar el cargo.
A renglón seguido la hija de Park Chung-hee, Park Geun-hye, primera presidenta de Corea del Sur, fue destituida por la Asamblea Nacional por tráfico de influencias de su principal ayudante y amiga, y fue condenada a 24 años de cárcel por corrupción y abuso de poder.
Su sucesor, Moon Jae-in, quien gobernó entre 2017 y 2022, no tuvo empacho en reafirmar el imperio de la podredumbre. En agosto de 2021, indultó al ex director general del Grupo Samsung, Lee Jae Yong, condenado por corrupción y malversación de fondos, y poco tiempo después también indultó a la ex presidenta Park Geun-hye.
La crisis actual
Sólo para “mantener la tradición”, le llegó el turno al actual presidente, Yoon Suk-yeol, quien recientemente no dudo en decretar una nueva ley marcial y propiciar un golpe militar contra el Congreso de la Nación, por haberle votado a la baja el ajuste contenido en la ley de presupuesto, aunque pretextando querer impedir un intento de desestabilización propiciado por los comunistas norcoreanos. Efectivamente, el 3 de diciembre pasado Yoon Suk-yeol declaró la ley marcial en el país "para erradicar las fuerzas pro República Popular Democrática de Corea y proteger el orden constitucional".
Esta decisión fue inmediatamente acompañada por el despliegue del ejército en los centros neurálgicos de la capital y de las principales ciudades del país. Se establecieron controles militares, se prohibieron las reuniones públicas y se impusieron severas restricciones a los medios de comunicación.
Sin embargo, la respuesta social fue inmediata y decidida. A las pocas horas de los anuncios la Confederación Coreana de Sindicatos (KCUT), uno de los principales actores de la lucha, declaró una huelga general indefinida. Activistas sindicales, a los que se unieron asociaciones feministas, estudiantiles y progresistas, organizaron manifestaciones en varias ciudades del país reuniendo entre 300.000 y 400.000 personas en las calles, a pesar de las prohibiciones impuestas por el decreto. En Seúl, la capital surcoreana, miles de personas se congregaron en la plaza Gwanghwamun desafiando la presencia militar para denunciar lo que consideraban un golpe de Estado. Al mismo tiempo, la oposición política en el parlamento intensificó la presión sobre el presidente, exigiendo explicaciones e iniciando procedimientos para impugnar la constitucionalidad de la ley marcial.
Bajo la presión combinada de la calle y los legisladores, Yoon Suk-Yeol se vio obligado a levantar la ley marcial, lo cual lejos de calmar los ánimos reforzó las críticas a su gobierno y las peticiones de dimisión en un clima de derrumbe marcado por renuncias de funcionarios e, incluso, por el intento de suicidio dentro de la cárcel del ahora ex ministro de defensa, Kim Yong Hyun, tras el allanamiento de su domicilio. Simultáneamente, se ultimaban aprestos para destituir al presidente por el decreto de ley marcial y el delito de rebelión.
No es de extrañar la enorme preocupación de Estados Unidos por la suerte de uno de sus principales aliados en Asia, aguijoneado por el descontento social, el riesgo implicado de debacle del precario acuerdo militar orquestado recientemente por los yanquis con Corea del Sur y Japón, y el afianzamiento de los acuerdos de asistencia recíproca entre Corea del Norte y Rusia con el beneplácito de China.
Jorge Díaz
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