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Hacia el Centenario de la Revolución de Octubre - La crisis de julio
“Los proletarios, empujados a la desesperación, empuñarán aquellas teas incendiarias de que les hablaba el predicador Stephens, y la furia del pueblo explotará con una violencia de la que la del año 1793 sólo puede darnos una ligera idea.” (Friedrich Engels, La situación de la clase obrera en Inglaterra, 1845)
Para comienzos del mes de julio de 1917 la guerra costaba a Rusia 40 millones de rublos por día; el papel moneda desvalorizado sencillamente se encontraba por todos lados. La industria carecía de materias primas y combustible, y los obreros de pan. El sistema de transporte estaba completamente desarticulado. El desempleo y el cierre de fábricas en las ciudades, a la par del movimiento huelguístico, crecían de manera exponencial. En el campo dos tercios de las provincias del Imperio ruso se encontraban afectabas por una rebelión campesina en ascenso: los mujiks pobres, empujados a la desesperación, expropiaban a los terratenientes y capitalistas del agro e incendiaban sus mansiones. Amenazados por el azar de escoger entre la muerte y una vida lisiada, los soldados se amotinaban o desertaban por cientos. Con cada nuevo día, nuevas eran las dificultades que surgían frente a las masas oprimidas de la vasta Rusia.
He ahí la situación “por abajo”. Detengámonos brevemente, ahora, en la situación “por arriba”. En este periodo el poder se encontraba en manos del gobierno provisional de coalición. Este gobierno, salido de la crisis de abril, estaba conformado por un bloque entre los partidos pequeñoburgueses menchevique y social-revolucionario (también llamado “eserista”), y el partido kadete (partido liberal de la contrarrevolución, chovinista gran-ruso y ferviente defensor de la guerra imperialista). En los Soviets la mayoría menchevique y eserista era abrumadora, tal es así que el “control” que sobre los ministros designados al gobierno debía el Comité Ejecutivo Central del Soviet era inexistente.
En abril de 1917 los círculos gobernantes de los Estados Unidos decidieron entrar a la guerra. Considerando la demora en la llegada de las tropas norteamericanas, los imperialistas de la Entente (Gran Bretaña, Francia y Rusia) veían la necesidad de que el frente Oriental se mantuviera activo a toda costa, de manera que se evitara una transferencia de tropas alemanas hacia occidente. Como resultado de la petición amenazante de los imperialistas franco-británicos y creyendo que su éxito serviría para aplacar los malestares de la población, el gobierno provisional ruso ejecutó el 18 de junio de 1917 una ofensiva en el frente. Kerensky, Ministro de Guerra y miembro recientemente afiliado del partido social-revolucionario, es quien se encargó de su realización. El balance de esta aventura fue desastroso: la ofensiva rusa y la posterior contraofensiva austro-germana, producidas una y otra en un plazo de diez días, se llevó la vida de 60.000 hombres del frente Suroeste ruso. El ejército ruso no sólo no avanzaba, sino que debió replegarse desorganizadamente. El cansancio de la guerra y el descontento entre las tropas aumentó sustancialmente y se tornó en una preocupación de primer orden para la coalición gubernamental.
Asustado por el presente de rebeldía de los pueblos de Rusia, el gobierno provisional adoptó una serie de medidas en búsqueda de mejorar la catastrófica situación, o al menos detener su agravamiento periódico. Fue así que, pretextado en la necesidad de refuerzos, se deshizo de la guarnición revolucionaria de Petrogrado y la envió al frente, en un intento de fortalecer su retaguardia. Haciendo oídos sordos a los mencheviques y eseristas y observando la situación general, el 2 (15) de julio el partido kadete decidió renunciar a sus puestos ministeriales a fin de crear una crisis gubernamental que le allanara el camino para aplicar su programa contrarrevolucionario. Pero a pesar de los pronósticos, la crisis por arriba no puede ser controlada.
El 3 (16) de julio de 1917 la furia del pueblo explotó en las calles: siguiendo el ejemplo del 1er regimiento de artilleros, miles de soldados, marinos y obreros se manifiestaron espontáneamente en todo Petrogrado, dando forma a una gran manifestación armada antigubernamental. Por la tarde, como resultado de una extensa reunión, el Comité Central bolchevique, (para ese momento el partido más influyente de la ciudad), decidió no participar de la manifestación y trazar medidas para disuadir a los soldados y obreros de efectuar otra demostración el día siguiente. Los miembros del partido se volcaron hacia las fábricas y barrios obreros para tratar de convencer a los coléricos manifestantes de que no marchen por las calles. Los soldados bolcheviques que pertenecían al regimiento de artilleros que dio inicio a todo amenazaron con abandonar el partido: preferían hacer esto que ir en contra de las decisiones de su regimiento. No obstante los esfuerzos de los bolcheviques, 400.000 obreros y campesinos tomaron las calles de la ciudad ese día.
¿Por qué los bolcheviques habían decidido no sólo no manifestarse, sino incluso evitar que la manifestación continuara?
El partido entendía en ese periodo que aún no había llegado el momento para una acción armada. La situación revolucionaria no había madurado lo suficiente en todo el país, la mayoría de los Soviets se encontraba aún en manos de los partidos conciliadores, y además una acción bolchevique en Petrogrado daría excusas al gobierno para hacer recaer la responsabilidad de la fracasada ofensiva de junio sobre ellos y avanzar hacia la contrarrevolución.
Sin embargo, al finalizar ese mismo día, los dirigentes del partido bolchevique se reuniron nuevamente y, valorando la nueva situación creada y el estado de ánimo de las masas, esta vez aprobaron una resolución decidiendo participar de la manifestación espontanea. “La manifestación había comenzado –declararía Stalin unos días después–. ¿Tenía el Partido derecho a lavarse las manos y a inhibirse? Ante la posibilidad de complicaciones aún más graves, no teníamos derecho a lavarnos las manos; como Partido del proletariado, debíamos intervenir en la manifestación y darle un carácter pacífico y organizado, sin plantearnos el objetivo de tomar el Poder p or las armas.” (Obras, t. 3, pág 44.)
En la mañana del 4 (17) de julio, aproximadamente medio millón de soldados y obreros marcharon por las calles de Petrogrado. Los talleres y fábricas de la capital no operaban ese día. Casi un centenar de delegados, en representación de todas las fábricas y regimientos de la ciudad, se acercaron al Palacio de Táuride a exigir al gobierno que transfiera todo el poder a los Soviets. 20.000 marinos del Kronstadt, ejemplos de fidelidad al bolchevismo, se aglutinaron en torno al Palacio, portando munición y armas, e inmediatamente tomaron como rehén al menchevique Chernov, lo desarmaron y trataron de ejecutarlo ahí mismo, cosa que finalmente no hicieron. La situación se calmó y los marinos se marcharon de las calles, siguiendo las órdenes de los bolcheviques Roshal y Raskolnikov. Con bronca y armas, más tarde se acercaron al Palacio 30.000 obreros de la fábrica Putílov. Sólo el decreto recientemente elaborado en la mano del menchevique Chkheidze que establecía el toque de queda y condenaba a todos los que no lo acataban como “enemigos de la revolución” pudo disuadirlos de marcharse.
Disconformes con sólo decretar, los mencheviques y eseristas respondieron conformando batallones armados para suprimir a los tiros a la manifestación, realizando saqueos de vinotecas y tabaquerias y arrestos al azar, allanando y destruyendo el periódico y la imprenta bolcheviques, asesinando al pasar a quienes se resistían, lanzando una campaña de calumnias contra Lenin y su partido inculpándolos de ser agentes alemanes y enemigos armados de los Soviets, y desarmando a los regimientos revolucionarios. Al finalizar el día, podían contarse 400 personas muertas y heridas. En las últimas horas de la noche del día 4 el CC bolchevique aprobó una resolución para cesar pacífica y organizadamente con las manifestaciones; la situación lo ameritaba pues los objetivos se habían logrado y era necesario replegarse, considerando que la campaña de calumnias contra los bolcheviques había influenciado a muchos sectores de los Soviets.
La crisis del 3 y 4 de julio condujo en los dos días siguientes a una furiosa contrarrevolución. Por la mañana la población petrogradense se encontró con un material preparado en torno a “la traición de Lenin” en la tapa de todos los periódicos pequeño y gran burgueses. El partido kadete, el Estado Mayor del ejército –ayudado por Kerenski– y los sectores monárquicos se consolidaron en el poder, que les había sido cedido cortésmente por los mencheviques y eseristas. La camarilla contrarrevolucionaria estableció el estado de guerra, realizó pogromos contra los judíos –como en la época del Zar–, persiguió y enfrentó a quienes habían participado de las manifestaciones, armando a cosacos, cadetes y lúmpenes, y movilizando desde el frente algunos regimientos. Se asentaron las bases para el periodo de la contrarrevolución.
Al detenerse en las jornadas de julio surge la pregunta de por qué no se tomó el poder en los días que antecedieron a la contrarrevolución. En su conocido folleto sobre la insurrección, Lenin se refierió a esta cuestión señalando que a principios de julio “no existían las condiciones objetivas para el triunfo de la insurrección. No contábamos todavía con el apoyo de la clase que es la vanguardia de la revolución... No existía entonces un ascenso revolucionario de todo el pueblo... Entonces, las vacilaciones no habían alcanzado todavía un grado político serio en las filas de nuestros enemigos y en las de la pequeña burguesía indecisa... Por consiguiente, una insurrección el 3 y 4 de julio, habría sido un error: no habríamos podido retener el poder ni física ni políticamente." (Obras Completas, t. XXVII, pp. 133-134.)
La crisis de julio significó un punto de quiebre para la historia de la Revolución Rusa. Y es que tras las jornadas de julio “todas las esperanzas de un desarrollo pacífico de la revolución rusa –señaló Lenin el 10 de julio– se han desvanecido para siempre. La situación objetiva es esta: o la victoria completa de la dictadura militar, o la victoria de la insurrección armada de los obreros... Nada de ilusiones constitucionalistas y republicanas, nada de ilusiones acerca de un camino pacífico, nada de acciones dispersas... Hay que reunir las fuerzas, reorganizarlas y prepararlas resueltamente para una insurrección armada” (Idem, t. XXVI, pág 254). La crisis de julio fue otro de los acontecimientos necesarios del año 1917 para que se conformara el ejército político del Partido bolchevique para la Revolución de Octubre; sólo con la experiencia de las tres crisis (20 y 21 de abril, 10 y 18 de junio, 3 y 4 de julio) y como producto de la lucha y confrontación entre las clases que se produjeron en ellas fue que tal ejército se pudo formar y organizar para el asalto al poder.
Finalizadas las jornadas de julio, la toma del Poder se volvió para las masas populares rusas una preocupación del momento. La ilusión que aparenta distanciar definitivamente a uno de los otros, ilusión que desmoraliza y quiebra a aquellos que no pueden disciplinar su egoísmo, que no pueden sino pensar en tiempos biológicos, desaparece para siempre. Llevar a cabo la revolución proletaria se presentó como tarea inmediata; dirigirla fue desde este momento una tarea pendiente situada en los hombros del bolchevismo.
Fuentes:
- Bazilevich, Bakhrushin, Pankratova, Fokht, A History of the U.S.S.R., part three, Foreign Lenguages, Moscú, 1948.
- Lenin, Obras Completas, t. XXVI, Akal, Madrid, 1977.
- Idem, t. XXVII.
- Stalin, Obras, t. III, Progreso, Moscú, 1953.
- Idem, t. VI.
- Sukanov, The Russian Revolution 1917. Eyewitness Account, v. II, Harper & Brothers, New York, 1962.
Julián Sandoval
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