Centenario de la Revolución de Octubre - Una nueva fecha en la historia

Sábado, 11. Noviembre 2017

… De la guerra, del exilio, de las mazmorras, de la Siberia, vienen los delegados al Smolny que se ha convertido en un gran foro, rugiente como una gigantesca fragua con oradores llamando a las armas, el público silbando o maldiciendo, los llamados al orden, los centinelas poniendo las armas en el suelo, el correr de las ametralladoras retumbando por el suelo de cemento, cantos de himnos revolucionarios, ovaciones tronantes a Lenin que recién ha salido de la clandestinidad. Todo a gran velocidad, tenso y tornándose más tenso a cada minuto. A la diez y cuarenta de la noche del 7 de noviembre se abre la histórica reunión con tan grandes consecuencias para el futuro de Rusia y del mundo entero. Los delegados entran al gran salón de asamblea. Dan, el antibolchevique, preside la asamblea. Hace sonar la campana de orden y declara: “La primera sesión del Segundo Congreso de los Soviets está abierta”. Se vota el órgano dirigente de la asamblea. Abrumadora victoria de los bolcheviques. La anterior presidencia baja del escenario y suben los dirigentes bolcheviques. Comienzan las discusiones dirigidas por los antibolcheviques sobre las credenciales de los delegados y el orden del día. Se encantan y deleitan en cuestiones académicas y administrativas. Entonces, de repente, desde la noche, un estruendo ensordecedor pone de pie a los delegados, inquietos. Es el rugir de los cañones del crucero Aurora que bombardea el Palacio de Invierno, último refugio de pasado que se resiste a morir. Los partidos de derecha tienen largas resoluciones  que ofrecer. La masa está impaciente: “¡No más resoluciones! ¡No más palabras! ¡Queremos hechos! ¡Queremos el Sóviet!”. La gente viene a ver que se haga su voluntad revolucionaria, que el Congreso declare a los sóviets gobierno de Rusia. En este punto son inflexibles. Todo intento de oscurecer el tema, todo esfuerzo por paralizar o evadir su voluntad evoca explosiones de indignada protesta. Los mencheviques y los SR, encabezados por Mártov, protestan y acusan a los bolchevique de realizar una acción unilateral al desatar la insurrección y bombardear el Palacio de Invierno. Son abucheados. Se retiran de la Asamblea. Trotsky, en una memorable frase, declara: “Dejen que se vayan. Serán barridos al basurero de la historia”.
Cada minuto trae la noticia de nuevas conquistas de la Revolución: la detención de ministros, la incautación del Banco del Estado, apropiación de los telégrafos, la estación telefónica está en manos de los bolcheviques, ha caído el Estado Mayor de Kerensky. Uno por uno los centros de poder  están pasando a manos del pueblo. La autoridad del gobierno provisional se desmorona.
Un comisario, sin aliento y salpicado de barro, sube al estrado para anunciar: “La guarnición de Tsarskoye Selo por los sóviets. Hacen guardia en las puertas de Petrogrado”. Desde otro lugar surge una voz: “El batallón de ciclista para los sóviets. Ni un solo hombre dispuesto a derramar sangre de sus hermanos”. Krylenko sube con un telegrama en la mano: “¡Saludos al sóviet desde el duodécimo ejército! El Comité de soldados está tomando el mando en el frente norte!” Y por último, al final de la noche, la simple declaración: “El gobierno provisional es depuesto. Por la voluntad de la gran mayoría de obreros, soldados y campesinos, el Congreso de los Sóviets asume el poder…”. Todos lloran y se abrazan. Los mensajeros huyen a la carrera. El telégrafo y el teléfono zumban incansablemente. Autos partiendo al frente de batalla, señales de radio destellando a través de los mares, montañas y llanuras. ¡El mensaje se expande con la gran noticia! La voluntad de las masas ha triunfado. Los sóviets son gobierno. Afuera despunta un rojo amanecer.

Extracto de Albert “Reece” Williams, A través de la revolución rusa.

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Sábado, Noviembre 11, 2017 - 10:15

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