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Estados Unidos contra Venezuela - Avanzar en la unidad y la lucha antiimperialista

El conflicto entre Estados Unidos y Venezuela constituye uno de los episodios más relevantes de la política hemisférica del siglo XXI. Desde el ascenso del chavismo en 1999, los yanquis han desplegado una estrategia de presión diplomática, económica y militar que refleja una combinación de objetivos políticos, económicos e ideológicos, al tiempo que Venezuela se ha convertido en un centro de resistencia al orden liberal estadounidense y un aliado de potencias emergentes como China y Rusia.
El deterioro de las relaciones entre ambos países debe leerse de la larga historia de intervencionismo yanqui en América Latina, enmarcado en la Doctrina Monroe (1823) y en la Guerra Fría, que llevaron a EEUU a considerar a Latinoamérica y el Caribe como su “zona de influencia” o “patio trasero”.
Por eso, el proceso venezolano es algo digno de destacar, en especial tras la llegada de Hugo Chávez al poder quien, con su retórica antiimperialista y su proyecto de integración autónoma, desafió la estructura de poder imperial. Venezuela emergió como un actor que cuestionó el predominio estadounidense en materia energética, comercial y militar, coincidiendo con un proceso de reconfiguración del sistema internacional en el que China y Rusia adquirieron mayor protagonismo. Para EEUU este alineamiento representó una amenaza estratégica.
A partir de 2015 y particularmente entre 2017 y 2020, EEUU intensificó una política de sanciones económicas orientada explícitamente al cambio de régimen. En marzo de 2015 el gobierno de Barack Obama declaró al país una “amenaza inusual y extraordinaria” para la seguridad nacional norteamericana, lo cual significó una base “legal” para imponer medidas restrictivas.
Estas sanciones, justificadas como dirigidas contra los dirigentes gubernamentales, terminaron afectando severamente la economía venezolana al limitar la importación de alimentos, medicamentos y repuestos industriales. El congelamiento de activos CITGO, por caso, una empresa que comprende un grupo de refinadoras de petróleo que comercializa gasolina, lubricantes y petroquímicos venezolanos en los EEUU (filial de PDVESA), o la prohibición de transacciones financieras, agravaron la crisis económica del país caribeño al provocar graves efectos sociales. Pero al revés de lo pretendido por EEUU, las sanciones no produjeron una transición política, sino que endurecieron las posiciones tanto del gobierno como de la oposición, al tiempo que la presión económica alimentó la narrativa gubernamental sobre la defensa de la soberanía frente a una potencia externa.
En concordancia, la dimensión militar del conflicto fue la menos difundida públicamente, aunque a la postre resultó fundamental. En 2008, EEUU reactivó la IV Flota, encargada de operaciones navales en América Latina y el Caribe. Su presencia en el área de influencia venezolano-caribeña incrementó la percepción de cerco geopolítico. Durante los años más críticos del enfrentamiento, el despliegue de buques de guerra, aviones de reconocimiento y fuerzas especiales yanquis en el Caribe coincidió con declaraciones de altos funcionarios estadounidenses afirmando que “todas las opciones estaban sobre la mesa”. Hoy la presencia militar norteamericana resulta elocuente, aunque su cometido sea perpetrar ataques a pequeñas embarcaciones supuestamente traficantes de drogas elaboradas en Venezuela. Una verdadera fantochada.
Cambios en el tablero internacional y en los propios EEUU
La alianza militar entre EEUU y Colombia -reforzada desde el Plan Colombia de 1999- proporcionó una posición privilegiada para operaciones de inteligencia, entrenamiento y vigilancia, y aunque Colombia negó cualquier participación en planes de intervención a Venezuela, la presencia de bases estadounidenses en su territorio incrementó la tensión fronteriza y alimentó las sospechas en el país vecino. Esto funcionó como un mecanismo de presión psicológica y estratégica, reforzando la capacidad de coerción sin necesidad de recurrir al conflicto abierto.
Las administraciones de Álvaro Uribe e Iván Duque adoptaron una alineación casi total con EEUU, participando activamente en el Grupo de Lima, reconociendo al títere Juan Guaidó como presidente “legítimo” en 2019 y permitiendo la presencia militar yanqui bajo acuerdos de cooperación, política que deterioró las relaciones bilaterales con Venezuela. La situación cambió a partir de 2022 con la presidencia de Gustavo Petro. Colombia restableció relaciones, criticó las sanciones y buscó posicionarse como mediador regional, cambio que evidenció un quiebre con la estrategia estadounidense de presión y contribuyó a un clima diplomático más estable, sumando un aliado inesperado a la política antimperialista de Venezuela.
Por su parte, Cuba fue y sigue siendo el aliado político y logístico más cercano. El intercambio energético por servicios médicos y técnicos consolidó una interdependencia. Cuba denunció el intervencionismo yanqui en distintos foros regionales. Fue más allá: asumió la defensa de Venezuela y su conducción política como propia. Un artículo publicado por el New York Times asegura que Maduro ha depositado en agentes cubanos su seguridad personal y que éste, al igual que Fidel Castro, no duerme nunca en la misma cama ni utiliza siempre el mismo teléfono.
Con menos resalto Nicaragua se alineó firmemente con Caracas, rechazando sanciones y apoyando la línea antiintervencionista. Su respaldo ha operado más en el plano político y diplomático que en el económico y militar, pero refuerza el bloque local de resistencia a la presión del norte.
Por otro lado, Rusia se ha convertido en un aliado militar y estratégico fundamental. Su apoyo incluye la venta de armamento, asistencia técnica, inversiones energéticas y presencia diplomática en organismos multilaterales en la medida que Moscú percibe a Venezuela como un punto de proyección en occidente y un contrapeso a la influencia estadounidense en la región, replicando la lógica de la Guerra Fría.
China ha evitado confrontar directamente con EEUU, pero defendió el principio de no intervención al tiempo que garantizó apoyo financiero mediante préstamos multimillonarios y acuerdos energéticos y comerciales, evidenciando que para Beijing, Venezuela es un socio clave en recursos estratégicos y un espacio para expandir su influencia global.
Como contrapartida, algo a destacar es que este conflicto ha evidenciado divisiones dentro de los EEUU entre los llamados intervencionistas, pragmáticos y progresistas.
El primero de estos sectores, compuesto por halcones republicanos y parte de la diáspora venezolana en Florida, es quien promueve sanciones severas. En los hechos, los intervencionistas reconocieron a Guaidó y defendieron abiertamente la opción militar. Este sector concibe la actual disputa como un capítulo de la confrontación global contra Rusia, China y diferentes gobiernos “autoritarios”, como el de Irán.
El segundo, con mayor influencia desde 2021, es el que sostiene que las sanciones fracasaron y propone negociaciones graduales, enfatizando que el alza de precios del petróleo tras la guerra en Ucrania reintrodujo la necesidad de acuerdos energéticos con Caracas.
Por último, los legisladores demócratas progresistas liderados por Sanders y diversas organizaciones humanitarias han denunciado que las sanciones no han hecho más que agravar la crisis social, por lo que reclaman una política centrada en los derechos humanos y el diálogo.
Independientemente de los alineamientos, las disputas internas revelan una falta de consenso en la política exterior norteamericana, así como un desgaste de su legitimidad producto de los bandazos.
De esta forma, la confrontación entre EEUU y Venezuela constituye un caso paradigmático de disputa abierta tras el fin de la globalización y el surgimiento de un orden multipolar en abierta disputa. Las sanciones, la presión diplomática y el despliegue militar no lograron sus objetivos políticos y, por el contrario, reforzaron alianzas alternativas, endureciendo posiciones internas y deteriorando la estabilidad regional.
Al mismo tiempo, el apoyo de Rusia, China, Cuba, Nicaragua y Colombia está consolidando un bloque de resistencia que otorga a Venezuela margen de maniobra, aunque sin resolver su propia crisis interna, donde la oposición a Maduro representa el principal (y único) aliado de Trump, a la vez que las FFAA bolivarianas conforman el principal soporte del gobierno chavista.
Nuestro partido mantiene reservas respecto del derrotero del actual gobierno venezolano. Pero este escenario no deja lugar para las medias tintas a la izquierda latinoamericana: o cierra filas en la defensa de Venezuela frente a la agresión imperialista o sucumbe producto de la propia confusión.
Jorge Díaz
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