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El drama de los que se van
Cada dos segundos alguien es forzado a abandonar su hogar en algún lugar del mundo. En 2020 el número de refugiados, migrantes forzosos y desplazados en todo el planeta ascendió a 82,4 millones, más del doble que en 2010 y casi 3 millones más que en 2019. Las invasiones, guerras civiles, hambrunas, persecuciones raciales y religiosas son las causas de esta migración no deseada. A ello se suma la creciente violencia de género y sexual. La discriminación hacia la colectividad LGBTI se ha convertido en una causa recurrente que expulsa de sus lugares de residencia a millones: más de 70 países criminalizan las relaciones entre personas del mismo sexo, llegando en algunos casos a la pena de muerte. Marchan a la cabeza de este desastre humanitario Siria, con 6,8 millones de desplazados; Palestina, con 5,7 millones; Venezuela, 4,9 millones; Afganistán, 4,6 millones y Sudán del Sur con 4 millones.
Particularmente preocupante es la situación en Myammar (ex Birmania), en donde la comunidad musulmana rohingya vive desde hace años un verdadero genocidio a manos del ejército y grupos de budistas intolerantes. Pero la frutilla del postre es indudablemente el cambio climático: 30,7 millones de personas han huido de sus países a causa de catástrofes medioambientales, y algunos analistas estiman que para el año 2050, 1.200 millones de individuos deberán abandonar países en donde será imposible vivir. La vieja Europa, que entró a la Modernidad gracias a la explotación y esclavización de los pueblos de África, Asia y América, cierra las puertas a los miles que llegan a sus costas, sumidos en la más urgente esperanza o en la más absoluta desesperación. Lo mismo ocurre en los Estados Unidos, que niega el ingreso a los centenares de miles de mexicanos, guatemaltecos, salvadoreños y latinos de todo tipo que buscan las migajas del gran sueño americano. El primer mundo, salvo excepciones parciales, como Alemania y Turquía, resiste la "invasión migrante", y desempolva las más abyectas recetas xenofóbicas y discriminatorias, al calor del crecimiento de alternativas políticas ultraderechistas y profundamente reaccionarias. Otra era la realidad cuando el campo socialista existía y gozaba de buena salud. Pero el muro de Berlín cayó y la caja de Pandora liberó todos los males de la tierra. El desarraigo es, a no dudarlo, uno de ellos.
El capitalismo y el imperialismo en su etapa agonizante -la más salvaje-, con su tráfico de armas, sus guerras de expansión, sus empresas contaminantes, son los responsables directos de esta tragedia global. Y solo las justas rebeliones de los pueblos pondrán fin a la sangría permanente de una humanidad que se agarra a las patadas en la proa de un barco que se hunde sin remedio.
Claudio Gallo
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