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Atraso y dependencia - La deuda del nunca acabar
Argentina padece un doble mal fundante: el atraso y la dependencia, problemas que no pudieron ser resueltos por nuestra revolución burguesa, la Revolución de Mayo. Una revolución periférica y marginal dentro de un Virreinato alejado de los más importantes del imperio español: Perú, Nueva Granada y, sobre todo, Nueva España, destacándose este último por llegar a representar el 80% de las remesas de metales preciosos a la metrópoli.
Esta marginalidad fue importante porque de alguna manera el Virreinato del Río de la Plata, con sus puertos de Buenos Aires y Montevideo, representó el eslabón débil de la cadena de dominación española, con lo que, consecuentemente, la Revolución de Mayo se trató de una revolución liberal burguesa en medio de una realidad colonial con un incipiente capitalismo industrial, donde la mayor parte de la producción era agrícola, ganadera y artesanal.
De esta manera, a poco de andar -si no antes-, las Provincias Unidas pasaron de ser una colonia española a un país dependiente de las inversiones e intercambios comerciales desiguales (materias primas por manufacturas) principalmente realizados con Inglaterra, fenómeno al que hay que agregar el incipiente e interminable proceso de endeudamiento financiero que comenzó con el empréstito contraído por Bernardino Rivadavia con la casa británica Baring Brothers a fin de afianzar la centralidad portuario - aduanera y, posteriormente, la convergencia ferroviaria necesaria para el acarreo de materias primas destinadas mayormente a Inglaterra.
Así, derrotado el dominio realista, nuestra suerte como ex colonia española se perfiló en dirección capitalista, como el grueso de los países americanos. Sin embargo, a diferencia de los Estados Unidos que dejó de ser una colonia al liberarse de Inglaterra y encarar su propio desarrollo independiente, nosotros dejamos de ser una colonia feudal para someternos a Gran Bretaña, lo cual nos constituyó como país dependiente.
Seguidamente, tras un largo periodo de guerras civiles (1814 a 1880), optamos por conformar una república, contraviniendo el ideario de San Martín y Belgrano de fundar una monarquía constitucional, como la británica. Algo propio de muchos países feudales que lograron salir del atraso y convertirse en países capitalistas modernos al arbitrio de las propias monarquías y noblezas feudales en proceso de aburguesamiento, como Japón luego de la reforma Meiji, Alemania luego de la guerra Franco Prusiana, o Rusia tras la guerra de Crimea, que dio lugar a un inusual desarrollo capitalista impulsado por el propio zarismo tras la reforma liberal de 1861.
Un caso doméstico de este tipo de desarrollo lo constituyó Brasil, que luego de la derrota de la insurrección liberal de Tiradentes y tras su independencia de Portugal en 1822, vio nacer el Brasil Imperial (1822 y 1889), cuyas medidas proteccionistas, en especial durante el reinado de Pedro II, hicieron posibles el surgimiento de un capitalismo industrial propio financiado por una banca también propia, propiedades del Vizconde Mauá, una suerte de gran burgués tipo Agostino Rocca (brasilero), pero de estirpe noble.1
En tales casos, el atraso en el desarrollo capitalista que fuera capaz de asegurar la cohesión estructural de la fuerza laboral por el propio capital, fue compensado por la cohesión simbólica del proletariado establecida por la figura de algún monarca, alguna religión y el disciplinamiento coercitivo ejercido por el Estado, siendo quizás el ejemplo más elocuente de esta fórmula -a partir de las figuras del Kaiser y Bismark- la del Imperio Alemán. Ejemplo que además emparenta economías de base agraria como la argentina y alemana pero, evidentemente, con destinos capitalistas disímiles.
Por estas circunstancias no es de extrañar que en nuestro país el atraso y la dependencia sigan vigentes:
- Atraso, puesto de manifiesto en el agotamiento del desarrollismo y la sustitución de importaciones (particularmente impulsados por la burguesía nacional durante la primera mitad del siglo pasado que posibilitaron un desarrollo capitalista intermedio), la reprimarización de la estructura económica, la vigencia del extractivismo (minerales, metales, hidrocarburos), la preeminencia de los commodities en los saldos exportables (granos sin valor agregado) y la falta de inversión.
- Dependencia, demostrada en el ciclo de endeudamiento y desendeudamiento y la puesta en escena de una burguesía funcional al imperialismo conformada por un ala capituladora, filo Macri, y un ala renegociadora, filo Fernández, que hacen irrealizable cualquier proceso de desarrollo por razones históricas, estructurales y funcionales, sin considerar, claro está, algún atisbo de progreso de tipo “Estado de bienestar”, cuidado del ambiente y cosas por el estilo, aún y a pesar de los cambios de mando eventualmente venidos de Rusia o China.
En pocas palabras, de lo que trata la Argentina actual es de un capitalismo atrasado y dependiente, pero sobre todo inviable, razón por la cual solo una revolución social dirigida por la clase obrera, resultante de un proceso de luchas de calles contra la gran burguesía monopólica y el dominio imperialista, hará posible avizorar el fin de la dependencia y la superación del atraso por el progreso material y social del conjunto del pueblo. Caso contrario, el interminable pago de la deuda, el creciente empobrecimiento, el agotamiento del ambiente, etc., seguirán siendo monedas corrientes.
Jorge Díaz
1 Una consideración particular merecerían los intentos de Haití de establecer su propia monarquía tras su independencia en 1804 (que a poco de andar se reveló tan absolutista como el mal que pretendía exorcizar) y la paradoja de México, en busca de una monarquía constitucional propia luego de su independencia ocurrida en 1821, cuando ya Fernando VII había resuelto convertirse en constitucionalista hacia 1820.
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