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Acuerdo para sostener la hegemonía yanqui
Desde la implosión que sufriera la URSS y la caída del muro de Berlín, los EE.UU. buscaron aprovechar su supremacía como primera potencia económica a nivel mundial, impulsando acuerdos comerciales que liberaran las fronteras de terceros países para provecho de sus principales corporaciones comerciales, industriales y financieras, y arrasando con los derechos laborales de los países asociados. A la par de éstos, las luchas obreras y populares se intensificaron y en algunos casos le pusieron fecha de vencimiento.
Así, en 1994 nació el TLCAN (Tratado de Libre Comercio de América del Norte) o NAFTA, sellado entre EE.UU., Canadá y México. El mismo día en que el tratado entraba en vigencia, miles de indígenas se alzaban en armas en Chiapas, en una rebelión que aún hoy sigue en pie. En 1995 se crea la Organización Mundial de Comercio (OMC), como paraguas global para la hegemonía neoliberal estadounidense.Desde su nacimiento no hubo reunión de este organismo que no se hiciera famosa por los combates callejeros librados en las calles aledañas. Los medios de comunicación hablaban en su momento del movimiento de “globalifóbicos”. En la misma línea, en estos días se cumplen 10 años del certificado oficial de defunción del ALCA (Área de Libre Comercio de las Américas) en Mar del Plata, movilización de la que el PRML participara activamente. Una vez frustrado el tratado para toda América, EE.UU. se tuvo que conformar con firmar acuerdos bilaterales (TLC’s) con varios países latinoamericanos. El TPP que está en marcha muestra objetivos vinculados a una lectura geoestratégica actualizada.
Si bien por un lado EEUU está embarcado en la firma de un acuerdo transatlántico con los miembros de la UE (TTIP), y otro referido a servicios (TISA) junto a 50 países, donde mayor énfasis viene poniendo la administración Obama es en avanzar con el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica, que está siendo negociado en secreto desde hace no menos de siete años entre EE.UU., Australia, Nueva Zelanda, Brunei, Canadá, Chile, Japón, Malasia, México, Perú, Singapur y Vietnam. El TPP constituiría el mayor acuerdo comercial regional de la historia, que englobaría a un 40% del PBI mundial (30% de las exportaciones y 25% de las importaciones). De lo que se ha logrado filtrar, se sabe que contiene 26 capítulos que incluyen: aduanas, servicios transfronterizos, telecomunicaciones, compras públicas, políticas de competencia, cooperación y desarrollo de capacidades, inversiones, servicios financieros, regulaciones ambientales y derechos de propiedad intelectual.
Las compañías farmacéuticas estadounidenses son algunas de las principales impulsoras de este acuerdo, por lo que uno de los puntos más resistidos por los demás miembros es el que extiende casi indefinidamente la validez de los patentamientos, acabando con el acceso público a los medicamentos conocidos como genéricos. Se incluyen sistemas de arbitraje de diferencias entre estados y empresas (ISDS, por sus siglas en inglés) por los que los inversionistas extranjeros adquieren nuevos derechos para demandar a los gobiernos nacionales en arbitraje privado vinculante en casos de que existan reglamentos que ellos consideran como un factor que disminuye la rentabilidad esperada de sus inversiones, y la obligación de compensar a las empresas por “pérdidas de ganancias esperadas”. Y esto son sólo algunos adelantos que grafican la tónica del proyecto. Una vez que el acuerdo tenga su redacción final debe ser aprobado por los parlamentos de cada país miembro, eso sí, se aprueba o se rechaza, pero no hay posibilidad de modificaciones.
Sin embargo, lo principal no pasa sólo por las ventajas comerciales para los EE.UU. El principal apuro está en que China ya se convirtió en primera potencia comercial del mundo (es el primer exportador y el segundo importador), avanza rápidamente en sus inversiones en África y América Latina, y va camino a ser la primera potencia económica del mundo. Obstaculizar esta consolidación de la potencia de oriente es la principal razón detrás del TPP.
El déficit comercial creciente de EE.UU. contrasta con el superávit comercial de China, y la apuesta preparara el terreno para poder competir con China en sus propias áreas de influencia. El sudeste asiático es una de las zonas más dinámicas del mundo y constituyen un nicho casi exclusivo para las multinacionales chinas en plena expansión. Acaudillado por China, la RCEP (Asociación Económica Integral Regional) aglutina el 46 % de la población mundial, con un PIB conjunto de 17 billones de dólares y un 40% del comercio mundial, incluye las 10 naciones de ASEAN más China, Japón, Corea del Sur, India, Australia, y Nueva Zelanda. Allí está el epicentro de la disputa -por ahora- comercial entre las dos grandes potencias que protagonizan el escenario mundial.
L. F.
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