En marzo de 1971 se dieron una serie de movilizaciones y enfrentamientos que posteriormente se conocieron como "el Viborazo" o "segundo Cordobazo".
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En la base de la desaceleración de la economía mundial y de las devaluaciones de China y Brasil se encuentra la sobreproducción, la caída de la tasa de ganancia del capital y la disputa interimperialista por los mercados. Ni el empuje del crecimiento económico de China ni el de Brasil logran escapar a la teoría del valor marxista. El mundo está abarrotado de mercancías. Sin detenernos en la coyuntura, repasaremos la explicación que da Marx de las crisis periódicas e inevitables del capitalismo.
Las crisis económicas dentro del capitalismo son crisis de superproducción. ¿Qué significa esto? Que las mercancías, bienes y servicios que se producen no tienen compradores, entonces se acumulan como stock. Las mercancías se producen en demasía, se acumulan y lo que en tiempo de crecimiento económico se vendía en una semana, en el momento de crisis hay que esperar un mes, por ejemplo, para que se venda. Esto fuerza a que la producción se haga más lenta o que directamente se pare. Un ejemplo muy concreto son las suspensiones por varios días que las empresas les dan a los trabajadores por la caída de sus ventas. De seguir la crisis las fábricas cierran y despiden a los obreros. Se reduce el salario y baja el consumo de esos bienes que siguen acumulados. Los productores que han pedido créditos para producir -comprar materias primas, alquilar edificios y contratar trabajadores-, no pueden pagar esos créditos a los bancos y entidades financieras porque no venden lo que ellos mismos han producido. Por consiguiente se rompe la cadena de crédito: los bancos que prestaron plata quieren cobrar sus intereses, las empresas se declaran en quiebra, los bancos rematan los edificios y los máquinas, pero incluso no logran reembolsar lo que han prestado. Además, como la producción está en caída nadie toma créditos para producir y los bancos tampoco pueden vender “su” mercancía que es el dinero: es decir, no pueden prestar dinero a crédito a cambio de un interés por un determinado tiempo y ya no son un negocio rentable y por tanto también despiden trabajadores y finalmente quiebran. La caída en las ganancias de los bancos, las entidades financieras y las industrias arrastra en su caída a la bolsa de valores. La cotización de las acciones de esos mismos bancos y entidades financieras cae por el piso. La economía toda entra en una caída de su nivel productivo, lo que conocemos como recesión. La clase trabajadora ve mermar su capacidad de consumo por los despidos y la caída de sus salarios y gran cantidad pasa a engrosar el contingente de los desocupados.
La gran paradoja de la crisis de superproducción es que los bienes que llenan los depósitos de las fábricas y las empresas (autos, herramientas, medicamentos, alimentos, ropa, calzado, etc.) no pueden ser vendidos porque no pueden ser comprados por la clase trabajadora. Aquí radica la más grosera contradicción interna del modo de producción capitalista: la masas de hombres, mujeres y niños que trabajaron para producir los productos que desbordan los depósitos no puede acceder a ellos. Veamos un ejemplo concreto: La clase trabajadora mundial produce comida para alimentar 12.000 millones de personas (un aporte de 2.700 calorías diarias). La población mundial actual es de algo más de 7.200 millones, es decir, se produce comida casi para alimentar al doble de los habitantes del planeta. Sin embargo 870 millones de personas pasan hambre y 6.000.000 (seis millones) de niños menores de 5 años mueren de hambre, según datos oficiales de 2015 de la FAO (Food and Agriculture Organization).
Valor de uso y valor de cambio
Hay varios factores que están en la base de las crisis capitalistas de superproducción, entre ellos la composición orgánica del capital y la ley de caída tendencial de la tasa de ganancia, temas que exceden a este artículo. Por lo tanto trataremos de forma sumaria un tercer aspecto que ya se prefigura desde el primer capítulo del tomo I de El Capital, a saber, la diferencia entre valor de uso y valor de cambio de la mercancía. En la progresiva separación e independización de ambos está el germen de la crisis económica de superproducción capitalista.
La mercancía se presenta como una unidad en la que subsisten en su interior el valor de uso y el valor de cambio, es decir, sirve para satisfacer una necesidad del hombre y el productor no la produce para su uso personal sino que la destina al intercambio. El valor de uso de una mercancía está dado por su contenido material y son diferentes entre sí: si yo tengo sed no compro una silla, compro una botella de agua. El valor de cambio de una mercancía se manifiesta en forma cuantitativa con otra mercancía en un primer momento de la historia: un hacha “vale” 20 kilos de trigo. El valor de cambio del trigo es 1 hacha y el valor del hacha son 20 kg de trigo. Esto lo conocemos como trueque. Ahora bien, ¿cómo es posible comparar medidas tan distintas y productos tan diferentes? Sólo es posible equiparar dos mercancías diferentes en cantidades diferentes mediante un factor que esté en la base de todas las mercancías y que las constituya: esto es el trabajo humano, el trabajo socialmente necesario para producir cada una de las mercancías.
(Segunda entrega en no transar 101 - octubre 2015)
Roberto Craviotto
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