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En estos días se han dado a conocer las últimas cifras del INDEC sobre pobreza e indigencia, y los números son espantosos. Debemos aclarar que éstos son relativos, pues no queda claro cuál es la cantidad real de habitantes de nuestro país. Sin embargo, tomando la cifra más difundida, de 45.380.000 personas, la pobreza, que alcanza al 40,6%, arroja la increíble realidad de 18.425.000 pobres. En cuanto a la indigencia, está en el 10,7% es decir 4.855.000 de personas. Debemos prestar especial atención a los niños y jóvenes, ya que entre ellos la pobreza es del 54,3%. El 31,2% de los hogares son pobres y el 8,2% son indigentes.
Semejante monstruosidad, en un país potencialmente rico, que se autoabastece de alimentos, y que produce en exceso para 300.000.000 de seres humanos, que cuenta entre sus recursos naturales estratégicos con petróleo y gas, amén de tener acceso al acuífero guaraní -el reservorio de agua dulce más grande del mundo- y que, como si esto fuera poco, posee uno de los yacimientos de litio -el combustible del futuro- más importantes, parece una locura. Y lo es si agregamos que la canasta básica de alimentos para una familia tipo está en aproximadamente $ 68.000 y los ingresos familiares promedian los $ 38.000.
Según la UCA, durante la pandemia se perdieron alrededor de 1.000.000 de puestos de trabajo, alcanzando la desocupación al 13,9%, el subempleo el 14,5% y el empleo precario al 27,9%. Existen en el país 3.300.000 monotributistas y solo el 43,7% de la población económicamente activa (PEA) tiene un "trabajo pleno", en blanco, con aportes patronales, aguinaldo, vacaciones, cobertura de salud, etc. Pero no todos pierden. En el 2020 la ganancia neta de Molinos Río de la Plata, una de las principales exportadoras de cereales y harinas, fue de $1.746 millones. Nada comparado con lo que ganó Molinos Agro, del grupo Pérez Companc, la friolera de $7.132 millones en el primer trimestre de este año. Pero la frutilla del postre se la llevó, indudablemente, la banca privada, que está privada de cualquier cosa menos de ganancias: $121.000 millones en 2020.
Por otra parte, los 50 más ricos de Argentina acumulan una fortuna personal de USD 46.440 millones, originando el 14% del producto bruto interno y empleando directamente a 163.000 personas.
Queda claro entonces que hay dos Argentinas. Una, la de los trabajadores y el pueblo empobrecido; otra, la de una clase social parasitaria y explotadora que se revuelca en el privilegio y la corrupción. Es evidente también que la pobreza y la indigencia proceden de la falta de trabajo y del empleo precario y mal remunerado. Y ambos se originan en el cambio de matriz productiva que comenzó en los 90 del siglo pasado, en donde el Estado se retiró del control de sus recursos naturales a favor de un puñado de grandes patronales nacionales y extranjeras. Todo ello atado al carro vergonzante de una deuda externa fraudulenta, cuyo pago es un acto litúrgico para todos los gobiernos, sean del signo político que sean.
El ajuste llevado adelante por Alberto Fernández y su equipo, traducido en subejecución de partidas presupuestarias y plata para el FMI y no para las necesidades básicas del pueblo, abona el camino para el crecimiento de la bronca y la organización populares. Los resultados de las PASO de septiembre marcan una gigantesca disconformidad. Solo cambios profundos, revolucionarios, de confiscaciones y desconocimiento de deudas leoninas, podrás dar una solución satisfactoria a las urgencias de aquellos y aquellas que no tienen pan, ni techo, ni educación, ni salud, ni acceso al entretenimiento. Solo de la mano de nuevas rebeliones populares podremos comenzar a desandar esta historia trágica a la cual nos quieren condenar los poderes reales. Claudio Gallo
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