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Cuba a la vanguardia de la lucha contra la Covid - 19
A poco de iniciada la pandemia del SARS CoV2 muchos advirtieron que la misma requeriría un nuevo tipo de conocimiento científico. En los campos de la medicina, la epidemiología, la infectología, la medicina interna y también la farmacología, observaron que el arsenal de conocimientos disponibles no sería suficiente para enfrentar el problema. Un problema que no sólo trascendía lo estrictamente biológico para proyectarse a lo económico, político, jurídico, ideológico, etc. Llamativamente algunos países con escasos recursos dieron rápidas respuestas y lograron controlar el avance de la enfermedad evidenciando el logro en un bajo número de casos y muertes, como Vietnam o el estado de Kerala en la India, siendo sus secretos la solidaridad, la movilización popular y la intervención de sus respectivos partidos comunistas, quienes aportaron cuadros, organización, logística, recursos y toda la ofensiva que hizo falta para salirle al cruce a la enfermedad.
Un caso emblemático fue y sigue siendo Cuba. Sin dudarlo, el Estado junto al pueblo cubano contuvo la pandemia en la isla y, además, ofreció y brindó ayuda a todo aquel que la solicitó, apelando a su vasta experiencia en desplegar brigadas sanitarias internacionales y sus conocidos modelos de medicina familiar y de barrios adentro. Pero no se durmió en sus laureles ni en el merecido reconocimiento realizado por Italia, por ejemplo, quien en el momento más crítico de la pandemia recibió personal de salud, equipos y medicamentos cubanos para enfrentar la Covid-19. Humildemente avanzó en el desarrollo de medicamentos específicos y también en el desarrollo de vacunas, al día de hoy con cuatro emprendimientos: Soberana 01, Soberana 02, Mambisa y Abdala.
Según ha trascendido, los cuatro candidatos contra la Covid-19 se desarrollan fundamentalmente como “vacunas de subunidades”, uno de los enfoques más económicos para el cual Cuba tiene mayor conocimiento práctico e infraestructura. Las vacunas de subunidades pertenecen a una nueva generación de vacunas diseñadas a partir de componentes de virus o bacterias capaces de desencadenar respuesta inmunitaria sin peligro tanto de padecer la enfermedad como de tener efectos adversos debido a que sólo presentan los antígenos específicos, en este caso del SARS CoV2, sin otros componentes potencialmente patógenos. Según el Registro Público Cubano de Ensayos Clínicos, las “soberanas” se desarrollan en el Instituto Finlay de Vacunas, mientras las otras dos (Mambisa y Abdala) en el Centro de Ingeniería Genética y Biotecnología, contando como fuentes de financiamiento el Fondo Cubano para la Ciencia e Innovación del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente.
Más allá de lo técnico-conceptual, estás vacunas se inscriben en el modelo cubano apuntado tanto a su población como a la solidaridad internacional que identifica a la salud pública bajo el sistema socialista. Así, mientras para los cubanos, sin excepción, la vacunación será gratuita y de acceso universal a través de un sistema de salud integral, para el resto de los países de la región las vacunas cubanas serán puesta a disposición a partir de un acuerdo de cooperación con la Organización Panamericana de la Salud, según lo afirmado por José Moya, representante de este organismo en la isla.
Los proyectos cubanos no son sólo una muestra de “voluntarismo” sin sustrato. La ciencia inmunológica cubana cuenta con un largo historial de más de dos siglos de desarrollo. En 1923, a 119 años de que el doctor Tomás Romay iniciara la vacunación antivariólica, se declaró erradicada la viruela en Cuba, hecho que supuso un largo camino recorrido a partir de 1804 tras la creación de la Junta Superior de Vacunación. En 1867, 40 años antes que en España, el médico español Vicente Luis Ferrer González, Secretario de la Junta de Sanidad, logró convertir en ley muchas medidas relacionadas con la inmunización, como la vacunación obligatoria ejecutada por cualquier médico registrado y por un reducido cuerpo de vacunadores vinculado a las autoridades civiles. A Ferrer se debe, entre muchos otros aportes, la fundación del Instituto Práctico de Vacuna Animal de Cuba y Puerto Rico ocurrido en 1868, primer instituto de su tipo en América, hecho que puede considerarse como el nacimiento de la inmunología veterinaria cubana. Dicho centro no fue concebido sólo como una fábrica de vacunas, sino, además, como una institución de investigación y desarrollo.
Pero no sólo se desarrollaban investigaciones y acciones contra la viruela. En 1850, en la Casa de Salud Garcini se ensayó una vacuna contra la fiebre amarilla, enfermedad frente a la cual la ciencia cubana también fue pionera. En medio de la guerra de liberación iniciada en 1868 contra el colonialismo español, del seno de las tropas mambisas emergieron varias figuras del gremio médico con responsabilidades en la sanidad militar insurgente y valiosos aportes y servicios a la salud pública cubana una vez finalizada la contienda. Las tropas mambisas (de donde proviene la denominación de la candidata vacunal Mambisa) estaban integradas por guerrilleros independentistas dominicanos, cubanos y filipinos, que participaron en la guerra restauradora de la República Dominicana y por la independencia de Cuba y Filipinas. Precisamente, en 1871, en medio de la conflagración y con el objetivo de promover y educar acerca de la inmunoprofilaxis, Vicente Ferrer publicó la revista "El propagador de la Vacuna".
Sin embargo, la figura emblemática de la ciencia inmunológica fue Carlos Finlay, a quien se recuerda cada 3 de diciembre (el día del médico), quien durante este periodo inició diferentes estudios de inmunología que acompañaron y apoyaron su universal hallazgo referido a la transmisión vectorial de la fiebre amarilla por el vector Aedes, descubrimiento que dio por tierra con la denominada teoría miasmática. Las conclusiones de sus trabajos "Fiebre amarilla experimental comparada con la natural en sus formas benignas" y "Estadísticas de las inoculaciones con mosquitos contaminados en enfermos de fiebre amarilla", revelan su intención de encontrar formas de inmunizar contra la infección.
En todos estos ensayos están los elementos que hoy clasifican como transferencia pasiva de anticuerpos y terapia celular adoptiva, en los cuales Carlos Finlay en colaboración con Claudio Delgado Amestoy, se anticiparon a los hallazgos de von Behring, Roux y otros investigadores europeos.
Otro hecho de suma relevancia en esos años fue la creación del Laboratorio Histobacteriológico e Instituto Anti-Rábico de la Crónica Médico-Quirúrgica de La Habana, el cual envió investigadores a París para entrenarse en los métodos inmunoprofilácticos desarrollados por Pasteur. Allí se formaron en la producción de la vacuna antirrábica y en diversas técnicas bacteriológicas. Al cabo de poco tiempo este laboratorio, además de la vacuna antirrábica, producía sueros antiestreptocóccicos, antidiftéricos y antitetánicos para su aplicación en humanos, y también se ensayaban sueros contra la lepra y el cáncer. Simultáneamente, a nivel veterinario, se fabricaron algunas vacunas contra el carbunco, cólera y neumonía infecciosa de los cerdos.
Con idéntico espíritu hacia 1890 los tabacaleros de Santiago de Cuba recaudaron fondos para enviar a Eduardo PadróGriñán a Alemania, con el objetivo de entrenarse con Robert Koch en el enfrentamiento a la tuberculosis, acción que dio lugar, al año siguiente, a la fundación del primer instituto de investigación en TBC, siendo la antesala de la erradicación de la tuberculosis, frente a la cual, en 1928, Alberto Recio comenzó la preparación de la vacuna BCG para su uso masivo.
Hacia 1902, a partir de los estudios de Finlay, Arístides Agramonte evaluó la eficacia terapéutica del suero de sujetos convalecientes de fiebre amarilla en La Habana y Veracruz (esquema terapéutico actualmente empleado contra la Covid-19).
Pero Cuba no se detenía. En 1911 Juan Guiteras Gener, entonces Director Nacional de Sanidad, envió a Alberto Recio Forns a los Estados Unidos para aprender con Russell el proceso de producción de la vacuna antitífica. En 1912, comenzó la vacunación antitífica en el Ejército Nacional, actividad en la que Cuba una vez más fue pionera en América Latina.
Sin embargo, la inmunología cubana no sólo avanzaba en la inmunoterapia pasiva y activa. En 1917 Braulio Sáenz Ricart publicaba su monografía sobre una enfermedad autoinmune titulada "Lupus eritematoso, exantemático generalizado", enfermedad hoy común pero de la que en dicho momento sólo se conocían 12 casos en la literatura médica mundial, y también del Síndrome de Béguez-Chediak-Higashi. Junto a esto, las incompatibilidades sanguíneas entre el feto y la madre, de naturaleza inmunológica, fueron descritas en Cuba por Arturo J. Aballí García-Montes.
Ya hacia 1955 Castellanos y Beato vacunaron por vez primera en Cuba contra la poliomielitis. La vacuna de Salk se introdujo en el Hospital Infantil Municipal de La Habana, mientras que en 1958, Agustín Castellanos hizo uso de la vacuna oral de Sabín.
Tras el triunfo de la Revolución Cubana de 1959, la inmunología dio un salto espectacular, del cual hoy sus propias vacunas incluidas en el calendario respectivo son un fiel testimonio de un recorrido que acredita que los proyectos anti Covid-19 no son un invento salido de un repollo, exento de ensayos y errores por supuesto, sino un claro logro del socialismo.
Eduardo Maturano
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