Son camino que empieza y que nos llama
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El 1 de octubre de 1949 se declaraba la República Popular China.
Esta proclamación era el corolario de la larga lucha revolucionaria del pueblo chino. Quedaban atrás los años de la guerra de resistencia contra la invasión japonesa, en el marco de la Segunda Guerra Mundial, expulsado del suelo chino en 1947, continuada por la guerra civil entre nacionalistas y comunistas que tuvo su final con la entrada del Ejército Popular de Liberación en las ciudades de Nankín, Shangai y Cantón.
El Partido Comunista Chino, vanguardia de la revolución, había sido fundado en 1921 al calor de las luchas nacionales que se desarrollaban en ese país, y bajo el influjo de la Revolución Rusa de 1917. Desde sus comienzos, el PCCh había pasado por distintas concepciones estratégicas. Primero fue la “copia” del modelo soviético; luego, la búsqueda de la alianza con el partido de la burguesía nacional -el Kuomintag-, etapa que no estuvo exenta de cierto seguidismo. El entusiasmo de sus militantes aun no encontraba correlato en la adopción de una correcta interpretación de la realidad china y de las leyes para la revolución que de ella se desprendían.
Fue bajo el liderazgo de Mao Tsetung que está cuestión comenzó a encontrar su cauce justo. El proletariado era la clase dirigente de la revolución, pero su debilidad cuantitativa hacía que debiera darse una política hacia la fuerza más numerosa, el campesinado. El esquema del centro en las ciudades va dejando paso a otro donde lo determinante pasa por el campo (del campo a la ciudad), elaborándose así la línea de la guerra popular y prolongada: el asentamiento de zonas liberadas, el constante desplazamiento, la táctica de la guerra de guerrillas para hostigar al enemigo en la fase de la defensa estratégica, avanzando hacia el equilibrio de fuerzas y luego a la ofensiva. Se le dio forma así a la estrategia adecuada para un país semicolonial y semifeudal, con relaciones sociales atrasadas, tareas nacional burguesas truncas y en permanente disputa por parte de las potencias imperialistas.
De esta concepción surgió la necesidad de forjar las herramientas adecuadas para darle salida: nació así el Ejército Popular de Liberación, como herramienta político-militar para albergar en su seno a grandes masas de combatientes populares.
En los años ’30, durante las intensas represiones que el Kuomintang (ya definitivamente volcado hacia la derecha bajo el liderazgo de ChianKai-shek) desataba sobre los comunistas, el PC forjó su temple revolucionario en la “Larga Marcha” de 1934, un recorrido de repliegue hacia el interior del país durante más de un año y 12.500 kilómetros. La lucha por la construcción del partido, el frente y el ejército son estudios insoslayables, y el espíritu de sacrificio, la humildad, y la fe inquebrantable en el marxismo leninismo, así como la disciplina y la creatividad a la hora de enfrentar las tareas fueron pilares fundamentales sobre los cuales Mao forjó aquel partido.
Con la declaración de la República Popular tras la derrota de Chiang (quien con sus fuerzas se replegó en la isla de Taiwán), se puso fin a siglos de feudalismo, se terminó con la propiedad de los grandes terratenientes, se alfabetizó al pueblo y se puso fin al hambre y la opresión de las masas chinas.
Este inmenso triunfo es tributario del igualmente inmenso esfuerzo que había realizado la Unión Soviética en la guerra contra el fascismo. La amistad chino-soviética de aquellos años dio lugar a la famosa sentencia de que “un tercio de la Humanidad había elegido al Socialismo”. De aquellos años fue también el apoyo de la naciente República Popular a la guerra revolucionaria que libraban sus hermanos coreanos, en la cual se enfrentaron al imperialismo yanqui entre 1950 y 1953, en el comienzo de la “Guerra Fría”.
La relación política entre Mao y Stalin fue en lo fundamental de amistad, pero no estuvo exenta de contrapuntos alrededor de las características de la revolución china. Tras la muerte de Stalin en 1953, Mao mostró cierta expectativa en el recambio encabezado por NikitaJrushov. Sin embargo, ya hacia el final de la década comenzó a observar el comienzo en la URSS de un proceso de revisión del alma misma de los ideales revolucionarios, algunos apoyados sobre errores cometidos y otros minando la revolución desde dentro. Es así que a comienzo de los años sesenta denunció el abandono de la revolución que había realizado la URSS.
La “polémica chino-soviética” dio lugar a un debate a nivel mundial entre los comunistas, y se inició el proceso de formación de nuevos partidos que rescataran al marxismo-leninismo de la deriva revisionista en la que cayeron los PC “oficiales”. En nuestro país, Vanguardia Comunista apareció en 1965 parándose en esta batalla del lado de la defensa de la revolución. Varios de sus dirigentes, como Elías Semán y Rubén Kriscautzky, visitaron China y tomaron nota de aquello de ser semilla, plantarse en las masas y florecer en ellas.
La política internacional china buscaba darle impulso a los partidos revolucionarios y a los procesos de liberación en los países del “tercer mundo”. La caracterización de la URSS como “socialimperialista” tuvo la consecuencia de poner en pie de igualdad a los yanquis y a los soviéticos, llegando a afirmar por momentos que los últimos representaban un peligro mayor para la paz mundial. Es una línea que merece ser revisada, no sólo al calor del período de dominio unipolar yanqui tras la caída del campo socialista en Europa, sino también por la táctica que ello implicó hacia ciertos procesos alineados a la URSS, como las revoluciones cubana y vietnamita o la presidencia de Salvador Allende en Chile.
En esa elaboración política, corresponde asignarle a Mao un acierto de alcance estratégico: la concepción según la cual la burguesía puede ser derrotada por la revolución, pero no está vencida como fuerza, y puede anidar con sus ideas al interior del partido en el poder. Este proceso que había caracterizado para la URSS, también lo vivió en carne propia, con el alza de la línea revisionista en el seno de la dirección china. En esa dirección lanzó una serie de medidas sin precedentes tendientes a combatir a la burguesía dentro de la revolución, lo que pasó a la historia como la Revolución Cultural. Este proceso que durante casi diez años sacudió la sociedad china fue sin lugar a dudas el estado más alto que ha dado el desarrollo de la humanidad por la construcción de un mundo comunista, más allá de como haya terminado aquel proceso.
La muerte de Mao tras una larga enfermedad dio pie a que los sectores que había combatido tomaran nuevamente las riendas y llevaran a China por el camino del desarrollo de la mano de las inversiones extranjeras y la explotación. El final de la década del ’70 vio nacer el “socialismo con características chinas”, eufemismo para una política revisionista encabezada por DengXioping que se fue profundizando hasta el día de hoy, en donde China disputa su influencia en el mundo con los rasgos propios de una potencia imperialista.
Las enseñanzas de este proceso son miles, los caminos de los pueblos explotados por liberarse de la opresión serán largos y difíciles, y la historia del pueblo chino es muestra de ello, así como también que todos los imperialistas son tigres de papel, y el pueblo tiene en sus manos la posibilidad de derrotarlos.
Luchar, fracasar. Volver a luchar, ser derrotados, volver a luchar y así hasta la victoria final, esta es la lógica del pueblo. A 70 años de la Revolución China, las ansias de liberación del pueblo están más vivas que nunca.
Carlos Quiroga
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