El 22 de agosto de 1972, en la base Almirante Zar de Trelew, la dictadura de Lanusse fusiló a 19 militantes presos, todos ellos de organizaciones político-militares: ERP, FAR y Montoneros.
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El movimiento ocurrido entre marzo y junio de 1968, conocido como Mayo Francés, marcó el punto culminante en la sociedad gala -de rechazo a la burguesía por parte del movimiento estudiantil y la clase trabajadora-, luego de una serie de reveces sufridos por el viejo régimen colonial, el cual alcanzó su máxima expresión durante la primera mitad del siglo XX, momento en el cual el Estado francés mostró su verdadero rostro, el cual no fue precisamente el de una república sino, más bien, el de un descarado fascismo.
Efectivamente, pese a ser parte del bloque de los “aliados” durante la Segunda Guerra Mundial, Francia fue una de las potencias derrotadas por la Alemania nazi gracias a la política colaboracionista de Vichy, quien se rindió al solo efecto de mantener los privilegios de la burguesía y la supervivencia arquitectónica de París, sin medir las consecuencias que tal capitulación tendría en la conciencia de los franceses. Este hecho, magistralmente retratado por Jean Paul Sartre en la República del Silencio, motivó que Charles De Gaulle, el general más encumbrado de la resistencia francesa en el exilio, no fuera -por la abierta negativa de Stalin- parte de los acuerdos de Yalta y Potsdam, donde se dieron cita los líderes de las potencias vencedoras de la contienda.
De hecho, el carácter fascista del Estado francés, es decir, de ser genuflexo ante los poderosos y sanguinario ante los indefensos, se tornó en un tema recurrente antes, durante y después de mayo de 1968; por caso, durante el famoso debate de 1972 entre Michel Foucault y los maoístas a propósito de los tribunales populares contra la represión policial hacia los obreros y estudiantes.
Y es que Francia, aún con De Gaulle en el poder luego del restablecimiento de la paz, buscó una y otra vez restaurar el dominio imperial sobre las viejas colonias, soslayando el revés en Indochina, donde fue derrotada en 1954 por el ejército de Ho Chi Minh al mando de Vo Nguyen Giap, y también de Argelia, cuya resistencia conquistó la independencia en 1962 tras experimentar la tortura francesa como método regular de sometimiento, en particular contra el Frente Nacional de Liberación.
Dado este recorrido, llama la atención que Francia siempre fuera reconocida por representar los valores de la Revolución de 1789 contra la monarquía absolutista, perdiéndose de vista su ulterior papel imperial, similar al de Estados Unidos luego de la declaración de la independencia. En tal sentido, es poco sabido que su régimen de dominio imperial sirvió de modelo a los sectores más reaccionarios, como las dictaduras de Videla y Pinochet, quienes de la mano de instructores militares franceses adoptaron los métodos de terror aplicados por Francia en Argelia1, o la campaña del desierto que inspiró a Sarmiento durante su visita al Sahara donde afirmó que“diez árabes no quedan sumisos al gobierno francés, i ciento veinte mil soldados bastan apenas a apagar con sangre este vasto incendio, que parece haber estallado intuitiva i simultáneamente en cada punto de la Arjelia, atizado en el hogar de cada tienda, por el soplo de cada hombre que lleva albornoz” (Domingo Faustino Sarmiento. Viajes por Europa, África y América, 1845-1: 144. Biblioteca Virtual Universal).
Sin embargo, más insólita resulta la colaboración del revisionismo con tal forma de dominación; por caso, la del Partido Comunista francés, quien pese a haber jugado un papel fundamental durante la resistencia contra la ocupación nazi, careció de proyecto revolucionario dejando la mesa servida a la restauración imperial y se sumó al gobierno colonialista burgués durante la posguerra. Como es sabido, Charles De Gaulle llegó a compartir con dicha izquierda no sólo el poder, sino, fundamentalmente, la concepción de que el Estado debía servir para recuperar el régimen capitalista más allá de lo que pudiese aportar el Plan Marshall. Así, a lo largo de 30 años, fueron estatizados la industria automovilística, el transporte aéreo, las minas de carbón, el gas, la electricidad y la banca, convirtiendo al Estado francés en el principal productor y empleador del país. Sin embargo, lejos de adquirir un carácter socialista, estas nacionalizaciones no implicaron una modificación del régimen productivo. Por el contrario, las empresas conservaron su autonomía competitiva.
De la mano del banquero Jean Monnet la planificación estatal apuntó a guiar la producción antes que a controlarla. De esta forma, entre 1949 y 1969 la industria se renovó de manera total aumentado su competitividad en el escenario internacional. Como resultado, las exportaciones industriales aumentaron en un 5,5%, haciendo que Francia se convirtiera en una potencia industrial de primer orden.
Sin embargo, simultáneamente, el déficit fiscal comenzó a salirse de control afectando al denominado Estado de bienestar. Los primeros síntomas de un grave deterioro se verificaron en el crecimiento de la desocupación haciendo que la juventud se viera particularmente afectada. Por dicho motivo, en 1967 fue creada la Agencia Nacional de Empleo, la cual no pudo evitar que al año siguiente los desempleados sumaran 500 mil trabajadores, en su mayoría jóvenes, al tiempo que 2 millones de asalariados cobraran el salario mínimo interprofesional y los sueldos reales cayeran en picada, acarreando indignación en la población.
En dichas circunstancias, en las afueras de las grandes ciudades se habían extendido las barriadas pobres denominadas villas de latas (bidonvilles), siendo la más poblada la de Nanterre, con más de 14.000 habitantes, la cual se encontraba justo al frente de la Universidad de donde surgieron los primeros movimientos estudiantiles de 1968, denominados “Rabiosos de Nanterre”, entre ellos Guy Debord, René Viénet, René Driesel, Raoul Vaneigem y Mustapha Khayati, quienes organizaron el primer comité de ocupación de la Sorbona. Simultáneamente, en las fábricas, se hablaba de explotación y lucha de clases a partir del rol jugado por los militantes maoístas (Juventud Comunista Revolucionaria, Unión de la Juventud Comunista Marxista-Leninista y Comités Vietnam de Base). Aunque en su inmensa mayoría el movimiento resultó fundamentalmente espontáneo y llegó a sumar más de 10 millones de trabajadores en pie de lucha.
Dicho escenario marcaba, a la vez, la potencialidad y el límite de cualquier perspectiva insurreccional: un partido comunista (el mayor PC de occidente) entreverado con el poder burgués y enfrentado a la “ultra izquierda”, generando así un gran desconcierto y desaprobación entre las masas, una vanguardia escasa concentrada en las asambleas estudiantiles, el teatro Odeón, el barrio latino y los comités de fábricas que impulsaban ocupaciones, como la de Renault y, junto a ella, un movimiento de masas multitudinario peleando por conquistas valiosas, aunque inmediatas, como las asimilaciones entre machismo y racismo sostenidas por Simone de Beauvoir desde una perspectiva feminista, aunque sin un planteo firme de lucha por un poder revolucionario.
De esta forma, después de un mes de manifestaciones, huelgas, ocupaciones, encarcelamientos masivos y muertes de activistas, el 27 de mayo de 1968 las centrales sindicales firmaron los Acuerdos de Grenelle con el gobierno de Georges Pompidou, donde éste aceptaba la creación de comisiones gremiales internas en las empresas, un aumento promedio del 10% del salario real y un reajuste del 35% del salario mínimo, lo cual significó la lenta disolución del levantamiento.
A 50 años de estas jornadas de lucha la importancia del Mayo Francés sigue vigente, fundamentalmente por sus enseñanzas: la crisis del fascismo como forma de existencia social y su derrumbe producto de la propia crisis del Estado imperial a partir de las luchas anticoloniales, estudiantiles y obreras que llegaron a tocar el cielo con las manos en el centro mismo de Paris, aunque no alcanzaron para conquistar el poder y abrir paso al socialismo en un país capitalista de primer orden.
Jorge Diaz
1 Film documental Escadrons de la mort, l'école française de Marie-Monique Robin de 2003, libro homónimo de la Découverte, en 2015).
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