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La guerra del oro
El factor determinante de las guerras mundiales vividas en el siglo XX fue la búsqueda por parte de los monopolios de nuevos mercados en un orden dominado por políticas proteccionistas aplicadas por los Estados centrales entre 1914 (año de inicio de la primera guerra) y 1945 (año de finalización de la segunda guerra).
Al final de dicho recorrido caracterizado por una enorme destrucción de las fuerzas productivas, los Estados Unidos (el país que menos daño había sufrido y el que más se había beneficiado, entre otras cosas exportando armamento y especulando con el desgaste y la ruina de Europa y la URSS), comenzaron a impulsar una fuerte política de fronteras abiertas y de libre cambio; algo parecido a lo propiciado por Inglaterra cuando ésta se convirtió en la potencia dominante entre los siglos XVII y XIX, de modo tal de asegurar un comercio mundial abierto a sus exportaciones y acceso ilimitado a las materias primas de otros países. Tal intención fue plasmada en los denominados acuerdos de Bretton Woods (1944 - 1946) donde los norteamericanos llevaron la voz de mando, en particular en el sentido de exportar excedentes a los países más atrasados y provocar con ello (vía endeudamiento) un incremento de la demanda de manufacturas y bienes de capital. De esta forma, la potencia emergente evitaría repetir la gran depresión vivida en el período entreguerras conocida como Crisis del 30.
Una de las imposiciones más significativas fue el establecimiento de una paridad fija entre el oro y el dólar y así convertir a la divisa norteamericana en moneda-mercancía de referencia mundial. Sin embrago, con el advenimiento de la Guerra de Vietnam, donde Estados Unidos experimentó por primera vez una derrota de proporciones que lo obligó a una emisión de dólares sin límites para sostener el gasto militar, los yanquis no tuvieron más remedio que abandonar el patrón oro y los acuerdos impuestos a sus aliados.
A partir de ahí el respaldo del dólar comenzó a tener un carácter fiduciario, es decir, basado no en el oro sino en la fe de los tenedores (fe en que el valor de un dólar es el impreso en el billete, aunque éste carezca de respaldo en oro), hecho que entre otras consecuencias habilitó un interminable excedente financiero mundial proyectado hasta nuestros días, cuando la emisión sin respaldo es moneda corriente en casi todo el mundo, particularmente en la Reserva Federal de los Estados Unidos.
Como corolario, al terminar la segunda guerra, Estados Unidos llegó a acumular en Fort Knox 20.000 toneladas de oro, pese a lo cual actualmente la Reserva Federal cuenta con unas 5.000 toneladas de oro de dudosa factura (se sospecha que los lingotes son de tungsteno bañados en oro) siendo propias entre 250 y 320 toneladas y el resto de otros países, como Alemania, a quien la Reserva le ha impedido recientemente retirar su parte e incluso que la audite.
¿A las puertas de una nueva conflagración mundial?
Pese a la primacía financiera norteamericana, el clima belicista mundial ha vuelto a instalarse en parte por el hambre y la miseria que cada vez más achican el mercado capitalista mundial, y en parte por la creación del Nuevo Banco de Desarrollo del BRICS, que pretende implantar una nueva divisa (BRICS Oro) que podría dar como resultado la creación de un nuevo orden financiero y comercial mundial encabezado por China y Rusia. Efectivamente, parte de las inversiones del nuevo banco, a fin de dar materialidad a la iniciativa, están dirigidas a crear infraestructura desde China a Europa pasando por Asia Central y Medio Oriente (red ferroviaria del camino de la seda).
En Latinoamérica el país con mayores reservas de oro es Venezuela (405 toneladas), que actualmente supera incluso a varios países europeos, entre ellos Inglaterra (310 toneladas). Por eso se presume que gran parte de las intenciones de Estados Unidos de provocar un golpe contra Maduro pasan por adueñarse del oro tal como ya ocurrió recientemente en Ucrania tras el golpe propiciado por los yanquis en aquel país.
En el caso de Argentina el total de las reservas de oro fueron liquidadas durante el menemismo y hoy el Banco Central cuenta con unas 55 toneladas, estando el resto conformadas por dólares fiduciarios obtenidos mayoritariamente de colocaciones de deuda y blanqueo de capitales. De esta forma, desde que Macri está en el poder, las reservas han trepado un 115%, pero el fenómeno más que deberse a un incremento de la actividad económica, pretendidas inversiones o resultados favorables de la balanza comercial, es fruto de un nuevo proceso de endeudamiento impuesto desde los Estados Unidos con claros fines de saqueo.
Según la CEPAL, Latinoamérica asiste a un nuevo endeudamiento acordado por las élites con los organismos de crédito. En el caso de Argentina el macrismo cerró su primer año de gobierno con más de 52 mil millones de dólares de reservas y una deuda externa de 95.304 millones de dólares (sólo en el sector público), representando un incremento del 13,6% en un periodo en el que, vale destacar, se emitió deuda por 30 millones de dólares (incluidos los 2.750 millones a pagar en 100 años).
Estos hechos no sólo han significado el mayor endeudamiento y a la vez el mayor negocio del siglo, entre otras razones por la timba financiera, sino además, que la actual crisis de liquidez provoca el afloramiento del oro de la población a la superficie.
Esta modalidad particular de “librecambio”, con canje de papelitos de colores (dólar) por oro tangible, empobrecerá aún más a los sectores populares y obligará a Argentina a asumir como propio el belicismo yanqui, por ejemplo contra Venezuela, y la caída del dólar como moneda de transacción mundial.
Jorge Díaz
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