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Macri apura el paso con rumbo norte

Una de las cuestiones más controversiales en torno al nuevo gobierno es la referida a los supuestos estados del capitalismo y, con ella, a la de si estaríamos pasando de un capitalismo “regulado” (por el kirchnerismo) a otro “desregulado” (por el macrismo). De hecho, el mote de “neoliberal” adjudicado al macrismo se refiere, precisamente, a la intención por parte de éste de desregular la economía de modo similar a lo observado durante los años 90.
Sin embargo, los presupuestos de un capitalismo bueno contrapuesto a otro salvaje requieren como prueba de verdad demostrar que, efectivamente, fue posible poner coto a la voracidad capitalista, en un caso, y asegurar la libre competencia de las empresas sin la presencia del Estado, en el otro. Y lo cierto, es que ni lo uno ni lo otro.
La única “ley antitrust” del kirchnerismo (la famosa ley de medios audiovisuales) no sólo no logró expropiar al grupo Clarín, sino, tampoco, impedir que éste siguiera acumulando riquezas y poder. Como contrapartida, el auge neoliberal de los 90 impulsado por Menem jamás hubiese triunfado sin el remate de las empresas públicas, haciendo que el Estado fuera más intervencionista que durante la era kirchnerista.
De una u otra forma el poder de los monopolios siempre primó, incluso más allá de lo meramente económico, proyectándose a lo político, lo jurídico y lo ideológico con la clara intención de reforzar la dependencia y perpetuar el ciclo histórico. Dicho ciclo, de modo sintético, puede verse en la siguiente secuencia: Macri busca obtener dólares endeudándose al tiempo que Cristina se quedó sin dólares por desendeudarse.
Entonces bien vale la pena preguntar: ¿será diferente ahora?
En lo inmediato, Macri busca achicar el déficit fiscal provocando despidos, suprimiendo partidas y poniendo techo a los salarios y jubilaciones. También persigue acordar con Griesa y los buitres para acceder al crédito y obtener dólares más allá de los recogidos tras la reducción de las retenciones al agro.
La prueba de fuego de este arranque no estará en el Congreso donde muchos compraron boletos para el ring side suponiendo que habría una pelea de largo aguante sin presagiar el knockout anticipado del FpV, sino en las calles y los lugares de trabajo. Es decir, dependerá del pueblo y los trabajadores, quienes, como contrapartida, mantienen todavía un nivel de aprobación al gobierno del 70% y enfrentan despidos, persecuciones, y el lastre de la burocracia sindical.
Seguidamente, Macri buscará disciplinar a propios y opositores para avanzar a las medidas de fondo, siendo clave en este sentido la Alianza del Pacífico impulsada por Estados Unidos.
Dicho plan no es más que la pretensión de desandar el alicaído Mercosur y otros acuerdos regionales (donde hoy juega de quinta columna) y sumarse junto a México, Perú y Chile al flamante tratado de “libre” comercio del Pacífico que tras la firma de los primeros doce países representará el 40% del PBI mundial, apareciendo como un claro rival del los BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica, que también representa otro 40% de dicho PBI). Es decir, Macri busca jugar no ya en un mundo globalizado sino regionalizado en grandes bloques económicos en pugna y con creciente tensión militar.
La supuesta lucha contra el narcotráfico, el crimen organizado y el levantamiento de barreras en el límite con Bolivia que complementan su discurso, vienen de la mano; de la misma manera que el TLC implicó para México la lucha contra el narcotráfico, los planes de ayuda económica para la modernización de la policía y el aparato represivo y la presencia de asesores militares en la frontera con los Estados Unidos.
Hoy el proyecto de Macri se denomina Plan Belgrano, el cual supuestamente pretende integrar el norte con el resto del país. Sin embargo, además de una salida al Pacífico buscará un realineamiento económico y político que, de prevalecer, profundizará la dependencia.
Jorge Díaz
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