El Partido ante diciembre de 2001

Sábado, 19. Diciembre 2015
El Partido ante diciembre de 2001

La rebelión popular de diciembre de 2001 abrió una nueva situación política en el país, cuyas consecuencias no lograron ser disipadas del todo por las clases dominantes, presidencia de Duhalde y década kirchnerista mediante. El punto más alto del enfrentamiento inmediatamente posterior entre el pueblo y sus enemigos lo marcó el combate del Puente Pueyrredón de 2002, que cristalizó una correlación de fuerzas entre ambos bandos. La Argentina reciente es el fruto directo de estos dos episodios.
Reproducimos a continuación fragmentos de dos notas publicadas en no transar alrededor de estos temas. La primera contiene una caracterización de la situación explosiva que atravesaba el país en diciembre del ’01, días antes del estallido. La segunda ofrece un balance sobre lo ocurrido en Avellaneda. A 14 años del Porteñazo, podemos afirmar que las estimaciones de nuestro partido fueron en lo esencial correctas, y que más allá de la posterior descomposición de la situación revolucionaria, trazó correctamente un camino de lucha por el poder.

Lo que muchos olfatean es que esto no va más y que algo nuevo está por suceder. Es que como se acabó el verso y los tiempos han acelerado, todos palpitan que algo está por suceder. Y si la calle dice que esto no va más, hay que prepararse para lo que se viene.
En este sentido cae de maduro que solo hay tres salidas posibles: el continuismo de De la Rúa y Cavallo, su recambio institucional a favor del PJ o la insurrección de los oprimidos.
Es difícil creer que los nuevos ajustes a los salarios, jubilaciones y pensiones estimados en un 20% de los ingresos -más la ola de despidos y la posible quita del aguinaldo- podrán pasar sin provocar una explosión popular en el medio.
A quién se le puede ocurrir que el recorte de los planes asistenciales por un valor de 600 millones de dólares podrá hacerse sin una convulsión social de los piqueteros que diariamente cortan rutas.
Por otra parte, acaso los gobernadores no saben que al firmar el pacto fiscal y aceptar el recorte a la coparticipación federal -apretados por una deuda cercana a los 22000 millones de dólares- el estado nacional les transfirió una bomba de tiempo que no tardará en estallar.
Pero si a estas dificultades económicas y sociales, se les suma la paliza electoral que sufrió el gobierno el 14 de octubre, cuando casi el 80% del electorado se definió en su contra, es harto difícil pensar que pueden llegar, aunque sea con muletas, al término de su mandato.
Por eso es que el justo reclamo de “que se vayan todos”, es lo que crece.
En la interna del justicialismo todo está por verse. Las disputas entre Duhalde y los tres gobernadores de provincias importantes como Ruckauf , De la Sota y Reutemann, más los representantes de las chicas como Rodríguez Saa o Kirchner, recién empiezan. Para colmo de males, la libertad de Menem promete crearles un nuevo frente de tormenta, razón por la cual varios de ellos habrían preferido verlo preso y no por poco tiempo, porque potencia la posibilidad de una fractura en el PJ y hasta les hace peligrar su retorno al gobierno.
A pesar de esto, la mayor dificultad que encuentra este frente, en el que también se alinean ambas CGT, la UIA y la cúpula de la iglesia, es que ni tienen un programa, una política y un líder que, al menos en apariencia, no sea más de lo mismo. Una muestra de esto es que cuando Cavallo les robó la propuesta de “reestructuración” de la deuda que levantaron en la campaña electoral, salieron todos a apoyarlo.
En medio de un curso zigzagueante, el fantasma del estallido social dicen algunos, de la rebelión de los humildes según otros, aunque el nombre correcto es la insurrección de los oprimidos, este proyecto se ha ganado su propio espacio.
Por algo será que a menudo se escucha hablar del tema a distintos referentes políticos y sociales, como si se tratara de un fantasma que habría vuelto a sus andadas.
No es para menos, puesto que si nos tendemos solo al período del gobierno de la Alianza, no se puede dejar de constatar que puebladas como las del “Correntinazo” o rebeliones como las de Cutral-co, Tartagal y Mosconi, apuntan en una misma dirección.
Por otra parte el movimiento piquetero no es solo un fenómeno de La Matanza o Florencio Varela, sino que se extiende a Mar del Plata, Rosario, el Chaco, Jujuy, Tucumán, Santiago del Estero y el sur del país, como insinuando que una nueva alternativa se está poniendo en pie.
Pero si algo puede garantizar la viabilidad de ese proyecto, ese algo pasa por la ola de conflictos y experiencias que están protagonizando los mineros de Río Turbio, los ceramistas de Neuquén, los lucifuercistas, municipales y mecánicos de Córdoba, los trabajadores estatales y docentes de Capital y el Gran Buenos Aires, etc, que son quienes pueden tomar el timonel de este proceso.
Uno de los fenómenos que en este marco se está reproduciendo es la expansión de las asambleas u organizaciones de bases entre los trabajadores, los desocupados, estudiantes y hasta pequeños productores, que contra las espurias representaciones parlamentarias, los burócratas sindicales y todo tipo de arribistas, vienen ejercitando nuevas y más democráticas formas de soberanía popular.
Pero todavía hay quienes desconfían de que este proyecto pueda levantar cabeza y sorprender a los dueños del poder. En este sentido, a pesar de que no somos electoraleros, decimos que la voz de las urnas fue por demás elocuente. A esta altura del partido, nadie puede negar que el “voto bronca” fue la frutilla del postre electoral, o el veredicto de un pueblo que se hartó de legitimar a sus verdugos. Si esta no es conciencia, la conciencia donde está.
Cometeríamos un grave error si se pusiera el horizonte en las elecciones del 2003 y la acción apuntara solo a ganar posiciones en una futura lista.
La unidad de las fuerzas populares es necesaria, pero urge ponerla en sintonía con la creciente disposición de los trabajadores y el pueblo a tomar en sus manos la solución a esta profunda crisis. Esta unidad debe encarrilar la lucha popular hacia la rebelión de los oprimidos. Cada movilización, cada construcción debe ser puesta en esta dirección. (“Un país en quiebra. Tres proyectos en disputa”, 12/12/01)
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La suerte de Duhalde ya está echada, y así lo comprendió al adelantar la fecha de las próximas elecciones. Los hechos del 26 de junio acabaron por convencerlo de que sus días estaban contados y que no soportaría otro embate popular semejante.
La convocatoria de la Asamblea Nacional de Trabajadores del 22 y 23, compartida con otras organizaciones, generó un acontecimiento que conmovió al país.
Por un lado, un gobierno que venía amenazando con que su claudicación ante el FMI, la banca y los monopolios exigía más represión, y sus instrumentos eran los palos, gases, balas de goma y plomo, amén de una justicia cómplice y la acción de los medios de comunicación a su servicio.
Por otra parte, el bando de los desocupados y los explotados que, con sus reclamos de pan, trabajo y salario digno, más la consiga de “fuera el gobierno de Duhalde”, ganó las calles dispuesto a confrontar con el gobierno y sus gendarmes. Los resultados de esta contienda son por todos conocidos. El fantasma que desde el 20 de diciembre desvela a los de arriba, reapareció el 26 de junio.
El adelantamiento de las elecciones dejó a este gobierno con la sola aspiración de un retiro ordenado. Esta maniobra tiene objetivos muy concretos. Darle una salida decorosa a Duhalde. Crear un hecho que sirva para distraer al pueblo. Y fundamentalmente, oxigenar a este régimen putrefacto y que se cae a pedazos, para que el que venga pueda aplicar a fondo los planes de esta gran burguesía parasitaria y los organismos financieros internacionales.
Por el contrario, hay sobradas condiciones para buscar que la derrota de Duhalde se convierta en el entierro del sistema que intenta perpetuarse. El descreimiento en esta vieja clase política es cada vez mayor. Y si las elecciones tramposas aun así llegan a realizarse, millones de votos en blanco, el no voto o el voto repudio, serán la orden de partida para encarar con más fuerzas que antes, la batalla del día después por ver quién vence a quién, si ellos o nosotros.
La situación de las masas no es la misma que antes de diciembre del 2001. Aquella insurrección popular, con marchas y contramarchas, dejó huellas muy marcadas como producto de una situación de convulsión revolucionaria, que a pesar de ser espontánea, está lejos de haberse cerrado.
Se dirá que todo esto es incipiente todavía y en parte estamos de acuerdo. Todavía no se logró romper las vallas policiales que custodian a gobernantes, empresarios y banqueros. Aún no se logró poner a los trabajadores como columna vertebral y cabeza dirigente de la unidad popular. Y en definitiva, tampoco está resuelta la tarea más importante del período, que es construir el partido revolucionario de la clase.
Sin embargo y con todas estas falencias hubo un 19 y 20 de diciembre. Por tanto la reproducción de insurrecciones como éstas puede colocar el poder o el doble poder en manos de las Asambleas Obreras, Piqueteras y Barriales, para que los trabajadores puedan finalmente resolver estas dificultades y terminen por colocarle el cascabel al gato. (“Todo el poder al pueblo”, 8/07/02)

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Sábado, Diciembre 19, 2015 - 16:45

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