El 9 de marzo el presidente estadounidense, Barack Obama, declaró la “emergencia nacional con respecto a la amenaza inusual y extraordinaria a la seguridad nacional y política exterior de Estados... Ver más
El no ser del imperialismo en el centro de la escena
El desenlace de la carrera presidencial en los Estados Unidos se encuentra próximo y nadie se atreve a arriesgar quién será el ganador no sólo por el pendulante resultado de las encuestas sino porque tanto Hillary Clinton como Donald Trump, candidatos demócrata y republicano respectivamente, tienen más rechazo que aceptación en el electorado norteamericano.
La vinculación de Clinton al ajuste y la política guerrerista de su partido, y las manifestaciones xenófobas de Trump, espantan por igual, al punto de haber provocado respectivos cismas durante las primarias de los partidos demócratas y republicanos.
Donald Trump no sólo es un impresentable, sino, fundamentalmente, la fiel expresión de la decadencia republicana. Por su parte, Hillary Clinton expresa el conservadurismo demócrata al cual casi la mitad de ese partido, en particular la juventud, se ha mostrado contraria.
Sin embargo, el problema no está en las consabidas diferencias partidarias de antaño, equiparables a los contrastes de sabor entre la Coca y la Pepsi, sino en que esta vez la imparable recesión empuja a unos y a otros a contrapuntos profundos que implican mucho más que chicanas de campaña.
De hecho, Estados Unidos tiene actualmente una tasa de crecimiento que no compensa el aumento vegetativo de la población, su economía se encuentra estancada y la suma de las deudas (pública y privada) equivale a 3,5 veces el PBI de 2015 (Cfr. Beinstein J. Alertas rojas: señales de implosión en la economía global, 12-07-2016, www.rebelion.org).
Sin embargo, el drama fundamental no radica en el enfriamiento de su economía sino en el parasitismo. La burbuja provocada por el sistema de especulación sustentado por los derivados financieros, es decir, por las apuestas operadas desde Wall Street sobre los precios futuros de diferentes activos tales como bonos, acciones, materias primas, etc., está en el centro de la controversia; especialmente desde 2014 cuando la curva de los negocios financieros dejó de resultar contraria a la caída de la actividad industrial para pasar a ser paralela a la misma, haciendo que toda la economía diera muestras de depresión. De esta forma, actualmente, la anemia de la principal potencia capitalista es tal que hasta su propio vampiro se muestra demacrado.
Por otra parte, las asimetrías entre ricos y pobres y entre el sector industrial y financiero han llegado a un punto nunca visto tras la supermonopolización de las trasferencias financieras del Estado a la banca privada durante la presidencia de Obama.
Sólo cuatro bancos estadounidenses y el banco alemán monopolizan 2/3 de los derivados financieros globales cuya monta equivale a unas diez veces el producto bruto mundial, siendo ésta la razón por la cual Trump ha afirmado que Clinton no representa a Wall Street sino que ella es Wall Street y, también, que la actual burbuja resultante de la timba financiera lo obliga a apostar por el cierre de las fronteras y la xenofobia antes que por el impulso a la carrera militar que proponen Obama y su secretaria de Estado como solución a la depresión. Por eso, a diferencia de Clinton, Trump se ha declarado admirador de Vladimir Putin. Es decir, cómo será de dramático el escenario que hasta la campaña racista y reaccionaria de Trump se ubica a la izquierda de la campaña de Clinton y su mentor Barack Obama.
Más allá de las palabras los hechos hablan por si mismos. A poco más de dos meses de finalizar su mandato el presidente Obama ha intensificado su militarismo vía escudos antimisiles en la frontera entre ambas Coreas, vía maniobras militares en la frontera de Europa con Rusia, vía disputa del mar a China en la frontera con Filipinas, vía impulso al ejército mercenario del Estado Islámico, etc., haciéndolo de una forma tan desesperada que no se ha privado de cosechar resultados adversos, como el recientemente fallido golpe de estado impulsado en Turquía que llevó a Estados Unidos a perder un aliado fundamental para su política belicista.
¿Será que a diferencia de la segunda guerra, que sacó a Estados Unidos de la depresión al activar el complejo industrial militar y posibilitarle controlar nuevos mercados, el guerrerismo actual -apuntado centralmente contra Rusia y China- se encuentra en un callejón sin salida, aún sin contar los empantanamientos de las campañas en Afganistán, Irak, Irán, Ucrania, Libia o Siria?
Este cuadro de situación muestra a los pulpos capitalistas de los Estados Unidos como a esos boxeadores aturdidos que caminan sin caerse después de recibir un golpe de knockout. Sin saber en qué rincón, el demócrata o el republicano, se encuentra el asistente que podrá sacarlo del trance, mientras inevitablemente la cuenta indica que se avecina el tan temido final.
Jorge Díaz
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