Cerrado el acuerdo con los bonistas, bajo las condiciones centrales impuestas por ellos mismos, el gobierno perdió la oportunidad para instalar la “investigación y no pago” de la deuda... Ver más
Editorial - ¿Cuál es el poder real de Milei?
Un punto recurrente de intento de legitimación de las medidas reaccionarias del flamante gobierno es la afirmación de que Javier Milei logró la presidencia de la Nación de manera lícita, con acuerdo de casi el 56% de los votantes, sin apelar a engaños ni eufemismos respecto de sus intenciones de llevar adelante un ajuste más severo que el exigido por el Fondo Monetario Internacional, y que por eso resulta necesario no sólo darle un tiempo para que pueda avanzar sino, además, asegurarle la gobernabilidad correspondiente.
Dichas aseveraciones, amén de falaces, no dejan de ser interesadas respecto de pretender dejarnos en posición adelantada a quienes desde el vamos apuntamos a enfrentar las medidas entreguistas y antipopulares que se están resolviendo por estos días, siendo el punto en fricción, precisamente, la legitimidad política de Milei y su plan. Por eso bien valdrá la pena un repaso de la fuerza vencedora.
En primer término, el amplio apoyo a Milei resultó del consenso generalizado de que la crisis debía pagarla, de acuerdo a sus dichos, “la casta política”, es decir, el funcionariado corrupto con capacidad de perpetuación y enriquecimiento como objetivos de gestión. Sin embargo, a poco de andar, Milei convocó a distintos exponentes de dicha “casta” a integrar su gobierno y, peor aún, anunció que el ajuste recaería sobre los sectores socialmente más desprotegidos, por eso, lejos de evidenciar franqueza, no hizo otra cosa que estafar a sus votantes al anunciar una reforma del Estado apuntada a dejar el tendal de desocupados, avanzar con las privatizaciones de las empresas públicas, realizar una reforma laboral antiobrera y previsional, etc.
Ahora bien, de acuerdo a los números, sobre un total de 36 millones de empadronados, Javier Milei logró en la primera vuelta el 22% de los sufragios, es decir, 8 millones de votos propios, quedando detrás de Sergio Massa, el más votado, quien obtuvo el 27% de los sufragios, o sea, 9,8 millones de votos. En la segunda vuelta la situación cambió. En esta oportunidad Javier Milei se impuso con 14,5 millones de votos (55,6% del total) sobre Sergio Massa quien obtuvo 11,6 millones de sufragios (44,3% del total).
El crecimiento de Milei durante el ballotage encontró justificación, centralmente, en la aversión al kirchnerismo y la crisis económica por parte de la base social de JxC (macristas y radicales) y de Hacemos por Nuestro País (schiaretistas), cuyas cabezas (Macri, Bullrich, De Loredo y Schiaretti) abiertamente trabajaron para Milei a cambio de cargos en el futuro gobierno. Por eso, lo que triunfó nítidamente no fue Milei sino el rejunte oportunista de liberfachos con los saldos y retazos de JxC y el peronismo de Schiaretti y Randazo, hecho que condicionó desde el arranque la pretendida fortaleza del nuevo gobierno, poniéndose esto de manifiesto en la repartija de cargos y en el cambalache de nombres propuestos para los mismos.
En este arrebato, Mauricio Macrí, el “Gran DT”, quedó expuesto cuando su principal alumna, Patricia Bullrich, se descalzó y acordó con el propio Milei el Ministerio de Seguridad para sí y el de Defensa para su coequiper, Luis Petri. Victoria Villarroel, la vicepresidente, a su vez se despojó de Milei cuando éste le “arrebató” Defensa y Seguridad e hizo sentir su poder al frente del Senado apoyando la designación de Bartolomé Abdala a la vicepresidencia primera en lugar de Francisco Paoltroni, el pollo de Milei, hecho que puso de manifiesto que a la hora de negociar, Milei tendrá que acordar su gobernabilidad no sólo con la oposición, sino, además, con los propios.
A nivel legislativo la situación no resultó diferente. De acuerdo a los resultados electorales, en la Cámara de Diputados UxP contará con 108 legisladores, la estallada alianza de JxC (PRO, Radicales y Frente Cívico) con 93 parlamentarios y La Libertad Avanza con 38 miembros. En el Senado, el peronismo recuperará la primera minoría y quedará muy cerca del quórum propio con 34 parlamentarios (incluyendo 2 del misionero Frente de la Concordia), mientras que JxC pasará a tener 24 legisladores, y LLA sólo contará con 8 integrantes.
En sintonía con el raquitismo del ejecutivo y legislativo, aparecen los gobiernos provinciales donde tampoco Milei cuenta con banca propia. Acá JxC suma 10 provincias: Chaco, Chubut, Entre Ríos, Corrientes, Jujuy, Mendoza, San Juan, San Luis, Santa Fe y CABA; Unión por la Patria suma otras 10 provincias: Buenos Aires, Catamarca, Santiago del Estero, Formosa, La Pampa, La Rioja, Misiones, Salta, Tucumán y Tierra del Fuego, Hacemos por Nuestro País, 1 provincia: Córdoba, mientras que diferentes partidos menores suman otras 3 provincias: Neuquén (Frente Neuquinizate), Río Negro (Juntos Somos Río Negro) y Santa Cruz (Por Santa Cruz).
Junto a estos números están los cruces de intereses expresados en ambas cámaras donde hasta el momento los legisladores se agruparon en 12 bloques y 5 minobloques en Diputados, mientras que en el Senado se anunciaron otros 10 bloques no necesariamente emparentados con sus pares de la cámara baja.
Como se ve, más que una motosierra para imponer a su antojo, Milei necesitará una aguja de croché para tejer la trenza que le permita gobernar, a riesgo de lograr una mayoría prestada o quedarse sin el pan y sin la torta.
Por último, por si esto no bastara, ya desde el arranque la propia base dio muestras de desconfianza a Milei al abalanzarse sobre las estaciones de servicios y supermercados para tratar de salvarse del brutal incremento de los precios.
Pese a todo, lo definitorio, es el resultado económico. A poco de andar, el ajuste anunciado por el Ministro de Economía Luis Caputto mostró que los verdaderos vencedores a cuestas de Milei son las grandes empresas exportadoras, en especial los monopolios del agro, y también el FMI.
La ecuación es simple: a falta de un nuevo crédito no ya para dolarizar sino para poder gobernar, Caputto optó por privilegiar el agronegocio con la devaluación monetaria cercana al 120%, a cambio de que se liquiden los dólares que le permitan afrontar los pagos de la deuda y sobrevivir entre cuatro y seis meses con algo de dinero en el bolsillo.
A este grupo privilegiado se suma la patria privatista, claramente con el guante en Vaca Muerta, el Litio y las empresas del Estado, especialmente Aerolíneas e YPF, y las empresas importadoras cuyas deudas, por un monto del orden de 55 mil millones de dólares, serán estatizadas.
Entre los perjudicados, incluida la inmensa mayoría que votó a Milei, aparecen los desocupados (que perderán la ayuda social), los laburantes (que verán congelados sus salarios), los jubilados (que perderán la movilidad), los inquilinos (que no podrán renovar sus contratos), los estudiantes (que verán caer el presupuesto en las escuelas y universidades), e inclusive las pequeñas y medianas empresas para quienes no habrá energía para producir ni mercado a quien vender. Para todos, la sentencia de Milei es elocuente: “no hay plata, hay represión”.
¿Podrá Milei cumplir con su palabra? Se verá. Por ahora suma tantas mentiras como deseos.
¿Hacia dónde se encamina Argentina?
Sin perder de vista el contexto inmediato, seguramente la respuesta habrá que buscarla en nuestra propia historia la cual nos muestra que un escenario económico similar al actual, acompañando una política también similar, hacia fines de los años 60, durante la dictadura de Juan Carlos Onganía y el plan de ajuste de su ministro de economía Krieger Vasena, se decretó algo parecido: la suspensión de los convenios colectivos de trabajo, la sanción de una ley de hidrocarburos que permitía la participación de las empresas privadas en el negocio del petróleo, la sanción de una ley de alquileres que facilitaba los desalojos, la suspensión de aumentos salariales por el término de 2 años, y un aumento de tarifas, entre otros, todo en acuerdo con la embajada de los Estados Unidos.
Vale recordar que dicho plan fue el corolario de un proceso de retracción económica a partir de los gobiernos de Frondizi e Illia hasta alcanzar su punto culminante durante la dictadura de Onganía, el cual, finalmente, desembocó en la apertura de una situación revolucionaria que tuvo como hitos fundamentales el Cordobazo y el Viborazo.
Ciertamente, en los meses previos al Cordobazo (mayo de 1969), hubo un incremento progresivo de los conflictos laborales cuyos reclamos recaían en la defensa de las condiciones de trabajo ante el aumento de los despidos, acciones sindicales por aumentos salariales, trabajo a reglamento, paros parciales y quitas de colaboración, etc., escenario que, además, daba cuenta del surgimiento de una nueva camada de militantes sindicales tras el ciclo de derrotas experimentadas al inicio del golpe de Onganía que trascendían las estructuras burocráticas tradicionales.
Indudablemente, dicha historia no habrá de repetirse, pero en la medida que las condiciones de posibilidad se mantengan la correspondencia entre ajustes feroces y rebeliones populares -con sus particularidades, por cierto- volverán a presentarse. Por eso, es lícito que surjan intentos de “modelos explicativos” del fenómeno Milei tomando como referencias la dictaduras de Onganía y Videla o los gobiernos de Carlos Menem y Fernando De la Rúa, por citar algunos ejemplos.
Más allá de lo simbólico, de los gestos, de los memes, de las redes, de los mensajes en tic tok, de las verdades y mentiras comunicacionales, de la vehemencia de Milei, etc., lo que hace de su plan reaccionario un estereotipo de lo retrógrado es, justamente, aquello irresuelto que atraviesa los fundamentos de nuestra sociedad prácticamente desde sus orígenes, concretamente, el carácter dependiente del capitalismo local respecto del gran capital imperialista.
El concepto de “dependencia”, surgido en el seno de la izquierda latinoamericana entre los años 60 y 70, justamente salió al cruce de los postulados de la CEPAL (Comisión Económica para América Latina y el Caribe) que afirmaba el interés de las burguesías nacionales latinoamericanas de pretender lograr un desarrollo capitalista autónomo mediante la sustitución de importaciones, es decir, a través de un proceso preeminentemente desarrollista, industrialista, independiente del imperialismo.
Frente a esta tesis, la teoría de la dependencia afirmaba la existencia de un condicionamiento de la reproducción ampliada del capital en los países dependientes a la reproducción ampliada del capital en los países imperialistas, sin contraponer el desarrollo desigual de unos frente a otros sino la correspondencia del sistema -entre países ricos y países pobres- como partes de un todo. Subsidiariamente, abría una crítica al oxímoron del “desarrollo económico capitalista” como premisa para alcanzar el socialismo.
Esto, inexorablemente, ligaba la perspectiva socialista a los procesos de liberación (liberación del dominio monopólico e imperial), a la vez que abría un interrogante sobre el curso de los acontecimientos ante la posibilidad cierta de que la reproducción capitalista se viera, más que condicionada, directamente obstruida por el accionar monopólico e imperial, implicando de esta manera el advenimiento de una crisis de reproducción capitalista y con ella la necesidad de acudir a la violencia (violencia de Onganía, de la Triple A, de Videla, de Bullrich), para sostener el régimen en un escenario de colapso desarrollista y transferencia descomunal de riquezas al gran capital monopólico local e imperial; situación que, además, hiciera materialmente posible la apertura de una situación revolucionaria y con ello un despliegue represivo filo fascista para contener la misma.
Por dicho motivo, la dependencia no suponía un antagonismo entre países ricos o adelantados y países pobres o atrasados, sino una forma específica de desarrollo capitalista, destacando la imposibilidad histórica por parte de los países atrasados de alcanzar un desarrollo independiente en los marcos del sistema capitalista, permitiendo al mismo tiempo echar luz sobre la relación entre la lucha insurreccional, liberación del yugo monopólico e imperial y perspectiva socialista.
La era Milei implica, simplemente, un intento de salida reaccionaria a la actual crisis de reproducción capitalista. Habrá que ver si un estallido social en conjunción con el agravamiento de las condiciones de existencia de nuestro pueblo y la elocuente crisis en las alturas del poder da curso a la apertura de una situación revolucionaria como la vivida tras el Cordobazo.
Por ahora, simplemente, la situación está abierta y será la lucha quien determine el curso fascista o revolucionario de la realidad.
Jorge Díaz
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