La visita del mandatario brasileño, a pocos meses del escrutinio, no oculta las intenciones de una parte de la gran burguesía brasileño-argentina de instalar un eje de poder regional amparado en... Ver más
Derrotado Bolsonaro, la democracia verdadera reside en la lucha popular
El triunfo de Lula en las elecciones brasileñas no sólo fue muy ajustado. La diferencia de cinco puntos sobre Bolsonaro en la primera vuelta se redujo a menos de dos en la segunda. El presidente saliente obtuvo más votos de quienes quedaron afuera del balotaje y se aseguró los estados más importantes como San Pablo, Río de Janeiro y Minas Gerais.
Lo ajustado del resultado, habilitó al derrotado a tomarse 48 horas hasta reconocer parcialmente su derrota, mientras dejaba que grupos afines salieran a cortar rutas exigiendo la anulación del escrutinio y a golpear las puertas de los cuarteles reclamando una intervención militar. Minutos después de conocerse los resultados, las principales potencias mundiales, los jefes de Estado de la región y la gran burguesía local se apresuraron a reconocer a Lula como presidente electo, buscando exorcizar el espectro de un Trump carioca, pero fundamentalmente, preocupados por la posibilidad cierta de que fuera el pueblo organizado el que desalojara a los bolsonaristas de las rutas. Cuando el Movimiento Sin Tierra anunció que movilizaría a miles de trabajadores rurales para tal fin, fue la dirección del Partido de los Trabajadores (PT) la que se encargó de vetar la iniciativa, “para no caer en provocaciones de la derecha”. Simultáneamente, Bolsonaro llamó a levantar los cortes para “evitar hacerle el juego a la izquierda”. Desmovilizar es la consigna.
De las disputas a los consensos
Si bien sigue habiendo escaramuzas por vía legal en torno a la validación de los resultados, lo central pasa por otro lado. El escaso margen del triunfo, que para cualquier encuestadora sería considerado un empate técnico, implica -como se ha dicho- las principales gobernaciones en manos del bolsonarismo, y un oficialismo minoritario en el parlamento. El gobierno saliente deja entre sus ‘logros’ una reforma previsional regresiva y una reforma laboral ultra flexibilizadora, que todavía no está claro si -y eventualmente cómo- piensa desmontar el gobierno electo. A semanas de la asunción, el discurso económico gira en torno a la necesidad de un ‘plan de estabilización’, la preocupación por garantizar equilibrio fiscal, y el compromiso de que los salarios superarán a la inflación. Hasta aquí, Sergio Massa podría reclamar derechos de autor.
La vuelta de Lula al poder viene con figuras sugerentes en el equipo de transición. La vicepresidencia a cargo de Geraldo Alckmin, expresión destacada de la gran burguesía paulista y ex miembro del Opus Dei, protagonista del impeachment a Dilma Rousseff y artífice de las consiguientes reformas laborales. Dentro del equipo económico del gobierno electo resalta la participación de Fernando Henrique Cardoso, ex presidente y abanderado en la región de las políticas de ajuste y privatizaciones. El otro colaborador estrella es nada menos que Michel Temer, también ex presidente en ocasión de la destitución de Rousseff, de cuya caída fue entusiasta impulsor. En el poder se encargó de aplicar un brutal ajuste y de iniciar las reformas reaccionarias que se terminarían de consolidar con el gobierno de Bolsonaro. Esta es la primera plana del equipo de transición que está preparando las condiciones para una asunción ‘ordenada’ y con sobradas garantías para el gran capital, tanto local como internacional.
Ante la defección del gusano Mauricio Claver Carone al frente del Banco Interamericano de Desarrollo, el candidato de Bolsonaro para sucederlo fue Ilan Goldfajn, presidente del Banco Central de Brasil durante el gobierno de Michel Temer, auditor regional del FMI y gurú del ajuste fiscal. Ni Lula ni su equipo económico plantearon reparos a la candidatura de Goldfajn, que se terminó imponiendo con los votos de Brasil, EEUU y Argentina, entre otros. Como se ve, a la confrontación política que propuso Bolsonaro, le sucedió la búsqueda de ‘consensos’ por parte de Lula y su gente. Abundan las señales de confianza para el mercado. El pueblo puede esperar.
¿El pueblo puede esperar?
En un país donde el 5% de la población acumula tanta riqueza como el otro 95%, donde hay más de treinta millones de personas que no tienen garantizada la alimentación diaria, y donde las perspectivas de recuperación económica luego de la recesión vivida entre 2014 y 2016 y la pandemia que aún condiciona, la única esperanza de bienestar popular viene por un giro rotundo en la orientación económica. No es lo que se desprende de los primeros indicios. Tal como en el caso del kirchnerismo, el tercer período de Lula en el poder estará muy alejado de su primera experiencia, cuando el auge de las materias primas habilitó un alza relativa en los ingresos populares.
Pero además del deterioro del escenario económico, hay un fuerte retroceso en la capacidad de ambas coaliciones políticas para representar las expectativas de las mayorías. El 25% de los brasileños habilitados para votar lo hicieron en blanco, anulando o directamente absteniéndose de votar. Según las principales encuestas previas, más de un tercio de los votantes de Lula decidieron su voto como herramienta derrotar a Bolsonaro. Y casi dos tercios de los votantes del presidente saliente aseguraron tomar su decisión por motivos religiosos. Ambas campañas se centraron en defenestrar al contrincante, y esto expone más la crisis del sistema político. Sobre las inconsistencias de gobernar apoyado en el repudio al opositor más que en el respaldo al programa propio, el caso de Argentina también tiene bastante para aportar.
El bienestar de las masas obreras y populares tiene poco que esperar del nuevo gobierno. Las señales que vienen dando sus principales figuras anuncian tiempos de ajuste. Si esto se confirma sobrevendrá la desilusión entre quienes esperan algo más que sacarse de encima a Bolsonaro. Desde ya, será clave potenciar la organización, el debate político y la movilización en todos los ámbitos laborales urbanos y rurales, barriales y estudiantiles, para erigir un programa y una construcción política propia de los trabajadores y el pueblo, que supere los límites que ya muestra el futuro gobierno. El ‘posibilismo democrático’ que promueve Lula reniega de la movilización obrera y popular como factor de lucha política, y así la presión de la derecha es incontenible. Por el contrario, toda perspectiva favorable a los intereses del pueblo trabajador -por lo tanto, verdaderamente democrática- debe afirmarse en la movilización callejera como condición de posibilidad.
Leo Funes
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