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Del Cordobazo al 2001 - Apuntes sobre la insurrección
La historia argentina nos presenta recurrentes escenarios de irrupciones violentas de los sectores populares contra los proyectos económicos y políticos de las clases dominantes. En esta nota aportamos claves para el análisis y adelantamos algunas conclusiones sobre el Cordobazo (1969) y el Porteñazo (2001), levantamientos populares con características insurreccionales que constituyen importantes hitos de la lucha de clases y forman parte del acervo político de la clase trabajadora. Sus similitudes y diferencias, y las enseñanzas que dejaron, deben ser sintetizadas por las organizaciones revolucionarias con el objetivo de preparar a la clase obrera en una dirección revolucionaria.
1. El objetivo económico de la llamada Revolución Argentina (1966 - 1970) será modernizar la estructura productiva del país mediante el ingreso de capitales extranjeros, la concentración y promoción de monopolios industriales y petroleros y la apuesta por las ramas “más eficientes” de la economía. El proyecto implicaba una clausura democrática -cierre del congreso, suspensión de las elecciones, continuidad de la proscripción del peronismo- y una fuerte centralización de las decisiones económicas en una élite político-militar y tecnocrática, “el establishment”.
El plan de Menem, a su turno, también implicaría una fuerte transformación de la estructura productiva, con el ingreso masivo de capitales en forma de inversiones directas y endeudamiento externo, privatización o liquidación de activos públicos, la absorción de conglomerados nacionales, una convertibilidad artificialmente sostenida y una liberalización generalizada de la actividad, que encontró a los bancos y las finanzas como los grandes ganadores del modelo.
Como consecuencia del modelo establecido y de los desequilibrios que provocaron, las contradicciones en el bloque dominante se volvieron insostenibles y las presiones para la reorganización del reparto de la riqueza al interior de la burguesía resquebrajaron la unidad del régimen. Así se dieron forma la alianza entre la CGT, la Iglesia y la UIA tras la “salida devaluacionista” en 2001 y el reclamo de las fracciones excluidas de la Revolución Argentina por suspender la proscripción a Perón y retornar al sistema parlamentario de partidos. Si en aquellas fracturas jugó un papel importante el auge de luchas populares, ese “desacuerdo en las alturas” habilitó su continuidad y profundización.
2. El papel de la burocracia sindical en los períodos previos a los estallidos sociales es análogo. En 1966, la CGT de Vandor fue parte de la asunción de Onganía y había sectores que propiciaban la participación directa en el gobierno -el propio Perón llamó a “desensillar hasta que aclare”. Los sectores más combativos, por su parte, se separaron de la central en 1968 y crearon la CGT de los Argentinos (Tosco, Ongaro), dando un cauce sindical a la lucha contra el plan económico. En 1989, el grueso del sindicalismo apoyaría el ascenso de Menem e incluso se prestaría a su reelección en 1995, cuando el impacto social de las políticas neoliberales ya era evidente. El propio devenir de la situación económica y las diferentes tácticas hacia el gobierno provocarían la fractura de la CGT, el surgimiento del MTA (Moyano) y de la CTA como expresiones del descontento de las bases obreras.
En ambos períodos, el capital se da una táctica hacia el sindicalismo burocrático, una invitación a formar parte de los beneficios de la aplicación de un nuevo modelo económico, aún cuando implique un deterioro general de las condiciones de vida de la clase obrera, lo cual funciona como base objetiva del apoyo inicial al gobierno y de los posteriores fraccionamientos del arco sindical. En ambos períodos, asimismo, la izquierda revolucionaria y el combativismo sindical constituyen una porción muy minoritaria en el panorama político, y su influencia de masas se abrirá a partir del desarrollo de los episodios de rebelión.
3. Por otra parte, en 1966 la intervención de las universidades, las reformas de sus estructuras internas, el ajuste presupuestario y las políticas de restricción al acceso masivo pusieron al movimiento estudiantil en la primera línea de la batalla: de hecho, es considerado el catalizador de las primeras puebladas contra el régimen Onganía (Rosariazo, Correntinazo), con varios mártires en su haber. En los años ´90 la lucha estudiantil tuvo episodios importantes, como la pelea contra la aplicación de la Ley de Educación Superior (1995) o las movilizaciones contra los intentos privatizadores y ajustadores (1999 a 2001), pero no ocupó un papel protagónico en las jornadas del 19 y 20 de diciembre. Por el contrario: entre los sectores educativos, sería la docencia media quien protagonice la resistencia contra el modelo menemista.
4. Cabe destacar el papel de la pequeña burguesía urbana, cuya oposición al régimen político es un soporte importante en el estallido de la insurrección popular. En el período de Onganía, la clausura política del régimen, la proscripción del peronismo y la represión sobre cualquier manifestación opositora (“bloqueo político”) deterioraron progresivamente la legitimidad del gobierno militar frente a las capas medias urbanas, que crecerá con el impacto negativo de la situación económica y conforme las fracciones agrarias e industriales excluidas presionen hacia la restauración democrática como salida política.
Su influencia, sin embargo, fue más notoria y decisiva en las jornadas de 2001. Tras depositar sus expectativas en el recambio presidencial de 1999, De la Rúa perderá el apoyo de su base social con la aplicación del ajuste y su remate en el “corralito bancario” sobre los ahorros y los sueldos de comerciantes, profesionales y pequeños productores e industriales, una forma de evitar que los bancos paguen la crisis. Las manifestaciones en forma de cacerolazosantes y después de los saqueos y su presencia en las movilizaciones callejeras en los días previos al estallido de la crisis terminaron por inclinar la balanza en favor de la salida insurreccional.
5. En cuanto a los métodos, es notable cómo las jornadas de rebelión tienden a condensar las nuevas tácticas y formas de lucha ejercidas y aprendidas en el período inmediatamente anterior, en relación a la estructura económica y los planes del gobierno.
La clase obrera de finales de los ´60 traía consigo el bagaje de la resistencia peronista, centrada en los sindicatos y las comisiones internas, una gimnasia fundamentalmente sindical cuyas experiencias más democráticas y avanzadas comenzaron a promover la huelga con movilización callejera, en oposición a los paros-feriado o “paros materos” de la burocracia -vistos sus débiles efectos políticos. En ese camino, la convocatoria de las centrales sindicales a interrumpir la producción era fundamental, mientras que la represión militar obligaba al armado de barricadas, la toma de fábricas y barrios e incluso la ocupación de la ciudad.
De manera análoga ocurre en la década de 1990. Las primeras luchas están concentradas en la clase obrera ocupada, centro de los ataques del plan económico: trabajadores de ferrocarriles y correos, municipales, de ingenios azucareros, petroleros, etc. fundamentalmente contra el cierre de establecimientos y los despidos. Con el correr de los años y conforme la desocupación se instala como manifestación principal de la crisis económica, el eje de la movilización social pasa al movimiento piquetero, con asambleas barriales como forma de organización y el corte de ruta, es decir, la interrupción de la circulación de las mercancías, como elemento principal de presión sobre las clases dominantes.
7. Los aprendizajes, por su parte, también pueden ser rastreados en las consignas y el programa de los manifestantes, en el tránsito de los reclamos sindicales hacia los políticos. A partir de la lucha contra el ataque al salario (congelamientos, quitas zonales) o la defensa de las conquistas obreras (sábado inglés, paritarias) los trabajadores llevaron adelante un enfrentamiento con el conjunto del régimen político y económico, madurando su conciencia hacia exigencias cualitativamente superiores ligadas la retirada de la dictadura, la revolución como salida y la necesidad de un gobierno encabezado por los trabajadores y el pueblo. La experiencia más reciente del 2001 puso su foco inicialmente en la lucha contra los despidos y la flexibilización laboral, luego la corrupción y finalmente terminaron exigiendo “que se vayan todos”, al calor de una rebelión que dio sustento real a la consigna.
8. Finalmente, podemos destacar que las insurrecciones populares fueron fundamentalmente espontáneas, pero sus efectos implicaron cambios profundos en las estrategias políticas y los modelos económicos de las clases dominantes.
Tanto el desarrollo del Cordobazo y de las rebeliones posteriores como el del Porteñazo tuvieron un fuerte componente espontáneo. Si bien hubo una fuerte agitación previa y una gran disposición a la lucha, las fuerzas participantes no tenían previsto el curso que finalmente tomaron los acontecimientos, no intervinieron en esa dirección en forma consciente y planificada ni tuvieron control sobre su devenir: es decir, en los momentos cúlmine no existió una dirección del proceso.
Tampoco puede hablarse de conciencia acerca de las consecuencias políticas y económicas. No solamente hablamos de la salida de los gobiernos de turno, sino de cambios estratégicos en el modelo económico y su configuración política por parte de las clases dominantes.
El Cordobazo abrió un ciclo de dos años de rebeliones provinciales, que no pudieron resolverse ni siquiera con la salida de Onganía (1970) y los relevos de Levingston (1970-71) y Lanusse (1971-73). El período de los “azos” pudo cerrarse únicamente cuando Lanusse, en un último intento por salvar la estabilidad del régimen político y económico, abortó el proyecto del capital monopólico extranjero y la centralización militar del poder político, abriendo el Gran Acuerdo Nacional y el retorno de Perón, las elecciones, los partidos y el sistema parlamentario. Se trató de un verdadero cambio de frente en la estrategia de gobierno de las clases dominantes, que incluyó la reorganización de las cuotas de poder político y del reparto de la riqueza entre sus fracciones.
En el 2001 - 2002, el Porteñazo estableció el límite popular a un proyecto de las clases dominantes basado en el ajuste económico, la exclusión social y la represión a la movilización, llevando en helicóptero al presidente. Los intentos por continuar con la misma táctica se chocó con las posteriores movilizaciones (con centro en Puente Pueyrredón de 2002), que terminaron por sellar la suerte del modelo de los ´90. La alianza devaluacionista de las fracciones relegadas del capital presionará por organizar un traspaso del poder político a una fracción del PJ con un proyecto de gobierno basado en concesiones parciales al movimiento de masas, a los efectos de aplacar la rebelión y encauzar el orden social necesario para la reproducción del ciclo económico.
David Paz
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