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Son camino que empieza y que nos llama
En 2001 la aguda crisis del capitalismo vernáculo, con sus principales cuadros empecinados en seguir lamiendo a lengua seca las botas de un desamorado imperialismo que, mirando a Afganistán, juntaba los cascotes del derribado Word Trade Center; dio lugar a uno de los combates de mayor trascendencia de los últimos años. Tras aquella insurrección de diciembre, la burguesía ya no pudo gobernar como lo había venido haciendo hasta el momento. De hecho, las contradicciones en el seno de las clases dominantes eran tales, que no podían ponerse de acuerdo ni en qué presidente poner, menos aún en el llamamiento a elecciones. Así mientras el pueblo se movilizaba en las calles y los improvisados presidentes entraban y salían de la Casa Rosada, nacía al fragor de esas luchas la organización de la vanguardia de los trabajadores en vías de una nueva insurrección, esta vez organizada y dirigida. En ese marco es convocada la Asamblea Nacional de los Trabajadores.
Con más de 1.000 delegados de 15 provincias del país la Asamblea Nacional de los Trabajadores expresaba por esos días a través de su resolución política, el camino que la lucha del pueblo se empeñaba en abrir desde aquél 19 y 20 de diciembre: “La cuestión del poder está a la orden del día. Esta asamblea se propone la tarea de construir una salida clasista de los trabajadores y el pueblo, reforzando la evolución de las organizaciones que son herramienta para esa lucha por el poder que lleve a una nueva rebelión popular para alumbrar definitivamente el nuevo movimiento histórico que acabará con la explotación del hombre por el hombre”. (extraído de no transar).
La Asamblea Nacional de los Trabajadores, surgida al calor de la rebelión popular del 19 y 20 de diciembre y de las puebladas a lo largo de todo el país, que sesionó el 22 y el 23 de junio de 2002 en Avellaneda había conformado un plan de lucha y había ratificado un preacuerdo para movilizar y cortar todos los accesos a la Capital Federal el miércoles 26 de junio.
Esa mañana miles de compañeros de los distintos movimientos de trabajadores ocupados y desocupados, fueron llegando a los puntos de acceso a la capital, aunque la mirada del gobierno de Eduardo Duhalde, estaba puesta principalmente en el Puente Pueyrredón. Al llegar las columnas por las dos avenidas principales que confluyen en el puente, una provocación policial desata el enfrentamiento y una feroz represión, -cacería humana incluida-, con uniformados y policías de civil, de la policía federal, de la provincia y de gendarmería. Francotiradores, balas de plomo, munición de guerra y complicidad prestablecida en los medios de comunicación, tendieron una emboscada con la cual pretendía la facción gobernante, terminar con los reclamos del sector más activo de la lucha callejera de aquellos años. Con más de la mitad de la población del país bajo la línea de pobreza, la actividad económica prácticamente frenada, el salvataje a los bancos, principales beneficiarios y responsables de la crisis, lo último que restaba era limpiar las calles de manifestantes.
Así es que fueron elaborando el plan de perpetuarse a los palazos. Ya el 1° de enero -día de la asunción de Duhalde-, se movilizó el aparato del PJ bonaerense, y hubo piedras y palos a los manifestantes de las distintas agrupaciones de los piqueteros y la izquierda que, fogueados en los combates de las semanas previas, aun en total inferioridad numérica lograron igualmente llegar a la plaza del congreso a llevar sus reclamos a la asamblea legislativa que catapultó a Duhalde a la Casa Rosada.
A partir de allí, fueron constantes los aprietes de las patotas de las intendencias en las asambleas populares de la provincia, cerrado el trato de impunidad mediática, con manifestaciones de miles de personas por toda la capital sin que haya registro alguno por parte de los noticieros televisivos, (uno de los primeros antecedentes desde el fin de la dictadura) el supuesto manejo del aparato bonaerense para enfrentar a pobres contra pobres, los sindicatos en estado de colaboración lastimosa, la U.I.A. de de Mendiguren en el Ministerio de la Producción, fueron los factores principales que hicieron creer que podían poner en caja los reclamos de las organizaciones populares.
Fue así que tramaron la masacre, extensas campañas de semanas con funcionarios y para-funcionarios de todas las variantes de derecha, explicando que tras el reclamo de los piqueteros se venía la lucha armada, que las propias internas dentro del movimiento piquetero, terminarían en una batalla a los tiros de armas tumberas en la calle, de la cual culparían al gobierno, etc. Regaron la sospecha y el temor intentando desmovilizar y aislar todo cuanto pudieran a los sectores más consecuentes. Fue ese el motivo por el cual montaron la provocación policial en el momento de la confluencia de las dos columnas para simular un enfrentamiento que jamás existió, y dispararon a matar. El saldo inmediato fue de 2 muertos y 8 heridos de bala. Pero si algo marcó para la historia política, es el fin de un proyecto político, pocas horas más tarde, el gobierno anunciaba su retiro y el llamamiento a elecciones, en un clima de repudio generalizado.
Esta disposición de las masas a desafiar a los gobiernos, a sus palos, gases y balas, marca el límite de los proyectos burgueses de salida de la crisis. No había ni hay lugar en la Argentina para imponer un ajuste a sangre y fuego.
Hoy, a 14 años con un gobierno que aparenta afirmarse provocando a las masas con sus despidos y ajustes perpetuos, entrega del país, endeudamiento, blindaje mediático y represión, valdría recordar las palabras de Mario Benedetti, en su cálculo de probabilidades “Cada vez que un dueño de la tierra proclama: para quitarme este patrimonio, tendrán que pasar sobre mi cadáver; debería tener en cuenta que a veces pasan.”
Simón Quiroga
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