Asalto al parlamento de EEUU - Del sueño al derrumbe americano

Miércoles, 20. Enero 2021
Asalto al parlamento de EEUU - Del sueño al derrumbe americano

Un nuevo episodio del desarrollo de las contradicciones a todo nivel y de las tendencias hacia mayores confrontaciones, en el marco de esta crisis sin precedentes que sacude al sistema capitalista en su etapa monopólico-imperialista, ha mostrado la podredumbre a la que han llegado. Se trata de un escalón más de la profundización de la crisis y la puja al interior de las facciones del capital monopólico de EEUU, una demostración de la fractura “por arriba” con incidencia de masas y con consecuencias a nivel global. El asalto al parlamento, con un saldo de 5  muertos –uno policía- y decenas de heridos, muchos de ellos graves, fue cuidadosamente preparado y ejecutado por grupos de choque fascistas/supremacistas blancos, con la participación de parte de servicios de inteligencia y de fuerzas de seguridad todavía leales a la presidencia. La toma estuvo precedida de una temprana convocatoria masiva en las calles en donde R. Giuliani –líder de la derecha neoyorkina- varios congresistas y el propio Trump arengaron en favor de la insubordinación contra el resultado fraudulento y el “aparato” político. El objetivo -instalada la idea del fraude y con argumentos de cierto peso- es el no reconocimiento de los resultados e impedir con acciones contundentes, la ratificación vía Congreso del nuevo gobierno, intentando abrir una etapa de acefalía, vacío o doble poder. En este sentido, significó un claro intento de desestabilización con una táctica insurreccional política y militar. Las primeras investigaciones indican que las acciones iban más allá de frustrar la sesión y que los grupos de choque estuvieron cerca de capturar a algunos congresistas claves para continuar con la asonada. La violencia de los choques que estuvieron bordeando una masacre mayor y los muertos  -mayoritariamente producidos en el último cordón de la seguridad de los legisladores- parecen abonar esta línea de análisis. Si bien la jugada no alcanzó para impedir la sesión (hay una "fuga" previa de elementos de peso del trumpismo que acuerdan la transición con el Partido Demócrata) lo que pasó no debe ser subestimado. 

El hecho no fue para nada un incidente aislado. Se inscribe en la larga cadena de fracturas, violaciones y fraudes a los que ha tenido que recurrir el sistema eleccionario estadounidense, trasformando las votaciones y la propia “representatividad” institucional en una cáscara vacía sujeta a todo tipo de traiciones y negociados. De hecho, el propio Trump ha llegado a la Casa Blanca (y ése es el principal mérito de los neofascistas) con el voto de millones de trabajadores y sectores medios empobrecidos que ven en la “partidocracia” una enemiga a quién culpar de su retroceso. Pero esta fractura, este nivel de disputa violenta y sus manifestaciones, tiene origen en la crisis en la que EEUU está inmerso, con un sector del poder afín a Trump que ha visualizado el emergente de nuevas potencias que a mediano plazo los desplazarán del primer lugar y que entienden –por motivos fundados- que hay que impedir el ascenso definitivo y letal de aquellas ya, cuando todavía su poder no se ha consolidado y cuando la supremacía militar juega todavía de su lado. Es por eso que el complejo militar, el sector petrolero-minero, sectores importantes de corporaciones industriales y una parte de la finanzas influenciada por el lobby pro-israelí han apostado por Trump y esta política de mayor beligerancia y confrontación con las potencias emergentes (China-Rusia) y sus aliados. Otros sectores monopólicos yanquis, igualmente poderosos que aquellos pero con un nivel de extensión y compromiso económico más global como las corporaciones de infraestructuras, energías renovables y de consumo básico, han optado por la salida transitoria apostando por Biden, negociar en medio de la crisis con sus rivales, pero sin inflamar más la situación. Existe también un tercer elemento que es la irrupción de la propia masa norteamericana que ha tomado las calles con furia ante el incremento de las acciones fascistas por parte de la policía, descontento que se ha extendido a varios sectores populares y que constituye una tendencia crítica “por izquierda” que no ha podido ser diluida con el voto a Biden, pero que claramente constituyó uno de los pilares de la votación anti-Trump. La movida neofascista que terminó con la intentona golpista en el parlamento es una clara respuesta a esta movilización consciente y en ascenso de masas que, junto a la interna propia de las clases dominantes, la crisis y el desmanejo de la pandemia, fueron las verdaderas causantes de la derrota de Trump.

La acción del asalto al Capitolio implica un doble señalamiento por parte del sector más reaccionario yanqui: ratificar que hay una paridad de poder que no se licúa con los votos y mucho menos con acuerdos en el parlamento y a la vez debilitar desde el arranque a un gobierno que es considerado "socialdemócrata", teniendo en cuenta que Biden no tiene tantos votos propios como Trump, sino que está ahí por el voto anti-Trump, con fuerte influencia de las luchas como Black Live Matters.

Estas acciones parecen ser el anuncio de un escenario de mayores conflictos, más que un repliegue para cubrir al líder destronado. Y sobre todo también es una señal de fuerza hacia afuera, hacia los grupos fascistas y de extrema derecha que ven la acción como un ejemplo a seguir. No es casual que Merkel, entre otros líderes, haya salido a condenar la intentona golpista y la irresponsabilidad institucional de sus actores, pensando en sus propias situaciones internas, todavía abiertas, de puja con la derecha radical.

Trump y sus seguidores parecen retirarse reconociendo la batalla perdida, aunque han hecho una demostración de fuerza exponiendo como pocos, las debilidades en el corazón de la dominación imperialista; algunas estimaciones hablan de su aislamiento y vulnerabilidad en la derrota. El urgentísimo juicio político al presidente que impulsó la desobediencia violenta de derecha, aprobado por la mayoría demócrata pero acompañado por diez congresistas republicanos; la identificación, encarcelamiento y persecución de los líderes visibles de la revuelta; la militarización de Washington con más de 20.000 soldados de la Guardia Nacional; son señales claras de que tienen la intención de sancionar duro a los recientes instigadores, pero los mueve el temor ante lo acontecido, todo parece estar movido con la mira puesta en la situación crítica y en las propias masas descontentas que se han atrevido a tanto.

Sabemos que ni uno ni otro bando que se disputan el gobierno y el poder en las calles de EEUU representan a los intereses de los sectores populares y que la justicia no vendrá de la mano de la nueva gestión de gobierno, aunque los golpistas deben ser castigados. Y esa justicia solo puede ganarse mediante la unidad del pueblo estadounidense para luchar decisivamente por un cambio pro-pueblo y derrotar al fascismo a través de la lucha popular, organizados de manera audaz e independiente y que no sólo desafiaran a los fascistas sino a todo el sistema.  

De hecho, el barniz bipartidista de la democracia liberal burguesa del gobierno estadounidense oculta sólo superficialmente su objetivo unitario de defender los intereses de la oligarquía financiera estadounidense y proteger el sistema capitalista monopolista.

Este sistema decadente continúa demostrando su carácter antipopular a través de la explotación de la clase trabajadora, el racismo xenófobo creciente, la brutalidad institucional, el encarcelamiento o expulsiones masivas, guerras de agresión interminables, empobrecimiento a gran escala del pueblo estadounidense, naciones oprimidas y dependientes, etc. La proyección de Biden de un proyecto de ley de terrorismo interno en respuesta al ataque al Capitolio, que seguramente será utilizado contra la resistencia y los movimientos populares, sólo sirve para exponer aún más el proceso de descomposición del imperialismo estadounidense.

A su vez, el imperialismo yanqui es responsable de la desestabilización, los golpes de estado y los asedios desatados contra otros gobiernos a través de su doctrina de política exterior de intervención, militarismo y contrainsurgencia. La lucha del pueblo estadounidense para derrotar el terrorismo interno de los partidarios neofascistas de Trump y el terrorismo de estado cometido por la policía estadounidense y otras fuerzas armadas deben estar vinculados a la lucha contra la agresión imperialista estadounidense y el intervencionismo a nivel global.

Mientras las clases dominantes juegan con fuego, en la transición más mortífera producto de la crisis económica, social y sanitaria en donde cientos de miles han muerto, hay que apostar a la movilización por abajo para exigir la salida de Trump, el fin de la represión y el terrorismo interno y un paquete  de medidas para atender las urgencias populares. 

En lugar de una confianza ciega en el nuevo gobierno, poner la confianza en las masas, las personas más afectadas, especialmente la clase trabajadora, los desplazados sin techo, los trabajadores esenciales y los trabajadores de la salud en la primera línea, manteniendo a flote la población y la economía, pero ahogados en los fracasos de esta administración Trump para abordar esta crisis. Continuar organizando desde las bases, más allá de la votación y más allá de la toma de posesión para unirse y luchar contra el fascismo, luchar contra el Covid-19 y presionar por un gobierno a favor del pueblo que dedique recursos públicos y atención para abordar los problemas de la mayoría. Luchemos allí y en todas partes por lo que es del pueblo y el capitalismo monopolista en decadencia se lo está quitando, especialmente en estos tiempos de pandemia mortal, crisis socio-económica y creciente represión estatal.

Pascual Duarte

Miércoles, Enero 20, 2021 - 12:45

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