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Una premisa de la sociedad capitalista es la igualdad jurídica de todos sus integrantes. Se trata de una igualdad formal que corre a la par de la desigualdad material. Respecto de esta última, ¿hasta qué punto se la puede moderar en los marcos del capitalismo? Repasamos algunos puntos nodales de la obra de Marx para orientar una respuesta.
El supuesto originario que habilita la transformación del dinero en capital y el funcionamiento de la producción capitalista es la separación de los medios de producción y la fuerza de trabajo, y su personificación en dos sujetos distintos: el capitalista y el trabajador.
En esta ecuación, los medios de producción no son otra cosa que trabajo pretérito objetivado, mientras que la fuerza de trabajo -o su consumo- es trabajo vivo, presente. En ese sentido, la escisión mencionada es -en rigor- entre producto del trabajo y el trabajo como actividad. Al mismo tiempo, la producción capitalista no solo se funda en esa división, sino que la reproduce y amplía.
En El Capital, Marx señala que “el proceso de producción transforma el dinero en capital, los medios de producción en medios de valorización (…) pero el obrero sale del proceso de producción tal como entró en él”.
La división en que se funda el proceso de producción obliga al obrero -libre de medios de producción- a vender su fuerza de trabajo. Al no obtener de su trabajo más que lo necesario para su reproducción -el salario- su situación se perpetúa in extenso.
Al mismo tiempo, “dicho trabajo se objetiva en producto ajeno (…) se transforma en capital, valor que succiona la fuerza creadora de valor (…) el obrero mismo produce la riqueza objetiva como capital, como poder ajeno que lo domina y explota (…) el capitalista, produce la fuerza de trabajo como fuente de riqueza: (…) produce al trabajador como asalariado”.
De esta manera, el proceso capitalista de producción reproduce la relación de explotación: crea capitalistas cada vez más poderosos y una masa creciente de individuos desposeídos, los obreros.
Dada esta relación, la propiedad del capitalista se transforma en el derecho a apropiarse del trabajo ajeno impago, mientras que en el obrero se convierte en la imposibilidad de apropiarse de su propio producto. En palabras de Marx, “la riqueza social deviene (…) la propiedad de aquellos que están en condiciones de volver siempre a apropiarse del trabajo impago de otros (…) propiedad es apropiación”. Al respecto, agregamos que la propiedad es lo propio, pero “lo propio” en el capitalismo es propio por haber sido apropiado a otro. La apropiación (originaria o cotidiana) es el fundamento de la propiedad capitalista. El carácter de la propiedad capitalista es semánticamente revelado por su propio nombre: “propiedad privada”. La privación de la propiedad del otro (del trabajador) es el origen y fundamento de la propiedad privada capitalista. “Privada” no es un adjetivo de la propiedad: es el participio del verbo “privar”. “Propiedad privada” es la forma objetiva -o del ser- de la actividad de apropiación-privación, que en el capitalismo es simultáneamente actividad de producción. Lo que en el capitalista es apropiación, en el obrero es privación. Mediante la apropiación, se priva al trabajador de aquello que debería serle propio: el producto de su trabajo.
Aquella apropiación de trabajo impago -bajo la forma de plusvalor- engrosa el capital original, de forma que la división originaria de la propiedad se vuelve cada vez más profunda y el capitalista se aleja paulatinamente de la condición del obrero.
Por otra parte, Marx señala algunos fenómenos que surgen y se desarrollan con la acumulación del capital y que, al mismo tiempo, aceleran su marcha y el progreso de la desigualdad. Entre ellos, podemos mencionar el crecimiento de la fuerza productiva del trabajo y el aumento en la magnitud del capital adelantado.
El primero es la puesta en funcionamiento de más trabajo gracias a los avances técnicos y científicos en el proceso de producción; y el segundo se refiere al incremento de la magnitud de capital necesario para poner en funcionamiento una producción en escala cada vez más grande, que deriva en un aumento en la magnitud del plusvalor producido.
En definitiva, el incremento de la fuerza productiva social del trabajo funciona -en el marco de la producción capitalista- como método para acelerar la producción de plusvalor y, por ende, de capital. Al mismo tiempo, la acumulación de capital es fundamento para el crecimiento de la escala de producción y de la fuerza productiva del trabajo. El sistema capitalista no solo concentra la riqueza y amplía la masa de desposeídos, su misma reproducción genera fenómenos que aceleran esos efectos.
Finalmente, Marx aborda el problema desde el ángulo de la población obrera. La composición orgánica es la división de todo capital en el valor de los medios de producción (capital constante) y valor de la fuerza de trabajo (capital variable). Una de las consecuencias del avance de las fuerzas productivas descrito es un cambio en dicha composición orgánica: una disminución de la importancia del factor subjetivo en la producción en provecho del factor objetivo.
Este cambio muestra que los medios de producción, conforme crecen, pierden su cualidad de medios de ocupación, reduciendo la demanda de trabajo. En palabras de Marx: “A medida que el acrecentamiento del capital hace que el trabajo sea más productivo, se reduce la demanda de trabajo con relación a la propia magnitud del capital”.
La manifestación superficial de este fenómeno es el surgimiento de una población obrera sobrante a los fines de valorización del capital, que opera como ejército de reserva a disposición del capital cuando aquel necesita expandir súbitamente la escala de producción. Es decir, el crecimiento de la riqueza social, la fuerza productiva del trabajo y los medios de producción se transfiguran como aumento del ejército de reserva.
Sin embargo, no solamente se encuentran sus integrantes en precarias condiciones de vida, sino que la presión que provocan sobre la parte ocupada del proletariado abate el precio de la fuerza de trabajo en el mercado, deteriora su condición de existencia y pone en manos del conjunto una proporción decreciente de aquella riqueza.
Marx señala, sencillamente, que “a medida que se acumula el capital empeora la situación del obrero, sea cual fuere su remuneración (…) la ley general de la acumulación capitalista produce una acumulación de miseria proporcional a la del capital. La acumulación de riqueza en un polo es al propio tiempo, pues, acumulación de miseria (…) en el polo opuesto, donde se haya la clase que produce su propio producto como capital (…) Las relaciones de producción [capitalistas] producen la riqueza [y] la miseria (…) estas relaciones solo producen la riqueza `burguesa´”.
Por otra parte, ya en los Manuscritos económicos y filosóficos, Marx partía “de un hecho económico actual: el obrero es más pobre cuánta más riqueza produce, cuanto más crece su producción en potencia y en volumen (…) la desvalorización del mundo humano crece en razón directa de la valorización del mundo de las cosas (…) cuanto más objetos produce el trabajador tantos menos alcanza a poseer y tanto más sujeto queda a la dominación de su producto, es decir, del capital”.
Con este breve recorrido, intentamos demostrar que la desigualdad social es un fenómeno intrínseco a la producción capitalista, sin la cual no podría funcionar. Tomando esto en cuenta, lo sorprendente -o más bien imposible- sería encontrar una reducción en tal desigualdad conforme se acumula y concentra el capital.
David Paz
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