La revolución rusa marca el camino

Jueves, 9. Febrero 2017

Hace 100 años, a propósito del día internacional de la mujer, se consumaba en la vieja Rusia la revolución anunciada por Lenin en su etapa democrática burguesa (antesala de la revolución socialista de octubre).

La misma tuvo como antecedentes inmediatos el frío, la carestía y el peso de la primera guerra sobre el pueblo ruso. De hecho, el mitín por el día de la mujer fue el detónate del malestar cotidiano sobrellevado precisamente por las mujeres, quienes no sólo debían realizar largas colas para conseguir algo de pan y atender las necesidades hogareñas, sino, fundamentalmente cubrir los puestos fabriles de sus hijos y maridos enviados por el Zar al frente de batalla.
De hecho, la revolución de febrero que tuvo como resultado la caída del zarismo fue, ante todo, una gesta de mujeres obreras. A lo largo de cuatro jornadas mayoritariamente las mujeres ocuparon las calles de Petrogrado, convencieron a los cosacos de no abrir fuego contra el pueblo y enfrentaron violentamente a la policía zarista. El ritmo impuesto por ellas al levantamiento confundió permanentemente al régimen quien todo el tiempo no sólo subestimó su alcance, sino, además, se vio abrumado por su ritmo inusitado: movilización creciente desde horas tempranas, trabajo de desgaste sobre las fuerzas represivas a lo largo del día y repliegue nocturno, y así hasta el quiebre del régimen y la huida del Zar y su familia.
Sin embargo, la revolución de febrero fue magistralmente anticipada a partir del trabajo señero de Lenin de comienzos de siglo conocido como “El desarrollo del capitalismo en Rusia”, en el cual el líder bolchevique advirtió el atraso de Rusia tras la derrota en la guerra de Crimea, la liberación de la servidumbre del campo que habría de constituirse en proletariado en las principales ciudades (Moscú y Petrogrado) y el necesario desarrollo del capitalismo en las mismas con independencia de las principales potencias, particularmente Inglaterra, todo lo cual crearía las condiciones para una revolución democrática burguesa dirigida por la clase trabajadora como antesala de la revolución socialista.
De hecho, sin la revolución de febrero no habría existido la revolución de octubre, en parte por el papel del zarismo, en parte por el papel de la burguesía que persistió en la guerra tras la revolución de febrero sin lograr apaciguar el ascenso de las masas, en parte por el doble poder consecuente: la Duma dominada por la burguesía y el Soviet de Petrogrado dominado por soldados, campesinos y obreros, y en parte, fundamentalmente, por la presencia de un Estado Mayor dirigente: el Partido Bolchevique.
Viva la clase trabajadora, viva el partido bolchevique, viva la revolución.

Jorge Díaz

Publicado en: 
Jueves, Febrero 9, 2017 - 07:45

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