Hiroshima y Nagasaki I A 72 años siguen irradiando el horror del imperialismo

Miércoles, 16. Agosto 2017

“El más fuerte no lo es jamás bastante para ser siempre el amo o señor, si no transforma su fuerza en derecho y la obediencia en deber.”

Jean-Jacques Rousseau, "El Contrato Social"


La Bandera sobre el Reichstag era sin lugar a dudas, allá por mayo de 1945, el símbolo más acabado del triunfo del pueblo soviético en la 2° Guerra Mundial. Caído el frente europeo, la guerra estaba prácticamente terminada. Y si bien es cierto que en el frente asiático el imperio nipón no se había rendido, sus ataques kamikazes y algunos torpedos a navíos militares en el Pacífico no representaban mayor amenaza.

Aun así, la flota norteamericana estaba empantanada sin poder definir la contienda contra un enemigo muy inferior, aislado y sin demasiadas perspectivas. En ese marco y con el inminente reparto de Europa, el 6 y el 9 de agosto de 1945 EEUU lanzó dos bombas atómicas sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki respectivamente, matando a más de 250.000 personas e hiriendo a otras tantas. La imagen del hongo nuclear era la señal inequívoca del poderío y la bestialidad a la que estaban dispuestos los estadounidenses para emerger como potencia hegemónica y, por sobre todas las cosas, para amedrentar a la URSS.

Jamás en la historia el imperialismo yanqui se autocriticó por estas atrocidades. Es más: los ejecutores materiales de los ataques murieron de viejos como héroes y en plena libertad. No así el ministro del interior de Japón, Hideki Tojo, culpabilizado de la prolongación de la guerra y condenado a la horca en diciembre del 48’. Nació ahí la carrera armamentista nuclear y la llamada guerra fría, con la cual se intentó equilibrar el mundo. La Revolución China de 1949 y la guerra de Corea de 1950-53 desafiaron otra vez este equilibrio, por el destino de los territorios ocupados por Japón desde antes de la segunda guerra. Desde enero del 51’ -cuando el general MacArthur propuso el bombardeo nuclear del norte de China (propuesta que le costó la carrera) para poner fin a la invasión de Corea y a la revolución maoísta- hasta nuestros, días la sola existencia de Corea del Norte se basa en el temor a una guerra atómica. Esto bien claro lo tiene el gobierno de Kim Jong-Un, que no deja de ostentar su poderío nuclear, como única salvaguarda de la amenaza de una segunda invasión por parte de los EEUU.

Nada dice el gobierno de Trump del arsenal atómico de sus socios israelíes, estimado en 600 misiles termonucleares, ni del pretexto mentiroso de las armas de destrucción masiva supuestamente atribuidas a Sadam Husein. Los únicos en la historia de la humanidad que se demostraron capaces de exterminar poblaciones enteras mediante el uso de armas nucleares impunemente hoy se autoproponen como garantes de la paz, pero su único plan es seguir sometiendo a pueblos y países al caos económico, al saqueo, el hambre, la explotación y la guerra.

Carlos Quiroga

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Miércoles, Agosto 16, 2017 - 20:45

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