El oportunismo trotskista ante la muerte de Fidel

Miércoles, 14. Diciembre 2016

La muerte de Fidel Castro desató una ola de declaraciones de todos los proyectos políticos. Por supuesto, los partidos trotskistas no perdieron la oportunidad de destilar su veneno anticubano. De entre sus dirigentes, destacaron por ejemplo el tuit rayano con la insolencia de Del Caño llamando a la juventud a estudiar la obra de Fidel “a pesar de nuestras diferencias” o el reclamo de Pitrola de hacer “un balance necesario” por la “la burocratización y el partido único”. Fue otro integrante del PO, Solano, el que salió a cruzar a los kirchneristas respecto de que ellos, por su política, no tenían altura moral para reivindicar a un revolucionario como Fidel. Si bien podríamos coincidir, nos queda picando la pregunta: ¿los trotskistas sí?

Tras medio siglo de denostar a la Revolución Cubana con una avalancha de críticas contra  “el foquismo”, “la dirección pequeñoburguesa”, “la ausencia de la clase obrera”, hoy los trotskistas descubren, en sus distintas declaraciones, a una dirección que tomó el poder conduciendo a las masas en armas, o que bajo la “burocracia stalinista”, la revolución obtuvo conquistas sociales que merecen ser defendidas. Presentando esta parte reivindicable, hicieron un culto del oportunismo con sus envíos de condolencias al pueblo cubano que llega a límites insospechables en la afirmación del PO de que “En cierto modo, somos hijos de la revolución cubana” (D. Gaido: “La muerte de Fidel Castro”, 26/11/16).

Debe quedar claro que no se trata de cerrar el paso contra cualquier crítica hacia el proceso cubano, su dirección y el propio Fidel. Pero para que del análisis crítico se desprendan conclusiones útiles a los intereses de la revolución, deben partir precisamente del campo revolucionario y no del oportunismo. La invocación del trotskismo a la presunta falta de “democracia obrera” en el proceso revolucionario cubano esconde un punto de vista de cuño liberal, en la medida en que reclaman libertades aquellos que en los años decisivos -y en todos los posteriores- se posicionaron en la vereda de enfrente del nuevo poder instaurado por la revolución.

La incomprensión del problema de las etapas

Las constantes apelaciones al “stalinismo” y el “bonapartismo” de Fidel dan cuenta del rechazo del leninismo que profesan los trotskistas. Concretamente, en la incomprensión del problema de las etapas por las que transita la revolución en un país semicolonial, como es el caso de la Cuba de los ’50. Para el leninismo, la clase trabajadora debe guiar al conjunto de las clases oprimidas contra su blanco común para resolver las tareas principales, en un proceso de lucha ininterrumpida hasta el triunfo del socialismo. Si tal proceso no lo inicia la clase trabajadora, es el deber de su partido darse una política de unidad y lucha con la fracción social que lo encabece.

El trotskismo, en su obrerismo abstracto, concibe esto como una herejía.

Allí aparece Facundo Aguirre de La Izquierda Diario - PTS quien, como si nos viniera a sacar la ilusión de que los reyes magos existen, nos dice que el Movimiento 26 de Julio y el propio Fidel no era socialista sino democrático burgués, jactándose de que “los defensores del castrismo se oponen a esta caracterización” (F. Aguirre: “Acerca del castrismo y la revolución cubana”, 30/11/16). Semejante argumento podría inquietar a los grupos trotskizantes que simpatizan con Cuba, que identifican la cubana como una revolución socialista desde el vamos y tienen muchos problemas para atacar al “stalinismo” (entendido en sentido trotskista) y defender a Fidel al mismo tiempo.

Efectivamente, la dirección del M26 llevó adelante su programa antimperialista, antioligárquico y democrático abarcando a un conjunto de clases y fracciones de clases, poniendo la dirección en las masas empobrecidas del campo a través del ejército popular; para luego incorporar en segundo término a la clase obrera de las ciudades como el otro pilar de la movilización de masas, que en la medida que avanza con su programa señala las nuevas tareas. Así se suceden la lucha contra la dictadura y por recuperar la soberanía nacional plena; la pelea contra la gran propiedad terrateniente y los monopolios azucareros; la batalla por el control de los recursos estratégicos del país en manos de empresas yanquis; la lucha por el control popular del conjunto de la economía que enfrenta al gobierno con la burguesía nacional, momento en el cual el proceso declara abiertamente su adhesión al socialismo.

La incomprensión de este problema no solo los lleva a una posición reaccionaria, sino que se ve reflejada en caracterizaciones erróneas sobre el carácter de Fidel en tanto líder del gobierno revolucionario, a quien califican, según palabras del PO, jugando un “rol bonapartista en este proceso, arbitrando entre las masas cubanas (…) por un lado, y el imperialismo y el aparato estalinista, por el otro.” (D. Gaido: op. cit.) El término “bonapartismo”, lo mismo que cuando se menciona a la “burocracia”, sirve aquí de eufemismo para hablar de un contrarrevolucionario hecho y derecho.

Stalin y el “stalinismo”: los culpables de todo

Tras la muerte de Stalin, su sucesor en la URSS, Nikita Krushov, llevó adelante una política revisionista: coexistencia como superpotencia con EE.UU., abandono del internacionalismo proletario, retroceso en el socialismo hacia una economía más mercantilizada. Al mismo tiempo, defenestró a Stalin en un proceso que dio en llamarse “desestalinización”.

No obstante todo ello, para los trotkistas, de Stalin en adelante fue todo “stalinismo”, más allá incluso de meter en la bolsa procesos políticos abiertamente enfrentados. Todos los límites de la Revolución Cubana se deberían entonces al “stalinismo” de Fidel.

Efectivamente Cuba se alineó con la URSS y eso derivó en una fuerte influencia del revisionismo en la política de la isla. Pero también es cierto que la tensión entre los socios existía, y con sus contradicciones, los cubanos apoyaron procesos revolucionarios de otros países y dieron adiestramiento y asilo a militantes de todo el continente. Por eso es deshonesto traducir las discrepancias que existieron entre el Che y Fidel como una lucha entre “internacionalismo vs. nacionalismo” o como “antiestalinismo vs. stalinismo” (sobre el segundo, se sorprendería aquel que suscriba a este difundido punto de vista si buscara la opinión de ambos dos sobre Stalin).

Por otra parte, si con la caída de la URSS el bloque socialista de Europa se vino abajo, mientras China y Vietnam ya habían avanzado hacia la reconversión capitalista, ¿por qué Cuba pudo sostener gran parte de sus conquistas sociales, en un momento de colapso de su economía y con la reacción mundial avanzando? El PTS a través de LID nos va a explicar que fue “la resistencia de las masas de obreros y campesinos quienes toleraron el hambre y la escasez del llamado periodo especial, lo que permitió la supervivencia de la revolución” (F. Aguirre: “Fidel Castro y su papel en la Historia”, 26/11/16). Pareciera ser que la conducción de Fidel, a la que se cita a cada rato para criticar la política exterior cubana, no incidió en este asunto en lo más mínimo. Pero si tomamos como indicador la movilización por su funeral, daría la impresión de que algo de influencia tenía sobre las mencionadas masas.


El beso de Judas

Las declaraciones y los análisis cierran enlazando pésames y condolencias para el pueblo cubano con reflexiones inquietantes que les hacen mostrar la hilacha de su coincidencia con el imperialismo: ellos también desean que el gobierno cubano caiga. De la curiosa conclusión de Alejandro Guerrero (PO) en cuanto a que “La revolución latinoamericana bien puede recomenzar por la gloriosa Cuba” (A. Guerrero: “La muerte de Fidel Castro y la encrucijada cubana”, 26/11/16), pasando por la más sincera del MAS en cuanto a que “es imprescindible una nueva alternativa revolucionaria… que sea independiente, tanto del imperialismo yanqui y sus gusanos de Miami, como de la burocracia del PCC y los nuevos capitalistas nativos” (“Ante la muerte de Fidel Castro - Declaración de la Corriente Internacional Socialismo o Barbarie”), llegamos al llamamiento explícito de Juan Carlos Giordano, dirigente de Izquierda Socialista: “seguimos llamándolo [al pueblo cubano] a luchar por volver a retomar las banderas de la revolución del ´59… Apoyando su derecho a la organización independiente -sindical, estudiantil y política- contra el régimen de partido único. Cuba necesita una nueva revolución socialista con democracia para el pueblo trabajador” (Comunicado de IS del 26/11/16).  Así, para el trotskismo Fidel fue un dictador, y como tal, su régimen merece ser volteado.

Si la Revolución Cubana sortea el período por venir con sus banderas en alto, definitivamente no será por los aportes del trotskismo, que siempre apostó por su derrota. 

Facundo Palacios

Publicado en: 
Miércoles, Diciembre 14, 2016 - 23:30

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